JULIANA DE AVIGNON

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En su inolvidable relato Los Idus de marzo, el exquisito escritor norteamericano Thornton Wilder escribió una frase que podríamos traducir de este modo: tener tu cuerpo encarcelado es amargo, pero tener tu mente encarcelada es peor. La liberación de los hombres y de los pueblos pasa por el descargo de prejuicios y supersticiones, y por hacerse cargo de la complejidad de la realidad pasada y presente. En esta tarea es fundamental disponer de buenos historiadores (serios y dignos de crédito), pero también de nuestra particular curiosidad.

 

Juliana Morell

Leo con asombro y gusto una biografía que la historiadora Rosa Mª Alabrús acaba de publicar: Juliana Morell (Arpegio). La profesora Alabrús es una investigadora sesuda y rigurosa que se documenta a conciencia. Hasta leerla no tenía noticia de este personaje. El libro se subtitula: ‘De niña prodigio a maestra de las emociones’.

Juliana Morell nació en Barcelona, en 1594 (en la calle de la Cendra, muy cerca de lo que hoy es el Mercado de San Antonio). Tenía 5 años cuando su padre, Juan Antonio Morell, huyó a Francia por un turbio asunto con la Justicia. Un año después, recogió a su hija del monasterio de Montesión donde la había dejado a buen recaudo, y viajaron por Europa. La niña era un portento de inteligencia y fue entrenada a fondo por su padre en distintas disciplinas (filosofía, teología, jurisprudencia), así como en el conocimiento de lenguas y de instrumentos musicales, como el laúd y el clavicémbalo. Hizo de Juliana una atracción de feria con que ganar riqueza y reputación; Lope de Vega se referiría a ella en un poema. Su nivel cultural era extraordinario y supuso un desafío a los cánones de la época sobre que las mujeres no tenían capacidades intelectuales para ser escuchadas.

Con quince años se hizo novicia en Francia (Avignon), contra la voluntad de su padre que quería casarla. El convento le significaba un refugio y un relativo espacio de libertad, también en el caso de otras mujeres ante situaciones de conflicto doméstico. Cansada o harta del rol que le asignaba su padre, renunció a la exhibición del conocimiento. E intentó dejar atrás su pasado de niña excepcional. Lo hizo a partir de una vocación religiosa auténtica y mediante el silencio y la meditación. Escribiría: “No debe sentirse feliz de mandar con autoridad, sino servir con caridad”. Se afanó en el ejercicio de la paciencia y la discreción, y en asistir a los necesitados. Tuvo un papel activo en la ‘recatolización’ de Francia tras las interminables y desgarradoras guerras de religión: destensó el conflicto entre Reforma y Contrarreforma, efectuó un esfuerzo de superación razonable del misticismo. Fue consistente en la humildad de “no resaltar jamás la razón propia”, en evitar las palabras altisonantes y la altanería en el trato, y en procurar no hacer daño a los demás, sino en instruirlos con sencillez.

Cabe señalar el contexto histórico: quien sería Enrique IV (Henri IV) obtuvo la corona de Navarra con 18 años de edad, pocos meses después se produjo la matanza de san Bartolomé (1572) contra los hugonotes. Y tras abjurar de su protestantismo en 1593, con la célebre frase de ‘París bien vale una misa’, se hizo con la corona de Francia. Nació entonces Juliana Morell. Enrique IV sería asesinado en 1610 por un extremista católico y le sucedería en el trono francés su hijo Luis XIII. En 1619, este rey daría permiso a Juliana para publicar su traducción del ‘Tratado de la Vida espiritual de San Vicente Ferrer’, del latín al francés. Ya en 1637 publicaría los ‘Ejercicios espirituales sobre la eternidad’, de lectura obligada para sus novicias.

La dominica Juliana Morell guardaba una estrecha relación con jesuitas y carmelitas; también san Francisco de Sales tuvo un gran predicamento sobre ella. La rectitud y el pragmatismo de la monja barcelonesa (que se refirió a su ciudad natal como “una de las principales ciudades del reino de Aragón”) la apartaron de cualquier cabildeo eclesiástico y sectarismo. Su círculo de relaciones fue muy influyente: Ana de Austria, madre de Luis XIV; Madame Acarie (tres hijas carmelitas y un hijo jesuita), que fue fundamental para introducir el Carmelo en Francia. O Bérulle, confesor de Enrique IV y primo de Acarie, que logró las conversiones del protestante Pierre Coton -quien se hizo jesuita- y de Carlota de la Trémouille, segunda esposa de un líder hugonote que había sobrevivido a la noche de san Bartolomé.

Juliana murió en 1653 y, a pesar de su extraordinario carisma, no se le otorgó la beatitud eclesiástica. Dos siglos después, la Renaixença la reivindicó y el Paraninfo de la Universidad de Barcelona incorporaría su nombre. Se puede decir que, en la práctica, Juliana Morell formó parte de lo que Fréderic Schaub ha denominado ‘La Francia española’. Tan grande pudo ser la influencia española en el país vecino que el historiador francés Ernest Lavissier (1842-1922) llegó a considerar que Luis XIV fue un rey más español que francés.

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