EL CORAZON DE LO EXTRAÑO

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‘Es extraño’ se dice de algo o alguien que sea raro o singular. Y ‘extrañar’ puede significar también: añorar o echar de menos; se suele decir: extraña su cama, a su pareja, a sus hijos, a sus amigos.

En su Diccionario de símbolos, Juan Eduardo Cirlot presenta una entrada para ‘extranjero’. Refiere que, en la literatura, en los mitos y leyendas, el extranjero suele estar destinado a sustituir al que rige o gobierna un lugar. Es un símbolo de las posibilidades de un cambio imprevisto, con frecuencia se ve más como un peligro que como una ocasión deseable.

¿Cómo introduce cada uno de nosotros lo extranjero en su vida? ¿Con un rechazo abierto; dándole la espalda; de forma bobalicona; o con interés y sin miedo? Estamos ante una cuestión que no admite aplazamiento, porque la tenemos delante mismo y no en sueños. Pero es un problema soluble. De nuevo hay que destacar que el meollo del asunto de la vida de relación es el respeto a la realidad y a sus mejores posibilidades de evolución.

 

Eugène Ionesco

En su diario íntimo La búsqueda intermitente, el dramaturgo Eugène Ionesco se preguntaba: “¿Qué son los otros? Yo los miro, los observo fijamente; muchos me resultan insoportables. No se trata sólo de falta de caridad, es también estupidez. ¿Los otros no soy yo? Las más de las veces pienso que yo me amo. Yo no me odio. A veces, me parece que no me resulto simpático a mí mismo. Sin embargo, si me odiase realmente, no me soportaría, me destruiría”. Es una reflexión severa, propia del pionero del teatro del absurdo para quien yo soy, a la vez, yo y los otros. Los personajes se transforman, y lo que se daba por descontado se invierte y sorprende.

En su obra de teatro Rhinocéros (‘Rinoceronte’), Ionesco hace decir que el racismo es uno de los grandes errores del siglo, y se habla del miedo al contagio y del miedo a ser otro. Hacia el final, el protagonista exclama: Malheur à celui qui veut conserver son originalité! (que se podría traducir como: ¡Pobre de aquel que intente conservar su identidad!). No se sabe lo que uno se pierde al permitirse vivir en una inconsciencia universal y, de este modo, formar arrugas de la Nada.

Con orígenes franceses, Eugène Ionesco (en rumano, Eugen Ionescu) fue llevado al poco de nacer a Francia donde vivió hasta los trece años de edad. Su padre fue dado por muerto durante la Primera Guerra Mundial, pero en verdad no participó en ella, se había vuelto a casar, forzando un falso divorcio, y se desinteresó de sus hijos y de su ex mujer. Ionesco estudió la carrera de Letras en Rumanía, dio clases en un instituto y, mediada la Segunda Guerra Mundial, se instaló definitivamente en París. Tuvo una gran amistad con su compatriota el gran sabio Mircea Eliade.

En su diario íntimo, Ionesco refleja sus preocupaciones de cómo limitar lo ilimitado. Rompe con las etiquetas rígidas de creyente, agnóstico y ateo, y afirma que la historia de los hombres es divinizable. En busca de consuelo, y en la creencia de que la conciencia de la ilusión confirma su realidad, dirá: “Temo a Dios. Lo amo más en su hijo: Él es un amigo”. Pretendía entrar en el corazón de lo Extraño.

Con continuos vaivenes de humor y de salud, Ionesco deploraba no haber prestado adecuada atención a la gente, a su prójimo. ¿Dónde está entonces lo que ya pasó?, se preguntaba. Envuelto en el rezo del padrenuestro, en esas páginas distingue entre existir y ser: “Él no existe, sino que Él es. Oh, Él existe por Jesús. Sí, por Jesús… Por Jesús ha entrado en la existencia”.

Mientras leía ese diario íntimo, me vino el recuerdo del prólogo que hace un siglo, Antonio Machado hizo de sus célebres Campos de Castilla. Somos víctimas, decía el poeta, de un doble espejismo. Al mirar afuera y procurar penetrar en las cosas, nuestro mundo externo se disipa al creer que no existe por sí, sino por nosotros. “Pero si, convencidos de la íntima realidad, miramos adentro, entonces todo nos parece venir de fuera, y es nuestro mundo interior, nosotros mismos, lo que se desvanece”.

Ante tal encrucijada, Machado proponía soñar nuestro sueño, vivir: “Un hombre atento a sí mismo y procurando auscultarse, ahoga la única voz que podría escuchar; la suya; pero le aturden los ruidos extraños. ¿Seremos, pues, meros espectadores del mundo? Pero nuestros ojos están cargados de razón, y la razón analiza y disuelve”.

Nada de esto puede dejarnos indiferentes, pues se juega en ello nuestra consistencia como seres reales.

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