“No sé por qué piensas tú,
soldado, que te odio yo,
si somos la misma cosa
yo,
tú.
Tú eres pobre, lo soy yo;
soy de abajo, lo eres tú;
¿de dónde has sacado tú,
soldado, que te odio yo?
Me duele que a veces tú
te olvides de quién soy yo;
caramba, si yo soy tú,
lo mismo que tú eres yo.”
Nicolás Guillén, “Summa Poética”
Leyendo el artículo el artículo de mi admirada co-colaboradora, Catalina Castillo, sobre la máquina del tiempo, se me viene a las manos este artículo, esta reflexión que parte de una mirada diferente del mismo tema, y que, espero, Catalina me perdone esta intromisión en su temática, que no puedo, que, seamos sinceros, no quiero evitar.
Los que somos impenitentes lectores de ciencia ficción, no de anticipación, no de opera espacial, o de fantasía, de esa ciencia ficción que se obliga a trabajar dentro del entorno científico, aunque sea fantaseando, o jugando, con esos límites, desplazándolos al límite ampliado de la especulación, sabemos bien que este género combina a la perfección las dos capacidades especulativas del hombre, la científica y la intelectual, la creación y la imaginación, el mecanicismo y la filosofía.
Pero, en determinados momentos, ante determinados retos, la imaginación, el intelecto, la filosofía es capaz de asumir conceptos que el mecanicismo, la ciencia, aún no está en condiciones de mostrar, de “demostrar”.
Don Quijote voló a lomos de Clavileño. Rama, y los demás dioses indios, volaban en extrañas naves con las que combatían en el cielo. Elías subió al cielo en un carro de fuego. Algunos dioses de los pieles rojas llegaron a La Tierra en extraños árboles que echaban fuego por la base. Julio Verne puso al primer hombre en La Luna, y Jacques Meliès lo filmó. Y aún no existían los cohetes, aún la ciencia andaba enredada con la velocidad de escape, y el concepto de que cualquier hombre que se desplazara dentro de un objeto que superara los setenta kilómetros por hora, moriría aplastado contra sus paredes.
Al fin y al cabo, el mecanicismo es un poco eso, la necesidad de desarrollar un artefacto que consiga lo que la mente ya había conseguido. La necesidad de plasmar con ingeniería lo que el ingenio ya había logrado. Convertir en fórmulas y “funcionamiento” la capacidad cuasi infinita de la imaginación. Convertir, por decirlo de una forma más accesible, en cuatridimensional, en palpable y funcional, la capacidad ene dimensional del cerebro.
¿Y si la máquina del tiempo ya existe? ¿Si ya existe desde el principio de los tiempos? ¿Y si simplemente no somos conscientes de ello?
Están dos células de un ser humano en un bar, charlando, y le dice la una a la otra (*):
- Pues hay quién dice que todos somos parte de un único ser
- Los hay – contesta la otra- que por hacerse los interesantes, no saben que decir.
Y esa conversación, implícita, o explícitamente, la tenemos todos a lo largo de toda nuestra vida. Llevamos oyendo que todos somos uno, desde pequeñitos; que partimos de una explosión y acabaremos en una implosión, que nada se crea, ni se destruye, se transforma, pero seguimos mirándonos ignorando lo que eso significa en realidad, las consecuencias reales de asimilarlo. No somos millones de seres, somos circunstancias diferentes de un solo ser, de una única existencia. El tiempo no existe, salvo para separar las circunstancias. El espacio no existe salvo, para separar las circunstancias; el individuo no es más que una coyuntura espacio-temporal del ser.
Y si esto es así, y yo estoy bastante convencido de que es así, y no estoy hablando de religión, ni de física, nosotros mismos somos la máquina del tiempo, y su pasajero. Nosotros, en realidad el yo de cada uno, recorremos indefinidamente, ilimitadamente, todas las posibles circunstancias del ser, creando con nuestra propia consciencia el tiempo, y el espacio, como elementos diferenciadores de circunstancias diferentes. Y por tanto, cada uno de nosotros, cada yo de cada uno, es solo una etapa en un desplazamiento ilimitado de una máquina espacio-temporal del ser único que es todo.

Solemos pensar, así nos lo ha presentado siempre la literatura, que mediante la máquina del tiempo podemos viajar a otra época, en el pasado, o en el futuro. Puede ser, no tengo elementos para dudarlo, pero mi mente me dice que, tal como se apuntaba en la serie “Quantum Leap”, si viajamos en el tiempo, en realidad viajamos para ser otra persona; no hay desplazamiento físico, hay cambio de circunstancias.
Querida compañera Catalina, si yo tengo razón, razones me sobran para pensarlo, llevas montada en tu máquina del tiempo, que es la mía, la de Feliciano, Carlos, o Nacho, desde que “ser” era una evidencia impronunciable, y seguirás montada en ella hasta que “ser” sea un eco extinto, o, tal vez, incluso más allá. Pero, eso sí, esta es otra máquina del tiempo, otra forma de viaje sin movimiento.
(*) Aunque parezca el principio de un chiste, es simplemente una ocurrencia del autor.
Tu «Máquina del Tiempo» es simplemente GENIAL.
Tengo mucho sobre lo que reflexionar a partir de la visión que nos has dado y, con toda seguridad, me pondré a escribir de nuevo sobre el tema.
Muchas gracias de corazón por tus palabras hacia mi persona y, por supuesto, por la ventana que has abierto en mi imaginación.
La admiración es mutua.