CONFIESO QUE HE PECADO (IX)- EL CAMPO SE LEVANTA

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Hace ya años que vengo advirtiendo, con nulo éxito, he de confesarlo, que la legislación española es absolutamente intolerante con el pequeño productor, con los agricultores y ganaderos que siguen un concepto artesanal de la producción, favoreciendo a los distribuidores, a las grandes cadenas multinacionales, incluso a algunas nacionales, que regulan el mercado a golpe de beneficio, de espaldas absolutamente, a las necesidades del productor nacional, al pequeño productor asfixiado por regulaciones pensadas para asfixiarlos, económica, legal y fiscalmente, y, por supuesto, ignorando de forma sistemática y lamentable, las ventajas, los gustos y las necesidades del consumidor.

Hoy, tarde, aunque más vale tarde que nunca, el rural se levanta en protesta por su situación, por su desesperada situación, agravada por una evolución climática claramente desfavorable. El pequeño productor, inerme ante políticas comerciales que ignoran sus costes y necesidades, inermes ante políticas fiscales que los esquilman sin consideración de ningún tipo, indefensos ante políticas de importación inexistentes, y por tanto lesivas, que no regulan calidades, cantidades, ni exigen las mismas garantías a los productos importados, que a los productores nacionales, decide hacer públicas sus cuitas, sus demandas.

Curiosamente, si uno repasa la evolución, la justificación política de estas regulaciones, el primer argumento invocado es el primer objetivo conculcado, la salud del consumidor. Veamos algunos ejemplos:

  • Los productos melifluos de origen exterior que se permiten comercializar como si fueran mieles, mientras una gran parte de la producción mielera nacional no encuentra canales para llegar al consumidor final.
  • Los quesos artesanales, perseguidos con saña a impuestos, a regulaciones restrictivas, a persecuciones de los productores artesanales que no tienen capacidad para una producción regular, a los que se asfixia obligándolos a entregar su leche a grandes centrales que despersonalizan el producto.
  • Los aguardientes. Esos sublimes aguardenteiros gallegos, asturianos, cántabros o leoneses, sin olvidar la gloria extremeña, el herbero valenciano, las hierbas mallorquinas, o tantos licores locales como había en España, que podían producir cien botellas anuales de elixires incomparables, con personalidad propia y paladar inconfundible, hoy se encuentran con sus alambique sellados, con sus producciones perseguidas hasta arruinarlos a multas, a mayor gloria de aguardientes industriales con un mayor contenido químico, un sabor que nunca llega al sabor y una contribución impositiva inalcanzable para los artesanos. Eso, en el mejor de los casos, porque en el peor nuestros jóvenes beben venenos industriales extranjeros, que no beben ni en su país, como cierto engendro con base de hierbas y origen dentro de la CEE, que es el rey de la noche española. Eso sí, por su salud.
  • Frutas y verduras, de países comunitarios, de menor calidad, de mucho menor calidad que la nuestra, favorecidas únicamente por ser de los mismos países que el capital que domina las redes de distribución y comercialización de España. Y no olvidemos a aquellas frutas y verduras importadas de países externos a la Comunidad que no pasarían los controles de producción y calidad de nuestras regulaciones, pero que filtradas a través de la frontera pasan todos los, inexistentes, controles
  • Y no olvidemos los productos cárnicos. No olvidemos que estamos importando productos cárnicos exteriores de baja calidad, en detrimento de los nuestros. En detrimento de razas autóctonas de alta calidad, pero bajo rendimiento, que no pueden competir en costes de producción, ni en beneficio de distribución, ni en ventajas fiscales, con productos cárnicos de ínfima calidad y escaso control que nos llegan de fuera. Si hasta se importan jamones chinos, que ya intentaron patentar internacionalmente la denominación Jamón de jabugo. Lo chinos.

El campo se levanta hoy, en demanda de soluciones a años y años de regulaciones favorables a la industria alimentaria, a la comercialización alimentaria, a la gran distribución alimentaria, a los dueños de la cadena alimenticia en España, muchos de ellos de capital ajeno a España, que favorecen unas actuaciones que olvidan, cuando no atacan a los productores españoles de base, a esas huertas locales de calidad inenarrable, a esas explotaciones ganaderas familiares que permiten la degustación de productos rayanos en el éxtasis gustativo, y que, a menos que nos pongamos un poco serios, los productores y los consumidores, no llegarán a nuestros nietos.

Porque, es verdad, el campo se ha levantado, pero veo con incredulidad como el consumidor se limita a ver las noticias como algo ajeno, siendo como somos, los primeros interesados en que esos productores, esos campos que vemos cuando viajamos, de los que salen delicias, en calidad, cantidad y variedad, que son la envidia del mundo, tiene hoy por hoy un futuro incierto, o, para ser más exactos, ciertamente escaso.

El campo se ha levantado, y los consumidores deberíamos de estar junto a los tractores, junto a los agricultores y ganaderos, demandando soluciones para el producto de proximidad, para el pequeño productor de calidad, demandando la protección de nuestra comida, de nuestra bebida. Demandando una legislación que baje los impuestos de las pequeñas explotaciones, que recorte y limite los beneficios de los intermediarios, que cree nuevos canales de comercialización directa entre el productor y el consumidor, en vez de lastrar económicamente esas iniciativas.

En la pandemia se puso de moda el comprar directamente a los productores, y funcionó. ¿Por qué los ayuntamientos, las diputaciones, no favorecen con medios, con asesoramiento, con apoyo explícito si está a su alcance, la comercialización directa de sus productores?

Queda mucho por hacer, bastante por salvar, y poco tiempo. Cualquier día los productores, agotados por un estado indiferente, por la capacidad económica de una industria interesada en su fracaso, por el abandono perplejo de unos consumidores que se sienten ajenos al problema, pactarán un acuerdo con el que puedan salvar sus muebles personales, pero no al campo, y ese día, que no está lejos, nos levantaremos un poco más pobres, y legaremos un futuro en el que la carne saldrá de impresoras 3D, las frutas y verduras de fábricas laboratorio y nuestra salud tendrá que recomponerse con compuestos sustitutivos que nos proporcionará la industria farmacéutica. Eso sí, a quienes puedan pagarlo.

Hoy, el campo se ha levantado, y aunque sentados ante el televisor, comiendo unas hortalizas de origen incierto, y de contrastada mala calidad, veamos como unos señores protestan por lo suyo, lo cierto es que deberíamos de pensar que están peleando por la calidad alimentaria futura de todos nosotros.

Pero tengo poca esperanza.

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