CARTAS SIN FRANQUEO (CXLVI)- LA DUALIDAD

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Hace unos días Miguel Angel Acebo, gran pianista, entre otras cosas, publicó un texto de William Blake que abundaba en las dicotomías obsesivas del hombre desde que su pensamiento es capaz de ser transmitido, el bien versus el mal, el deseo versus la razón, el cuerpo versus el alma, como depósitos de ese bien y ese mal, como emblemas perceptibles de esa dualidad que es nuestro pecado original, nuestra culpa heredada por apartarnos del concepto único, generador, reclamando nuestra consciencia, nuestra capacidad de elegir.

Tal vez, como en el texto de William Blake mencionado, debería de escribir esos conceptos con mayúscula, Bien, Mal, Cuerpo, Alma, Razón, Deseo, para intentar transmitir que estoy hablando de unos absolutos que mi propia incapacidad para abarcar, entender, manejar, los absolutos, desmiente. Ni con todas las mayúsculas del universo estaré más cerca de un absoluto que lo que mi limitada capacidad me permite. Así que, en un acto de humildad, que inevitablemente apunta a la soberbia, seguiré escribiendo esos conceptos con la falta de importancia que realmente mi mente percibe, con minúsculas.

¿Existe el bien? ¿Existe el mal? ¿Son las dos caras de una misma moneda? Según mi percepción, no, no y no, por el mismo orden de las preguntas.

Muchas veces, en un arranque de dolor, de desesperación, los creyentes se preguntan cómo dios puede permitir que suceda algo malo a alguien, considerado, inocente, o buena persona. Evidentemente, ciertas religiones sostienen que existe un dios omnisciente, omnipresente, omnipotente, por lo que sus creyentes viven en la engañosa sensación de que dios está permanentemente atento a todo lo que sucede, en una visión antropomórfica de dios, de un dios consciente y paternal, que solo los lleva a ver a ese dios como una fuerza interviniente de forma continua. Y siendo verdad, es absolutamente falso. Dios no habita la dualidad, porque la dualidad es contraria a su propia totalidad. Para dios, para ese principio generador del que ha partido todo, del que somos parte, no existen el bien y el mal, porque esos conceptos no tienen posibilidad de ser discernidos cuando todo es lo mismo, cuando todo lo es todo.

No veo a dos planetas discutiendo sobre la idoneidad ética de sus órbitas, como no veo a una estrella profundamente concernida porque su aproximación a un planeta lo ha abrasado y acabado con la vida. No veo a la Vía Láctea y a Andrómeda debatiendo sobre cuál de las dos  tiene un comportamiento más justo con los cuerpos estelares que contiene. No lo veo.

La dualidad solo es una percepción de la consciencia, y la ética, esa que se construye en función de parámetros culturales, históricos, religiosos y sociales, determina cual es la escala de valores que se aplica para separar las virtudes de los defectos, lo positivo de lo negativo, el bien del mal. Y como sus orígenes son diversos, sus fuentes de construcción variables, y su percepción evolutiva, vemos que lo que hoy está mal, ayer estuvo bien, y mañana vaya usted a saber. Incluso, sin movernos de hoy, lo que en unos lugares está bien, en otros está mal, lo que para uno está bien, para el vecino está mal, y uno de los grandes factores de frustración de la convivencia es la impenitente necesidad del hombre, individualmente, o en grupos constituidos, de imponer su criterio sobre lo que está bien y lo que está mal, a otros que están en desacuerdo.

Empezaba el texto diciendo que “Sin contrarios no hay progreso”. Claro, pero resulta que solo la consciencia necesita progresar, el resto de lo que es, incluso de lo que no es, y de lo que nunca ha sido, o será, se limita a transcurrir, a evolucionar. Y esto mismo nos pone sobre la pista de que la dualidad que se proclama, solo radica en la consciencia, y por tanto es una visión subjetiva del entorno.

RA

Me contaba mi amigo Antonio, Antonio Zarazaga, cirujano y pensador, que el cáncer, eso que todos percibimos como una enfermedad, una de las enfermedades cuya mención nos hace temblar, científicamente se podría considerar como una mutación celular no asumida por el cuerpo. Una suerte de intento del cuerpo por lograr algo nuevo, que no funciona. La epigenética, esa rama de la genética que estudia como nuestro comportamiento diario, nuestros hábitos y costumbres, varían nuestra carga genética, nuestro ADN, nos da una cantidad importantes de pistas sobre el tema.

Como no percibirlo, entonces, sabiendo de su alta capacidad mortífera, de su devastador progreso en los cuerpos, como una enfermedad, como un mal que lastima, pero esa percepción solo existe desde la dualidad de la interpretación humana de sus consecuencias, pero no desde una ética inexistente de las células afectadas. No desde una pretendida dualidad bien/mal que nuestro entorno no consciente desconoce.

Leído lo cual, habrá quién considere que yo estoy defendiendo la permisividad más absoluta, la erradicación de los valores, el caos y la anarquía. Bueno, esto último, correctamente definido, sí, el resto de los supuestos, claramente no. Y no, por dos motivos: uno, porque creo firmemente en la auténtica capacidad del hombre para ser libre, lo que comporta más obligaciones que derechos, más compromisos que veleidades, y la segunda porque el hombre es un animal social, y como tal, necesita de un cuerpo de normas de convivencia que la regulen, lo que no implica que sea imprescindible un administrador, o un guardian de las normas, diferente del cuerpo social que ha decidico acatarlas.

Lo que sí sostengo, lo que sí creo firmemente, es en el perverso manejo de los conceptos del bien y del mal, desde una perspectiva dogmática, que utilizan ciertos colectivos para coaccionar, limitar y manejar, la capacidad pensante de los demás, y acercarnos a la mayor de las frustraciones, el pensamiento uniforme, el pensamiento fuera del cual solo existen la condena, social, política, religiosa, y el mal. Sí, ese que no existe.

1 COMENTARIO

  1. Excelente reflexión sobre el Bien y el Mal.
    Definirlos en un consenso con la multitud interior que nos habita y la exterior con la que cohabitamos, es imposible, interesado, manipulador, opresor…relativo; Como bien haces ver.

    Aun así, existe un testigo insobornable que tiene la medida exacta de lo debido; pero habla tan hondo que su voz es casi imperceptible.

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