Comentaba, en una de esas charlas en las que la inteligencia de tu interlocutor –y en este caso amigo- obliga a la tuya a tirar de recursos y enriquecerse, sobre la situación general del país o País S.A. –que diría el Forges-. Esta banal y desesperanzada conversación, que hoy por hoy predomina incluso sobre los debates del fútbol o la poesía –por dios, la ironía, ¿donde queda la ironía?-, nos llevó en un recorrido típico de la economía a los parados, de los parados a la política, de la política al gobierno, del gobierno a los tribunales y sin pausa a la justicia. Y llegados a este punto yo me planté: hablemos de legalidad pero de justicia hay poco que decir, espeté a mi interlocutor.
Y ahí, en ese amargo, en ese oscuro punto de dolor moral y/o ético atrincheré mis más sentidas y emotivas posiciones. Ante la acometida de mi interlocutor reclamando la identidad de ambos términos yo me negué a que equiparación sea lo mismo que identidad. Negué que pueda haber un ministro –ni un ministerio- de justicia, si de legalidad, rebatí aún con más énfasis que los jueces actuales impartan justicia, si la aplicación de la legalidad vigente, y denuncié con rigor y pasión que el uso de las palabras puede trastocar el verdadero significado, la esencia íntima de los conceptos a los que pretenden referirse.
Sea, dijo mi interlocutor, dame algunos ejemplos.
– Que un individuo esté viviendo en la calle por no poder pagar una vivienda en tanto hay viviendas vacías con las que ciertos colectivos se lucran es legal, pero no es justo.
– Que algunas personas pasen necesidad cuando otras, individuales o colectivas, destruyen bienes para evitar fluctuaciones de precios que les perjudiquen es legal, pero no es justo.
– Que algunos nazcan con la vida resuelta y gocen oportunidades no merecidas más que por cuna en tanto otros por su simple nacimiento tienen todas las papeletas para acabar en la miseria y la estulticia es legal, pero no es justo
– Que alguien pueda ganar en un día lo que un continente entero sumido en la hambruna necesita para comer ese mismo día es legal, pero no es justo.
– Que haya personas que amasan fortunas por encima de la posibilidad de disponer, no despilfarrar, no malversar, disponer, de ellas es legal, pero no es justo.
– Que haya un ministro que grava económicamente el acceso de los más desfavorecidos a la legalidad con artimañas verbales y técnicas es legal, ya sí, pero no es justo.
– Que se condene a alguien a la muerte es, en algunos lugares, legal, pero no es justo.
– Que se prive a alguien de libertad a causa de sus opiniones es, en algunos lugares –en la mayoría-, legal, pero no es justo.
– Que los asesinos recalcitrantes, los ladrones contumaces, los violadores irredentos puedan pasearse en libertad entre el resto de los ciudadanos es legal, pero no es justo.
– Que lo que hoy es legal mañana pueda ser ilegal y viceversa es legalidad, pero no es justicia.
En mi opinión, y es la mía, la legalidad es un entorno técnico en algunos casos coloreado políticamente con claros visos de la preponderancia de unos colectivos que detentan la razón del momento –el poder- sobre otros que no siempre son peores, pero la justicia es un concepto únicamente ético o moral que debe de satisfacer la razón de un individuo, individual o colectivo insisto, sobre otro independientemente del poder que detente en ese momento o del tiempo histórico en el que se plantee el conflicto.
No me dio la razón, olvidemos imposibilidades, pero tampoco argumentó en contra de mis ejemplos. Parafraseando a Quevedo, cambiose de tema y no hubo nada, ni siquiera justicia.