El mundo parece estar en constante evolución, lo que crea una permanente necesidad de ampliar el lenguaje para poder describir nuevas situaciones, descubrimientos científicos, vivencias y artefactos propios de los tiempos que corren. Pero ¿Quién inventa las palabras? Podemos quedarnos con la mitología nórdica que achaca al tercero de los hijos del dios Borr la facultad del habla en el hombre, o tirar de nuestra más habitual Biblia en la que la palabra es el vehículo de dios para crearlo todo, incluso para denominarse a sí mismo.
En realidad las palabras tiene dos orígenes ciertos, el popular, y el erudito. Los términos populares suelen ser sonoros, descriptivos, directos, a veces, desafortunadamente, o no, son términos adaptados desde alguna lengua ajena; sin embargo, los términos eruditos suelen tener en cuenta la semántica, y por tanto son más previsibles, más descriptivos, más enraizados con el idioma al que van a enriquecer.
Desgraciadamente, también en esto, los políticos han decidido que para cambiar el mundo a su conveniencia, lo primero que tienen que hacer es inventar un lenguaje propio, un lenguaje que yo llamaría reversible, ya que cualquier cosa que digan puede significar lo que parece, si es que parece decir algo, o todo lo contrario. Un lenguaje que permita, en palabra inventada por José Luís Coll, y recogida en su diccionario, hablar “abiertamiente” (*)
Muchos han sido los inventores de palabras, en la ficción, como Matías Martí en “La Colmena”, que desde su mesa del Café Gijón, inventaba vocablos a medida, o en la realidad, empezando por el insigne humorista ya mencionado, miembro del dueto Tip y Coll, y siguiendo por autores tan destacados como Quevedo, padre de la expresión “perogrullada”, la “intrahistoria” de Miguel de Unamuno, o la “vivencia”, de Ortega, pero todas ellas se debían al ingenio, en unos casos, a la necesidad de describir, en otros, o a concretar situaciones inconcretas. Hasta ahora, hasta que la necesidad de confundir, de no comprometerse, de inventar lo ya inventado, desvirtuándolo, nos ha llevado al lenguaje reversible, al lenguaje populachero, o populista, al lenguaje epatante y redicho. Y aún no he mencionado, ni pienso hacerlo, ese engendro de la confusión, la hipérbole y lo rebuscado, que se llama lenguaje inclusivo, que más debiera de llamarse exclusivo.
Pues en eso estaba yo, recorriendo redes y noticias, cuando me asaltó un titular en el que se decía que no se qué ministro, o ministra, del gobierno, iba a topar el precio de los alimentos, y el de la luz, y el de… En mi perplejidad, en mi despiste, me pregunté ¿Qué lo va a topar contra qué? ¿Contra quién? Claro, me fui al diccionario:
“ Topar
- Embestir [un animal], con sus cuernos, contra algo o alguien, especialmente si es sin gran fuerza.
- Chocar o tropezar [una cosa en movimiento] con otra que se halla en su camino.”
Ya no voy a entrar, aunque ganas me dan, en que el término tiene un sujeto animal, o de cosa en movimiento. Así, que tal como yo pensaba, topar es tropezar, chocar, embestir ¿contra qué precio habíamos chocado? ¿Qué precio intentábamos embestir, sin gran fuerza, para apartar de nuestro camino? Bueno, es verdad que llevábamos meses topando, cada vez que venía el recibo de la luz, o echábamos gasolina, o pagábamos el gas, con unos precios imposibles para nuestra economía, pero eso no le daba más sentido a que el gobierno pretendiera embestir esos precios ¿pretendía cornearlos?
Finalmente comprendí que algún ministro lumbreras del léxico populachero, hay donde elegir, había decidido poner tope a los precios de los alimentos, y a los energéticos, y de tope a topar un simple recorrido por una falta de cultura digna de mejores escuelas, había soltado el palabro con la desfachatez propia de a quién todo lo que le rodea le importa un ardite, del que se cree gracioso porque los que le rodean le ríen las gracias, del que se considera soberano y que nadie es quién para pedirle cuentas, o contradecirlo.
Ahora tenemos el verbo topar hasta en la sopa, y los topos, de topo, animal que no ve tres en un burro, ideológicos que aplauden cualquier ocurrencia de los suyos “topan” con carros y carretas, con dimes y diretes, que ni dicen, ni desmienten. Si yo fuera uno de ellos escribiría que “ni dicen, ni diretan”.
Parece ser que el gobierno pretende LIMITAR ciertos precios, de la energía, de los alimentos, y han decidido, en un furor intervencionista que disimule su incapacidad de hacer una gestión mínimamente coherente y restañadora, una política en la que ofrece con una mano, mientras recauda hasta la asfixia de los más débiles con la otra, eso sí, a beneficio de los pobres, que cada día que pasa, y gracias a las políticas fiscales ciegas, sordas y dañinas, son más. Con el gobierno hemos topado, amigo Sancho, diría en estos tiempo Don Alonso Quijano.
Así que mientras el gobierno “topa” ciertos precios, mientras los ciudadanos contribuyentes nos topamos con un menor poder adquisitivo de nuestro dinero, mientras la recaudación de impuestos topa con los límites de la virtual cámara, pretende rebasarlos, que estuviera destinada a “incontener” lo recaudado, yo voy a ver si la providencia me hace atopar (verbo gallego que significa encontrar) un gestor de lo público más preocupado por poner en marcha soluciones, que por descubrir nuevas entradas para el diccionario del lenguaje reversible.
Que ustedes se sigan topando bien con la realidad de su voto.
(*)ABIERTAMIENTE – Que miente con toda franqueza y sin reserva.