EL HILO DE ARIADNA

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En el número treinta y siete de la calle de Abdón Terradas, se clava la casa de Adolfo, el marica oficial del barrio de la Melva.

Hasta hace cosa de dos años, era otro el que ostentaba el título: Pedro el Plumas, un jubilado postinero, limpio como la patena y siempre pintado como una puerta. Por desgracia, fue atropellado por un camión de reparto de butano cuando atravesaba la Avenida del Coronel Grande; al parecer, aquella tarde, Pedro hacía de pies en gala unas sandalias color crema de tacón de aguja.

No acostumbrado a tanta altura y con la prisa de cruzar a la otra acera, se le torció un tobillo y cayó al suelo sin tiempo para esquivar el susodicho camión de butano.

Los transeúntes que le asistieron en sus últimos momentos, pues finó a los minutos del arrollamiento, juran y perjuran que no paro de preguntar por sus sandalias; que si se habían manchado, que si no sé qué de los filis. Fue Adolfo, que se encontraba allí en esos momentos en el lugar del suceso, el que buscó las sandalias por el pavimento y se las llevó ante los ojos de Pedro “mire señor Pedro, aquí tiene sus sandalias. Están intactas. Se ve que son de una calidad inigualable”.

Pedro dibujó una amplia sonrisa antes de decir “pues para ti, Adolfito, que gastamos la misma talla y seguro que te van muy bien con esa falda plisada que me enseñaste el otro día.” Después de estas últimas y sinceras palabras, los ángeles se llevaron al plumas a un lugar seguramente mejor que éste y Adolfo, que hasta aquel día no había salido del armario, quedó nombrado por la plebe, el legítimo sucesor de Pedro el plumas.

Hoy domingo, Adolfo, ya liberado de su masculina prisión, ha salido a la calle a lucir ese palmito que Dios le ha dado. Subido en la herencia de Pedro, taconea sus pasos de diva delante de la mocería que frecuenta los billares Cíbola. Y allí, en esos diez metros de fachada, se suceden a un tiempo vítores e insultos, dioses y demonios, erecciones y futuras venganzas. Lo bueno es que a Adolfo ya todo le importa una higa, porque entre que si sí y que si no, el mundo ha perdido la necesidad de seguir rebotando contra el suelo.

Las medias de Lycra han fundido la tarde en negro y rombos. Adolfo, entretanto, con el un, dos marchoso de sus caderas, recuerda con una sonrisa, que tal día como este de hace tres años, juró bandera en el Campamento Santa Ana de Cáceres.

 

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