A veces surgen preguntas que, plateadas de una forma casual, casi inocente, remueven los cimientos de la vida, y replantean la necesidad de explicar, de explicarse, momento en el que es fácil darse cuenta de que esa pregunta no puede responderse con un sí, o con un no, ni siquiera puede ser una respuesta en la que se debe dejar de lado, difícil a pesar de todos los esfuerzos, a pesar de todas las prevenciones, la experiencia personal de cada uno.
Si tu pareja te ha sido infiel ¿puedes perdonarla y seguir conviviendo? La primera respuesta, la respuesta socialmente más aceptada, es un no bastante contundente, sin reparar en situaciones, en matices, invocando faltas de confianza, o quiebras de amor, que, por otra parte, son tan matizables, tan individuales, como la respuesta inicial misma.
¿Bastan unas líneas, para hacer una catarsis del tema en cuestión? ¿Es la situación tan habitual como para poder en poner en riesgo nuestra base misma de la sociedad tradicional basada en la pareja? ¿Es realmente la pareja la base social ideal para el hombre? Y así van surgiendo preguntas, cuestiones, que llevan a replantearse todo lo vivido, todo lo aprendido, e, incluso, las existencias de papel que el planeta pueda proporcionar. En realidad, y con toda la sinceridad de la que cada uno es capaz, un simple acercamiento no banal del tema, puede tener, también, una extensión inasumible para el formato de publicación que manejamos.
Primero habría que saber que consideramos como una infidelidad, cuales son los componentes de la infidelidad que la hacen dolosa, y, por tanto la señalan como causa de una ruptura emocional. Pero, seguramente, tampoco en este punto va a existir una única respuesta, porque esa razón, ese componente, puede ser moral, puede ser emocional, puede ser social, o puede ser todo ello al mismo tiempo. Lo que, sin duda marca una frontera, es el conocimiento del hecho. Dice el dicho: “ojos que no ven, corazón que no siente”, pero habría que preguntarse si esa ignorancia favorece el perdón no concedido por ignorado, o simplemente demora una dolencia emocional que a la larga aumentará el daño inferido a la pareja.
¿Qué es una infidelidad? La idea más extendida es que es una quiebra en la exclusividad sexual mutua de una pareja, pero a mi esta posible definición me parece maniquea, moralmente pacata, porque eso supone que solo el vínculo sexual supone una quiebra del compromiso de exclusividad al que la pareja se compromete, lo que deja fuera múltiples posibilidades de ocultaciones emocionales no consumadas. Por no hablar de las parejas abiertas, de poliamor, de poligamia, de poliandria, de los intercambios y de otras formas de sexo con más de dos componentes, o de sexo social en el que el visitante es agasajado sexualmente por el anfitrión, poniendo a disposición del invitado el sexo con los componentes de la familia, costumbre aún viva en algunas sociedades.
El primer componente de la infidelidad, para que esta pueda ser considerada como tal, según mi criterio, es el engaño, es la ocultación. Pero si este es el primer componente, en el momento en que se confiesa, en el momento en el que se comparte, ¿debería de considerarse la infidelidad como superada? Si consideramos que sí, eso supone que el daño deja de existir, lo que la vida real desmiente, ítem más, se considera que ahí empieza el daño irreparable; claro que responder que no, es cerrar todas las puertas a una posible reparación de la convivencia.
Parece claro que hay algunos elementos más en el daño inferido al engañado, el tipo de infidelidad, su duración, e incluso, no lo olvidemos la forma en que es comunicada.
La combinación de estos tres componentes, su percepción por la pareja, hace que los caminos de la convivencia se cierren definitivamente, o puedan tener algún atisbo de continuidad. Tampoco son desechables las circunstancias familiares, económicas y sociales de los individuos, a la hora de tomar determinaciones de continuidad y de ruptura, incluso de consideración del perdón.
Las infidelidades, por su duración, podríamos considerarlas como puntuales, pertinaces y esporádicas, pudiendo, las pertinaces, a su vez, dividirse en únicas, o múltiples.
La forma de conocer una infidelidad también influye mucho en el daño que recibe la parte engañada, no es lo mismo una confesión espontánea en la que se procura una reconciliación y merma de daño al engañado, que la comunicación soberbia y agresiva del que se muestra indiferente al posible daño inferido, que la que se recibe de un tercero que descubre la situación. El daño es el mismo, las secuelas son diferentes.
Y tampoco debemos olvidar, a la hora de evaluar la situación anímica del engañado, el tipo de infidelidad cometida, que, aunque en algunos casos va directamente relacionada con la duración, tiene sus propias complejidades. Posiblemente haya más, pero así, a bote pronto, se me ocurren: pasión, enamoramiento, calentón, desánimo, o necesidad.
Y por último, o no, tampoco debemos desechar en esta infinita variable, la personalidad ética, moral, de cada uno de los protagonistas de la infidelidad. No es lo mismo la infidelidad de alguien que vive una ética absolutamente liberal, que la de aquella persona que critica ferozmente en los demás su propia práctica.
Tal como auguraba, esto se alarga, y apenas hemos sido capaces de rascar superficialmente en el tema, de definir, con muchas prevenciones, lo que sería una infidelidad, y enumerar las posibles circunstancias y características que pueden influir en el ánimo de una pareja, en el momento en que ambos son conscientes de la existencia del engaño.
Pero falta por hacerse una última y fundamental pregunta ¿Olvido, o perdón? Y esta sí que es una cuestión determinante en el desarrollo del proceso post conocimiento, porque el perdón es una acción voluntaria, pero el olvido es una meta habitualmente inalcanzable. La gestión de la memoria está fuera del alcance voluntario del individuo.
Al final, la respuesta es, inevitablemente, una respuesta personal, una respuesta que emana de las propias vísceras del interrogado, sin que el raciocinio tenga nada que decir en su construcción, ni en el resultado de la experiencia, salvo que, y esto también estará lleno de incertidumbres, que no haya vivido la experiencia, o que ignore que la ha vivido. Y esta respuesta siempre estará matizada por los agravantes y atenuantes que la escala de valores de los protagonistas provea.
Al final, hablar de la infidelidad, así, en genérico, es hablar de una infidelidad, la que cada uno pueda conocer, o haber sufrido, y en el mismo camino se encuentra poder decidir si hay perdón, o hay posibilidad de olvido. Cada persona, cada relación, cada circunstancia, introduce variables que modifican la respuesta. Así que la conclusión es bastante obvia, no intentes saber cuál sería la respuesta de otra persona ante una infidelidad. No pretendas, ni siquiera, saber cuál sería la tuya puesto en la situación.
Yo, en caso de que me encontrara en la situación, y tuviera que tomar una determinación, haciendo un ejercicio del que no me hago responsable, salvo que llegue el momento, si puedo establecer, conforme a mi escala de valores, conforme a lo poco que sé de mí mismo, que hay ciertas cosas que me costaría infinitamente perdonar:
- La actuación comparativa. Esa tan de moda entre nuestra sociedad en todos los temas, que pretende que todo acto está justificado si otro también lo ha cometido. Me parece cobarde, me parece ventajista. Cada uno es responsable de sus actos, e intentar escudarse en los ajenos es una forma de mirar para otro lado. Y si, además, el achacado al otro es absolutamente imaginario, es una fantasía conveniente, apaga y vámonos, se llama coartada, y es aún más cobarde.
- La ley del embudo. No concibo que alguien que critica en los demás actos y actitudes, considere que puede llegar a justificar los propios idénticos, como si fueran otra cosa.
- La mentira continuada. No solo por la quiebra de la confianza, que también, si no por la humillación que supone el desconocimiento, la indefensión respecto a los que sí, inevitablemente, lo saben. La humillación de entender situaciones y palabras que de forma inconsciente se deslizan, y que a toro pasado iluminan lo sucedido, pero que en el momento de producirse crean sospecha y tristeza.
- El uso de la infidelidad como agresión al otro. Desgraciadamente sucede, y es una conducta que entra de lleno en el maltrato psicológico de la pareja. Creo que en este supuesto, los comentarios sobran. La crueldad, la falta de empatía, la ausencia de un sentimiento sano, se retrata de forma nítida.
Insisto, para mí, para mi escala de valores y sin enfrentarme a la situación real. En todo caso, el perdón es complicado salvo que se produzca una catarsis, un proceso conjunto y sentido de revisión de todo lo sucedido, sin mentiras, sin imposiciones, sin atajos, dejando en carne viva la relación para eliminar todo lo nocivo que contenga. ¿Y el olvido? El olvido no existe.