CARTAS SIN FRANQUEO (CXX)- LAS TETAS DE AMARAL

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Y digo yo, ya que me requieres la opinión, ¿Qué aspecto de la cuestión es el que habría que abordar en este tema? ¿Cuál es el que interesa a la opinión no publicada?

Porque el tema, de puro simple, es tremendamente complicado, lleno de aristas: históricas, intelectuales, morales, políticas, sociales, religiosas… y estéticas, porque aunque los nuevos inquisidores pongan el grito en el cielo, la arista estética también existe. Y en cada uno de estos aspectos, el análisis difiere radicalmente del resultante de los demás.

Pero lo que enfrenta a la sociedad, lo que marca un debate que revela una sociedad profundamente dividida en sus percepciones, en sus reacciones, es una posición de componente emocional, tal como se puede deducir del argumentario inicial para responder a la pregunta de qué piensa, y en muchos casos una alineación, a la hora de pronunciarse, ideológica que nada debería de tener que ver con el hecho concreto.

Yo no veo a la cantante de Amaral alineada con las FEMEN, como no percibo otra intencionalidad en su acto que la de enfrentarse a una censura de parte, no muy diferente en el fondo de la censura de parte contraria, y solidarizarse  con compañeras de profesión víctimas de esa censura. Solidaridad que a mí me parece correcta, como incorrecta me parecería que esa solidaridad tuviera una intencionalidad ideológica que haría que yo no compartiera su fondo, y dejaría fuera de ella a una gran cantidad de gente.

Pero, antes de seguir, dado que el autor tiene unos cuantos años, la mayoría de los cuales se han usado con el criterio de vivirlos y tener una percepción no solo intelectual, si no vivencial, de su transcurso y vicisitudes, que les cuente una historia que me parece similar, pero que se desarrolla allá por el final de los sesenta y principio de los setenta.

Debía de correr el año sesenta y nueve, cuando en mi pandilla de veraneo, allá en la Galicia lúdica y costera, frontera con Portugal, Miño de por medio, se abrió un debate, porque en mi pandilla teníamos debates, nos posicionábamos, bebíamos queimada antes de haber cumplido los dieciocho años, y cantábamos con ánimo provocador y a voz nocturna en grito, en las cercanías del cuartel de la Guardia Civil, en la que trabajaban algunos conocidos, porque lo cortés nunca ha quitado lo valiente, aquella copla de Federico García Lorca que decía: “Guardia Civil caminera, dame unos sorbitos de agua”, y cantaba Aguaviva, se estableció el debate, decía, sobre la práctica del nudismo en nuestras excursiones de tarde a las pozas, a las cascadas, o a cualquiera de aquellos lugares que el río nos prestaba para bañarnos en rincones recoletos, apenas visitados.

Pasar del debate a la práctica, fue cuestión de convicción, de tal forma que durante algún tiempo, dentro de la misma pandilla, algunos practicábamos y otros no, sin crear ningún conflicto, y con absoluto respeto a las posiciones de cada uno.

Pero, añoranzas aparte, consideraciones éticas, morales, estéticas y de cualquier tipo, aparte, la realidad es que en aquella España tardo franquista, el nudismo estaba prohibido. Prohibido y perseguido. Y esta persecución, dura, inclemente, con muchos detenidos en toda Galicia, en playas emblemáticas para aquel movimiento espontáneo y rebelde, como la de Barra, o la de Figueiras, o tantas otras, se traducía en redadas y detenidos, en persecuciones y multas. Claro que la persecución más feroz no provenía, como podría sospecharse, de la autoridad competente, la más feroz persecución provenía de los lugareños, de los chavales de una edad semejante a la nuestra que habitaban en los núcleos de población cercanos a los lugares que frecuentábamos, que consideraban nuestra práctica como una provocación intolerable, seguramente siguiendo la posición familiar; tan intolerable que nos apedreaban, nos insultaban, nos acosaban, llegando, una vez, una sola vez, a prender fuego a nuestro alrededor, situación de la que salimos con algunas quemaduras, y mucha suerte.

Y ahora, tantos años más tarde, observo con perplejidad que, a pesar de la despenalización del nudismo, de la práctica casi habitual de tomar el sol sin parte de arriba del bañador femenino, de la presencia habitual de las tetas femeninas, porque las masculinas nunca se pusieron en cuestión, en películas, en desfiles de moda, en playas e, incluso, en parques públicos, aún hay personas que se escandalizan porque una cantante decide usar sus pechos, una parte de su cuerpo cuya única característica diferencial, respecto a muchas otras, es su uso erótico, como lo fueron los tobillos, las corvas, o los muslos, hace ya años, en nuestra zona de civilización, o el pelo, las formas femeninas, o la boca, en el mundo musulmán, para reivindicar una parte evidente de la libertad individual que el sistema político pone permanentemente en cuestión.

Yo, si no fuera hombre, me uniría a la reivindicación de que cada uno enseñe lo que quiera, siempre y cuando esa exhibición no suponga una provocación, una agresión, tal como hacen colectivos, tan intolerablemente integristas como los contrarios, como las FEMEN, o como hacen los exhibicionistas, que haberlos “hailos”, aunque para esa existencia precisen de quién se escandalice con su presencia (principio de acción-reacción).

El cuerpo humano, íntegramente, sin restricciones, ni zarandajas, es propiedad del humano al que le pertenece, y está en su derecho de taparlo, enseñarlo, restringirlo o disfrutar con él, faltaría más, pero, como siempre sucede con todos los derechos, su exhibición, su uso y disfrute, debe de estar sujeto a la no agresión a los demás, pero este es un concepto delicado, un concepto que, como las mismas libertades, depende de esa educación que el sistema nos escamotea, esa educación de valores que debería de fomentar la libertad, la tolerancia, la convivencia, pero que solo parece preocupada en enseñar la libertad de los afines, la tolerancia ilimitada con los suyos y la convivencia sin discrepantes.

Así que finalmente, y cogiendo las diferentes aristas de las que en principio hablaba, a mi las tetas de Amaral me parecen:

  • Estéticamente agradables
  • Artísticamente semejantes a las de la Libertad de Delacroix.
  • Reivindicativamente equiparables a las de mis amigas gallegas de los años setenta
  • Culturalmente alimenticias y parte fundamental de la vida.
  • Socialmente agitadoras de conciencias e inconsciencias.
  • Históricamente herederas de aquellas matronas renacentistas, o de esas figuras de diosas de grandes pechos que nos llegan de la antigüedad.

Y poco más me queda por decir, creo que es evidente que yo, si soy algo es favorable, pero es que me parece que la postura correcta es no ser ni favorable, ni desfavorable, es ser respetuoso, y consecuente, sobre todo, consecuente.

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