CARTAS SIN FRANQUEO (CXVII)- LA DIGNIDAD DEL VOTANTE

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Tal  vez, con toda seguridad, el más lamentable, el más preocupante indicador de la degradación de la democracia en España, de la miseria ética y moral a la que los manejos partidistas nos están llevando, sea la pérdida de la dignidad del votante, ese entreguismo ciego y perverso a una socavante pertenencia a unas siglas, a un partido, a una idea, tal como se está llevando a cabo actualmente, absolutamente contraria a lo que es una democracia que no se quede en lo puramente formal. A una idea cuya única justificación, cuya única vocación es el ejercicio del poder sin admitir cortapisas de controles externos, sin permitir cuestionamientos éticos de ningún tipo, sin asimilar críticas o compromisos.

 

He denunciado varias veces, y lo sigo haciendo, más desde el bochornoso espectáculo post electoral, que la aplicación sistemática de la ética comparativa, en lenguaje llano: y tú más, es simplemente aberrante, porque lo que permite, lo que fomenta, lo que introniza, es la posibilidad ilimitada de justificar una falta absoluta de ética, presuponiendo, o invocando, una falta de ética del contrario. En castellano antiguo, todo lo que haga está justificado porque el otro también lo hace, o puedo argumentar que lo hace.

Puedo matar, porque otro ha matado. Puedo robar, porque otro ha robado. Puedo mentir, porque otro ha mentido. Puedo gobernar desastrosamente, porque otro ha gobernado desastrosamente. Y así hasta la nausea, hasta el infinito, hasta la construcción intolerable de una sociedad sin otro valor de referencia que una auto justificación irreversible.

Está entre las artimañas del poder cualquier actuación que le permita perpetuarse. Está en la esencia del sentido democrático que la mayor oposición, que el análisis con mayor rigor y nivel de exigencia, del ejercicio del poder, debe de proceder de los votantes, y, en una democracia sana, bienintencionada, eficaz, los más rigurosos, los más exigentes, los más inflexibles, deben de ser los afines al poder, los que han votado esa opción, porque quien ejerce el poder dice, ahora solo es de boquilla, ejercerlo en su nombre, y por su mandato.

Esa exigencia, esa inflexibilidad ética, absolutamente contraria al fenómeno fanático de pertenencia y obediencia, que estamos viviendo, es precisamente ese depósito de dignidad y ciudadanía que si el votante ejerce, garantiza la salud de la democracia.

Hoy por hoy, visto lo visto, se jalea, se festeja, se premia, la mentira; se compra sin reparar en gastos, ni consecuencias, porque lo que buscamos no es una sociedad sana, una democracia fuerte, lo que se busca es el predominio de un bloque ideológico sobre otro. No importan los medios, no importan los daños, no importan, nada en absoluto, el presente o el futuro, solo importa el predominio, el poder, la erradicación de lo diferente bajo la sospechosa premisa de que todo lo que es distinto, es peor; idea con unos evidentes ribetes xenófobos, intolerantes, totalitarios.

Es urgente, es imprescindible, es fundamental para un futuro democrático y en libertad, recuperar cuanto antes la dignidad de los votantes, su ejercicio como censores exigentes de los desmanes en los que, inevitablemente, por su propia esencia, incurre el poder durante su ejercicio, y desmontar todos los mecanismos, todas las argucias, todas las añagazas con las que el sistema, instalado en el poder, y con todos los recursos a su alcance, nos está desviando de una sociedad deseable, igualitaria, equitativa y tolerante. O sea, lo que comúnmente se conoce como una sociedad libre y saludable.

Yo, por lo de pronto, no volveré a votar, ni siquiera en defensa propia, a nadie que considere que me haya mentido, que me haya intentado manipular, que haya ejercido la ética comparativa, que haya robado, que haya descalificado a nadie por sus ideas, por muy equivocadas que estas puedan resultar, a nadie que vulnere los principios básicos de la democracia. No votaré a nadie al que considere más preocupado por denunciar la maldad ajena, que a demostrarme con rigor y detalle su propia bondad, y no me bastan las ideas, no me bastan las propuestas, no me bastan los populismos, no me bastan los qués, necesito saber los medios, los recursos, una análisis de las consecuencias, un informe riguroso e independiente de técnicos en la materia, necesito los cómos.

Seguramente estoy planteando un camino difícil, pero no tanto. Un primer paso, y no pequeño, serían las listas abiertas y la circunscripción única, eso me permitiría votar por convicción de eficacia, sin tener que circunscribir mi voto a unas siglas con las que no tengo por qué compartir la totalidad de mis convicciones, y además, con la circunscripción única, tendría la garantía de que mi voto tiene exactamente el mismo valor que el de cualquier otro ciudadano de cualquier otro lugar del país. Seguiría con una democracia de cercanía, y con la representatividad de los votos en blanco, pero esto ya es más avanzado. Ahora, ya, son imprescindibles medidas que corrijan el rumbo errático, fanático, dañino, de la democracia española.

Yo he decidido recuperar mi dignidad de ciudadano, como votante. Yo, desde aquí, desde este mismo instante, exijo a todos los demás que recuperen esa dignidad que ahora mismo está puesta en cuestión, y que parece ser objeto de burla por los supuestos representantes de la ciudadanía. O eso, o lo que nos espera, como lo que vivimos, será francamente lamentable.

1 COMENTARIO

  1. Lamentablemente, la historia suele repetirse y esta época, salvando las distancias lógicas, se parece mucho en lo político a la España PREVIA a la “dictablanda” de Miguel Primo de Rivera, curiosamente sobrevenida justo hace un siglo.

    Un artículo de muchísima lucidez política.
    Esa utopía democrática que describes que acabaría con la oligarquía de los partidos, es la misma que yo defiendo.
    Sí, hay que recuperar la dignidad del votante, único fundamento de la democracia.

    Muchas gracias.

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