TEORÍA DEL DES-DESAMOR

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Confieso que he vivido no significa que no siga viviendo o que todo lo que haya vivido hasta ahora no sea un gran error. Es un gran error acrisolado por todos, no solo en una fecha sino en la idea fija de que, lo que comenzó y cómo comenzó, es el instante que marca el futuro de una pareja. Catorce de febrero, un punto de fijeza al que nos asimos para dar consistencia a algo inasible que fluye y que probablemente nunca se encuentra. ¿Para darle consistencia, o para aferrar al otro a un compromiso, a un devenir obligado, a una ética de sujetarnos a lo que solo fue un momento fugaz e inicial, como todos, y que nos empeñamos en considerar que determina lo demás, ignorando los cambios?

 

En el prólogo a mi último poemario –Damapola, la dama del mercado–, aún no publicado, mi queridísima Sari Fernández Perandones se refiere a mí como un Platón de la Malvarosa, siempre empeñado en encontrar lo que no existe, a pesar de que sea una quimera y yo lo sepa. Se refiere a mí como una hoguera de emociones andante, que termina en un mar de lágrimas, alguien que no se cansa nunca, un corazón primaveral, indomable, inasequible al desaliento, soy, al parecer, un empeño de romanticismo, alguien en desuso, irradiado del convencional vivir. Creo que es verdad y además me gusta.

La mayor parte de los escritores contemporáneos son unos burgueses. No arriesgan nada en la vida, no subliman la realidad destilando emociones verdaderas. Aparentan que viven emociones y las venden, si tienen suerte, cuando, en realidad, solo son unos mercaderes, mediocres en su esencia más íntima disfrazados de literatura para ocultar que solo son vendedores de humo. La literatura, sin embargo, es un espacio sagrado en el que hay que purificarse antes de entrar. El amor también lo es. Hoy quiero reconciliarme con todos los amores que he tenido, no por expiar culpas propias ni perdonar las ajenas, sino porque nadie es responsable de los fracasos amorosos. Mi día de los enamorados está siendo un día de los desenamorados y de los que se quieren enamorar pero que, no obstante, tienen otra perspectiva.

El amor es uno de los grandes fracasos colectivos que a todos nos afecta individualmente. Creo modestamente haber descubierto porqué. Y por eso estoy emocionado y al tiempo melancólico y al tiempo exultante y al tiempo esperanzado y desesperanzado, enamorado y desenamorado, o incluso quizás des-desenamorado. El des-desamor es un retorno en abstracto al amor, después del desamor concreto determinado en otra u otras personas. Es una vuelta pero condicionada a una nueva perspectiva. Eso tan de moda a lo que se refieren los enterados cuando predican lo del desaprender. Los últimos meses, los he vivido así, envuelto en una mar conceptual construido de palabras que no parecían llevar a nada más que a la divagación. Hubiera merecido el calificativo de diletante, en plan despectivo, si no fuera porque esta mañana me he dado cuenta de todo lo que he ignorado durante tantos años, quizás desde que me enamoré de mi profesora de párvulos, o luego de Reyes, la niña que me enseñó desde la inocencia más absoluta el erotismo más bello cuando, simplemente, me iba a buscar a la pista de hockey sobre patines mirándome de una manera ruborosa y pícara, o desde aquel mi amor platónico de infancia a la que siempre evocaba, y luego, desde todos los amores vividos como cuentas de un rosario de expiación. Desenamorarse para enamorarse otra vez, pero con otra perspectiva. Esa es la cosa. Desaprender el amor.

Me he desenamorado muchas veces, quizás demasiadas para algunos. Probablemente no sean todavía bastantes, quizás falte una penúltima, o quizás no. Nunca se sabe. Lo que hay que saber es otra cosa más importante. En el amor, hemos fracasado todos porque idealizamos el inicio como punto de referencia inamovible de lo que tiene que ser, como punto fijo e inmutable que determina todo. Siempre volvemos la cabeza atrás para reconvenir o para moldear el presente sujetándolo a promesas hechas, o a ideas preconcebidas, o a compromisos, o a la idea que nos formamos por algo que dijo el otro, o porque, ya en la prisión del matrimonio, el amor era algo así como una escultura del otro puesta en el cuarto de estar para hacerla culto. El amor no se tiene ni se sostiene, ni está estancado, ni parte de una fecha, ni es un instante congelado. Des-desenamorarse implica haberse desenamorado muchas veces para volver al carril del amor pensando que es un viaje que inicias con alguien hacia un punto del horizonte, debes pensar que se trata de una búsqueda compartida sin fijezas, sin anclajes, sin lastre, pues el amor no es él o ella. Estos son nuestros acompañantes en la búsqueda. En el des-desamor, lo vivido fluye y se incorpora a las nuevas experiencias que vienen, todo transita hacia y con la persona que te acompaña, nada de atrás condiciona el comportamiento, nada debe asfixiar porque nada tienes mientras andas el camino que se hace al andar. Un día te coges de la mano de alguien y te pones a andar y entonces puede ser muy romántico que ese alguien tenga unas arrugas bellísimas en el rostro y tú te des cuenta, no de que ese rostro que amas es el amor, sino de que esas arrugas son los senderos del mapa del amor que has de andar con ella. Entonces no has de dar por sentado que ella o tú ya amáis indefectiblemente como si os hubierais sentado a compartir la merienda en el parque y entonces todo empezara y acabara ahí para siempre. Lo que has de ver es que alguien ha decidido compartir contigo la búsqueda del amor, y que os habéis puesto a andar. Nada más.

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