MIS HIJAS VIVEN EN LILIPUT PERO YO NO SOY GULLIVER SINO UN ROMÁNTICO EMPEDERNIDO

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Gracias a Whatsapp y a Facetime resulta que puedo estar divorciado a distancia y unido a mis chicas, que ahora resulta que también viven fuera de casa y se dedican al estudio, a la fiestuqui y un poco a cuidar de sus respectivos apartamentos de estudiante. Carmen vive con Nuria y Ana, la panteras de Baleares, y Blanca vive con Miguel, aprendiz casi filosófico de fisio, y con una de las gacelas Thomson, Tere, estudiante de enfermería, una monada concentrada de ternura.

fotocompoisición plazabierta.com

Por Facetime se me antoja que viven en Liliput. Las veo diminutas en la pantalla pero al propio tiempo domésticas y dominables, como cuando eran pequeñas. Blanca hoy estaba preciosa haciéndose la cena, con el pelo recogido y contando cosas. Carmen, ayer, estaba cansada de las horas de estudio, todas ellas, las malditas horas, una tras otra febriles hasta pasar de la decena, refugiada tras las gafas y hablando a la fuerza, de purito cansancio. No soy Gulliver. Amo a mis hijas, pero no me atan derribándome con lazos, y aunque hablando con ellas por Facetime me siento como el gigante del famoso cuento, me noto libre y creo sinceramente en su independencia y libertad, lo cual no quiere decir que eso se traduzca en que necesariamente tengan que hacer lo que les da la gana.

Luego dicen de las redes sociales, pero sin ellas estaría completamente perdido a la hora de relacionarme con mis hijas. La deriva del mundo te puede apartar mucho si haces un movimiento inesperado, y entonces te cambia la dinámica de los días. El caso, a pesar de todo, es que me encuentro bien en Castellón, ribereño del mediterráneo resulta que tributo a sus aguas dejándome estar entre poético y filosófico, menos interesado por la política y por las creencias. Las ideologías dividen a la gente. Parece mentira que no seamos conscientes de que somos pasto de lo contingente sacrificando lo más grande sin mayor beneficio. El otro día, al arrebujo de una conversación entre amigos filosóficos, le pregunté a una dama, muy marcada ideológicamente, si sacrificaría su ideología por los valores universales como el amor o la libertad. Me contestó que sí y aunque la respuesta me satisfizo, dejé un margen de escepticismo a la espera de su evolución. Hemos hecho de lo contingente lo más absoluto y la moneda de cambio que determina el flujo de nuestras relaciones, craso error. Pero eso no siempre ha sido así en Europa. Carmen y Blanca son mujeres demasiado jóvenes como para que sus creencias o ideología no muden. A mí nunca me ha importando si son de derechas o de izquierdas, como tampoco qué creencias religiosas tienen. No amo a mis hijas por sus valores contingentes sino por su esencia. Lo contingente no puede condicionar mi amor por ellas. Hay gente que no se enamoraría nunca de alguien que no tuviera la misma ideología, como hay gente que no admitiría ateos en su familia o viceversa. Creo que las ideas y las creencias han hecho mucho daño a nuestras sociedades. Hablar de política en plan proselitista me parece una vulgaridad, pero confesarse religioso pretendiendo afirmarse frente a quienes niegan la fe, me parece un sacrilegio. Lo mismo pienso de los ateos recalcitrantes y de todos aquellos que se creen nacidos para salvar el mundo.

No me amigo de alguien por su ideología ni me enamora de una mujer algo que no sea su mirada, su verticalidad aplomada en el mundo, su sensibilidad y el lazo invisible que la anuda y me vincula a ella. El romanticismo es lo único que se ha enfrentado al racionalismo en la Europa Moderna, de ahí que el romántico decline la ideología y la desdeñe. El romántico puede morir por un ideal de amor concretado en una mujer, y eso le convierte en un héroe, pero cuando el romanticismo se une a lo político surgen los nacionalismos o las radicalidades exacerbadas, purita gasolina incendiaria que hizo a Europa en su día un hervidero de sangre y muerte. Lo contingente no bebe de lo universal. No se puede amar al fascismo o al comunismo, o, al feminismo de cuño extremo, pongo por ejemplos, como tampoco a los credos moderados, porque no se ama lo que muda sino lo que permanece. Se ama aquello inmanente en alguien que te reporta la mirada cuando es sincera, cuando se cruza contigo definitiva y caliente, pero con el calor de la complicidad que prende fuego, dicen, en siete segundos. Yo creo ya en un amor más hecho a medida de un buen fuego que lo alimente, eso, claro, después de un primer parpadeo de lo posible y, por aquello que dijo la poetisa, de las palabras necesarias sin cuyo concurso rutinario el amor no se alimenta. Claro que para esas cosas no vale el face time. Dos amantes siempre son dos gigantes que han de prender la hojarasca rozándose los labios.

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