MACHISMO O IDIOTEZ

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Cuando las cosas se llevan a los extremos, el resultado más normal es que salten chispas por todos los lados. Hemos alcanzado o estamos muy cerca de alcanzar la cumbre de la intolerancia y de la idiotez, donde la imposición y la condena a los que no piensan igual que determinados grupos o corrientes de opinión es el modus operandi, hasta el punto que los librepensadores -como género neutro-,   nos estamos convirtiendo en una especie en extinción.

Aunque, el problema, no es tanto el pensar de una manera o de otra, sino todo lo contrario, el no pensar, siguiendo a pies juntillas determinadas tesis sin demostrar con razonamientos la idea que tratan de imponer, globalizando o extrapolando lo que debería ser una línea argumental, sin criterio propio, midiéndolo todo en términos de bueno o malo o de blanco y negro, olvidando la enorme gama de grises que puede haber entre uno y otro; lo que, al final, se traduce en auténticas “falacias ad populum” que, no es otra cosa que la apelación a la popularidad de una reclamación como una razón para aceptarla, todo ello por el único deseo personal de pertenecer a un determinado grupo, encontrando con ello seguridad y protección, bajo el argumento que si un número elevado de personas piensan de una determinada manera no todos pueden estar equivocados.

Al final, no es otra cosa que la conversión a una determinada doctrina que transforma a los sujetos seguidores o defensores de la misma en adoctrinados, siendo la causa de su lucha la falta de flexibilidad frente a conductas contrarias a las que ellos propugnan, hasta el punto que el fanatismo es el resultado final.

Tal es el caso de ver demonios donde no los hay, atacando sin piedad a los interlocutores que no les dan la razón, como es el caso de la polémica que ha originado la decisión de los nuevos propietarios del Campeonato del Mundo de Fórmula Uno de reemplazar las chicas de la parrilla con niños en la temporada de 2018, a los que se ha bautizado Grid Kids o chicos de la parrilla.

El motivo, no es otro que considerar que dichas azafatas y su atuendo constituye una actitud que denigra a la mujer y que, por ende es machista, cuyas consecuencia más inmediata será la pérdida de empleo de aquellas.

Ante esta situación, la pregunta que corresponde hacer a las feministas que han condenado a dichas azafatas, es dónde ven el ataque a la dignidad de la mujer, el hecho de que unas chicas, en uso de su libertad personal hayan aceptado este tipo de trabajo cuyo atuendo puede ser más o menos sensual. ¿Acaso el hábito hace al monje?, o dicho de otra manera, ¿el hecho de enseñar sus piernas o resaltar sus curvas, con más o menos voluptuosidad, es suficiente para convertir a la mujer en un objeto?.

Además de ser una profesión no solamente reservada a la mujeres, habida cuenta que también existen azafatos que con ropa también corta e insinuante, desempeñan el mismo trabajo; lo realmente incomprensible es que solamente se reduzca el tema a una cuestión de deseo sexual o, aún peor, considerar a la mujer por su forma de vestir solamente en un objeto de deseo.

El problema, realmente no está en que ellas vistan de una manera o de otra, sino como determinados hombres pueden faltar el respeto a las mujeres por tal circunstancia, porque pensar de esa manera es tanto como admitir que su único fin es el de la provocación y que todos los hombres son algo más o menos que cerdos machistas que babean ante una mujer guapa, sobre todo cuando sus encantos son puestos de manifiesto de manera más o menos ostentosa que, en este caso no lo es, porque poco difiere dicho atuendo del que puede llevar en verano cualquier mujer y también cualquier hombre.

“porque pensar de esa manera es tanto como admitir que su único fin es el de la provocación y que todos los hombres son algo más o menos que cerdos machistas que babean ante una mujer guapa”


Es cierto que el sexo vende, pero vende igual para unos que para otros, o acaso  las mujeres no sentimos nada ante un hombre con un cuerpazo diez. Pero lo que se vende no es la mujer, sino el producto que con su colaboración patrocinan.

Creo que la cuestión de fondo es la dignidad con la que las azafatas de las parrillas hacen su trabajo, es decir, haciéndose valer como personas, comportándose con la responsabilidad, seriedad y respeto, tanto hacia si mismas y hacia los demás, sin dejar que las humillen ni las degraden. Y, por lo tanto, no reducir todo a una cuestión simplemente material o de forma, porque algo tan excelso como es la mujer en si misma no puede someterse a límites tan pueriles e incluso retrógrados; convirtiendo en indigno el trabajo que ellas mismas han elegido.

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