Leo, sin asustarme, en el ABC , sección ‘sociedad’ y firmado por un tal Enrique Serbeto, que Holanda – ahora hay que llamarla ‘Países bajos’, tengo entendido – se va a aprobar en breve (antes de que acabe el presente año) una especie de píldora, tableta, cápsula, gragea, o similares, que va a mandar a vaya usted a saber dónde, pero lejos de esta valle lleno de lágrimas amargas a todo personaje mayor de setenta tacos que decida unánimemente – él y élmismo a la vez – dejar este mundo cruel, sin que medie para conseguirla e ingerirla la prescripción de médico alguno y sin necesidad de justificar el por qué de tal decisión de abandonarnos.
Otro tal Drion, juez del tribunal supremo de aquellas tierras, ya intentó poner en marcha tamaño disparate hace unos cuarenta años, pizca más pizca menos.
La cosa, si bien no asusta (uno ya tiene el ‘culo medio pelao’ y se va curando de espantos), si que crea cierta incertidumbre alimentada con un mucho de desasosiego. Al menos para el firmante.
Tal y como lo escribe el tal Serbeto, va a ser algo parecido a lo de la píldora ‘del día después’, que sin permiso de dios ni del diablo, ni de los custodios de ambos puede recogerse en cualquier farmacia, incluso de guardia.
Por más que uno ha intentado saber la composición de tal píldora de « la vida acabada » (así la vienen a llamar) , nada al respecto ha podido conseguir – para la pura verdad, tampoco se ha molestado mucho el firmante en averiguarlo, aunque le gustaría pensar que no contiene el cianuro potásico ese, porque de ser así, la pista hasta llegar a ‘vaya a saber usted donde’ sería todo un calvario, todo un inmenso sufrimiento y penalidad desde que se mete en la boca hasta que cumple su cometido: irse al otro mundo. O más allá, ‘vaya usted a saber dónde’.
Aunque tampoco he profundizado demasiado en el tiempo exacto que se tarda entre la manduca de tal pastilla y el alcance del destino deseado por el imbécil que así lo quiera, tengo entendido que suele tardar una hora, minuto arriba, minuto abajo como término medio.
La cosa termina en un infarto agudo de miocardio, pero el trayecto es harto doloroso y desgarrador, tanto para el idiota que la ingiere como para cualquier despistado que pase por ahí y vea el panorama: convulsiones, sudores gélidos resbalando por una piel aterida, ojos de espanto pavoroso , ritmo cardíaco disparado, respiración superficial, retortijones insufribles con pérdida de esfinteres y consiguiente ‘cagalera’ apestosa, arrepentimientos profundos y sinceros por haber decidido y hecho semejante majadería. Y tacos y palabrotas a mansalva por haber tomado tan zopenca decisión, como es natural.
La sensación que se suele experimentar – lo cuentan los que lo han podido contar, si no…de qué – , es de quemazón interna y ahogo. En el último tramo, y más agudo, del envenenamiento, las pulsaciones se vuelven lentas e irregulares; la temperatura corporal comienza a descender apareciendo la tiritona y castañeo dental que no hay mantas que puedan sujetar; los labios, la cara , las orejas y las extremidades toman un color azulado bastante repelente, lo que provoca que el individuo (también la individua, conste) caiga en coma profundo tipo Glaswow 0/15 y se muera de una puñetera vez.
Particularmente no me seduce ni una miajita.
¡Ufff…que horror! ¡Calla, calla!
No. No creo que sea el cianuro potásico el componente letal.
¡Qué horterada más hortera! ¡No! Qué va, los Países bajos son más excelsos que todo eso. Vamos, creo yo. Y así se lo tienen creído.
Los datos que se desprenden de varias investigaciones al respecto revelan que, en efecto, existe una parte de la población de más de 55 años que a pesar de estar en buena salud, tienen un deseo de morir consistente y activo (quizá porque la novia o el novio los ha abandonado en la cuneta más infecta cuando se creían reyes y reinas de cualquier mambo de tres al cuarto, que eso suele ser frecuente en enamorados irredentos y cansinos hasta el babeo más pertinaz y continuo, según cuenta la literatura más provecta: verbigracia “los amantes de Teruel, tonta ella y tonto él “), pero su proporción, un 0,18% de esa franja de edad, no permite deducir que constituya un grupo significativo. De hecho, el ministro de Sanidad de aquellos lares, el democristiano Hugo de Jonge, cree que lo que habría que hacer es «intentar devolverles el gusto por la vida» a este grupo de holandeses que sumaría alrededor de 10.000 personas. ¡Qué cosas tiene el buen hombre! : Venga hombre (o mujer) , que la vida es bella, ya verás, como a pesar de los pesares… [José Agustín Goytisolo] le dirá el susodicho Jonge, digo yo.
El Benelux es, probablemente, la zona más afectada por esta terrible y anodina banalización social de la muerte asistida a los enfermos.
El año 2002, cuando se aprobó la primera ley de eutanasia por esas tierras,vfue utilizada en 1880 casos; cinco años más tarde se ampliaron las condiciones para poder aplicarla y en la actualidad ya ascienden casi a siete mil las personas que cada año son acompañadas a la muerte por el propio sistema de sanidad.
Una verdadera lacra si la persona que la consume está enferma terminal, sin visos de mejoría o estancamiento y con sufrimientos inenarrables.
Una verdadera gilipollez en otro caso.
Que en estos casos, el viaje no necesita más alforjas…un buen trago de rodenticida, – que venden en cualquier droguería al uso -…y para el caso, es lo mismo. Sin tanta tontería ni sofisticación de píldora.
A ser posible – que siempre lo es – a solas y sin móvil avisador de 911 ó 112.
La «dulce mori» – por denominar así a la archi- demandada “eutanasia activa, pasiva o pluscuamperfecta” – suele ser practica habitual (y casi secreta) en personas que cumplen ser enfermos terminales, sin perspectivas de mejoría o estabilización y – sobre todo – con un sufrimiento indescriptible que no logran controlar los más potentes antiálgicos paliativos a dosis máximas terapéuticas.
¿Que se va a hacer una «ley de muerte digna»?
Mejor una ley de vida digna. Al menos para el firmante. Y así lo dijo en una entrevista en diario escrito e importantísimo (Boston globe) allá por el 2007 u ocho
Eso estaría muy, pero que muy bien. Si se cumpliera, claro está.
¡Tengo unas ganas de saber quienes serán los “expertos” que la dicten!
Más bien prurito incoercible acompañado de tales apetencias personales.