CARTAS SIN FRANQUEO (XXX)- LA OTRA MIRADA

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fotocomposición PLAZABIERTA.COM

Comentábamos el otro día los resultados de las elecciones de Madrid, y los muchos disparates que, de un lado y de otro, aparecían en las noticias y en las redes sociales, y me quedé pensando en el tema, en esa forma plana de criticar, en esa mirada fija, sin parpadeo, hipnótica, que parece aquejar a la mayoría de las personas, encerradas en una incapacidad de análisis constructivo sobre lo que sucede a su alrededor.

Y dándole vueltas, reflexionando sobre el tema, me ha parecido ver que gran parte del problema viene dado por una asunción plena de unas posiciones, sin someterlas a ningún tipo de análisis previo, una identificación con unas propuestas que, como mínimo, exigirían de una mirada crítica y alternativa antes de asumirlas como propias.

Y reflexionando, reflexionando, me he dado cuenta que esa falta de mirada crítica, alternativa, es propia de los tiempos que corren, de ese cuñadismo soberbio, terco, incapaz de dar un paso atrás y recomponer el problema desde posiciones iniciales, que es comportamiento propio de la tal actitud.

Partimos siempre de la defensa de una razón que estamos dispuestos a sostener más allá de la razón misma, asumiendo como naturales todas las contradicciones que tengamos que asumir, sabiendo, de antemano, sin escuchar, sin cuestionar, sin razonar desde el exterior de esa razón asumida, cual es la verdad última e indiscutible. Condenando de antemano cualquier cuestionamiento que pueda provenir de otra mirada.

Hemos olvidado, perece que hemos olvidado, el parpadeo, la reflexión, la duda que todo lo humano debe de provocarnos de partida. Ya lo sabemos todo antes siquiera de haberlo pensado por primera vez, y, como razón última, citamos como papagayos, autores, informaciones, entradas de internet o declaraciones para adeptos, que encontramos en nuestro camino y que asumimos como incontestables, y para cuya defensa, si enfrente encontramos a alguien que no las asume y las discute, acabamos recurriendo a la descalificación del cuestionador, porque no asume lo mismo que nosotros hemos asumido, y por tanto es incapaz de llegar a esa posición inamovible de la verdad última.

Y ahí es cuando mi razonamiento dio el salto de lo práctico a lo ético, y empecé a plantearme si la ética de muchas de las personas que se plantean la ética desde posiciones inamovibles, que hablan de ética y se la niegan a los demás, se expende en algún, para mí, desconocido establecimiento, o crece en un árbol que mi absoluto desconocimiento sobre el reino vegetal, me impide identificar.

Pero me he desviado, como casi siempre, de la reflexión inicial que provocó esta carta.

Observaba, después de nuestra conversación, el terrible vacío analítico que todas aquellas manifestaciones, pseudoanálisis, declaraciones, comentarios en redes, acarreaban. El mundo, la gente, los votantes, habían elegido entre los buenos, los que habían ganado según unos, los que habían perdido según otros, y los malos. No había, en ninguno de ellos, estuvieran en el bando que estuvieran, ni una sola mirada crítica, ni una sola reflexión alternativa sobre esa polarización.

Todos los partidarios de los perdedores anunciaban a bombo y platillo la incapacidad intelectual de los  que habían votado a los ganadores, proclamaban la vileza ética de los equivocados, invocaban el absurdo ideológico de los que no habían votado a los que tenían que haber votado. Ninguno se planteaba que el error estaba en sus posiciones, ninguno se planteaba que muchos de los votantes habían elegido lo menos malo de lo que se les ofrecía, ninguno asumía que los votantes, en contra de su verdad iluminada, consideraron que lo que ofrecían los suyos no solo no era lo bueno, era peor que la opción que sí votaron.

Ya me parece una opción de cinismo supremo, de soberbia ética intolerable, de mesianismo descalificante, pero calificable, de ostracismo intelectual, considerar que todo aquel que no se ajuste a unas posiciones concretas, es un incapaz, un burro, un insolidario, o un fascista. Ellos, en todo caso, su inmovilismo de pensamiento único, son una lacra para la sociedad y su capacidad de evolución y convivencia.

Claro que, tampoco del otro lado parecía haber una mayor capacidad de análisis. Tampoco en esa euforia desatada, en esa felicidad de momento esperado, se adivinaba, ni por parte de los protagonistas, ni por parte de los partidarios, la más mínima concesión a una mirada crítica. No vi, no he oído, no espero, que alguien de los vencedores se plantee que muchos de sus votos no son de apoyo a sus posiciones, si no de rechazo a las alternativas planteadas. Que no son detentadores de la verdad, si no depositarios de un descontento, de una desazón, de un cansancio desencantado, que mañana se puede volver contra ellos.

Pues eso, eso es lo que pretendía contarte al principio de esta carta, nuestra sociedad está aquejada de una mirada fija, sin parpadeo, sin concesiones a la alternativa o a la revisión, encastillada en posiciones inamovibles. Una sociedad enferma de ideologías e ideólogos sin ideas, una sociedad de absolutos incompartibles, incuestionables. Una sociedad más propensa al insulto que al debate, más inclinada a la discusión que al razonamiento, más cercana al absolutismo que a la democracia.

Una sociedad en la que se llama a la convivencia desde el odio, en la que a la intolerancia se le llama razón, en la que cada uno sospecha de la capacidad de los demás y en la que pensar, disentir, manifestarse, es ofrecerse como reo del linchamiento social. Una sociedad enferma, decadente, sin reflejos, sin reflexiones, con cierta tendencia al totalitarismo.

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