MATISSE Y BONNARD

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Veo un libro de pocas páginas y de título sugestivo: ‘Cartas entre dos amigos’ (Elba). Lo cojo con gusto. Cada vez se escriben menos cartas y, a medida que pasa la vida, más valor me merece la amistad. Se presentan aquí postales y cartas que entre 1925 y 1946 se escribieron Henri Matisse (1869-1954) y Pierre Bonnard (1867-1947), dos pintores franceses apasionados por el color. Jean Clair (el alias que Gérard Regnier adoptó con poco más de veinte años de edad), miembro de la Academia Francesa y exdirector del Museo Picasso de París, ha escrito un prólogo. Subraya que ambos compartían la convicción de que “el cuadro debe vivir por sí mismo su propia vida”.

No recluirnos en una especialidad y acercarnos a realidades que no frecuentamos, nos permite acceder a perspectivas nuevas. Matisse, el más conocido de estos dos artistas, se ubicó en el efímero movimiento fauvista y evolucionó admirando la atmósfera mediterránea. Por su parte, Bonnard, que estuvo dentro del grupo Nabis (de profeta), fue publicista, autor de litografías exóticas y también descubrió el Mediterráneo. Era abogado e hijo de un ministro de Defensa. Veamos algunas de las cosas que se dijeron, su manera de relacionarse, siempre de usted. En 1933, Bonnard aludía a que la pintura puede llegar a ser algo, siempre que uno se entregue del todo a ella: “Creo que nos entendemos sobre ese punto”. Dos años después, Matisse le aconsejaba a él y a su mujer que tomasen “todas las precauciones para evitar la epidemia de gripe Hace unos diez días la pillé por una pequeña imprudencia. Me quedé en una corriente de aire que tenía que haber evitado. Hay momentos en que me creo muy fuerte. Pagué por ello. He estado en cama durante cinco días con fiebre y una bronquitis que aún no termina”, y Bonnard le respondió que también había estado “un poco tocado, pero sin fiebre y tengo mucho cuidado de no hacerme el joven”.

A partir de la ocupación alemana de Francia, ambos pintores no pudieron seguir viéndose como antes. En 1940, Matisse le animaba con familiaridad: “mi compadre”. Y, siempre hablando de arte: “Estoy paralizado por un no sé qué convencional que me impide expresarme como me gustaría en la pintura. Mi dibujo y mi pintura se separan”.

A su vez, Bonnard le escribía: “Cuando pienso en usted, pienso en un espíritu limpio de toda vieja concepción estética, esto es lo único que me permite una visión directa sobre la naturaleza, la más grande felicidad que puede experimentar un pintor. Aprovecho un poco de eso gracias a usted”. Los dos se guardaban una devoción mutua: “Tengo mucha necesidad de ver otra pintura que no sea la mía”.

El 4 julio de aquel año, en que Hitler se paseó por París como un emperador filmado para la posteridad, Bonnard parecía insensible a ello y se felicitaba de que hubiese un armisticio. “Hasta ahora, la vida aquí ha permanecido sin cambios, pero se anuncian privaciones, comenzando por la gasolina, así que echaré de menos hacer mi viaje a Cannes”. Dos meses después declararía ser casi un prisionero de su montaña. Le confesaba que le gustaría verle, “pues las preocupaciones materiales y las inquietudes del futuro me atormentan mucho y tengo miedo de que la pintura me vaya a abandonar por falta de libertad de espíritu (…) Deseo que la catástrofe no llegue”.

Por aquellas fechas, Matisse no ocultaba su desconsuelo: “Hay aquí tal depresión, una angustia general derivada de todo lo que se dice y se repite”. Y ya en octubre del mismo año, le decía que no dejaría Francia a menos que le obligasen, y se hacía eco de la muerte de Paul Klee, “de una rara sensibilidad”; el pintor suizo alemán Klee, que tenía diez años menos que ellos, fue denunciado por los nazis por su arte degenerado y estaba también obsesionado, como ellos dos, con el color: “El color y yo somos una sola cosa. Yo soy pintor”.

Al mes siguiente, Matisse hablaría de sus tribulaciones por una operación de cáncer y le dice: “Tengo necesidad de ver a alguien y es a usted a quien quisiera ver. Esperemos. Es lo que ya nos vamos acostumbrando a hacer en este momento”. Para Bonnard, el fondo de su existencia era el contacto constante con la naturaleza. En febrero de 1942, le comunica a Matisse que hacía seis días que su mujer Marthe había sido enterrada: “Ya puede imaginar mi tristeza y mi soledad llena de amargura y de preocupaciones sobre la vida que aún puedo llevar”.

Matisse le transmite su condolencia, le da ánimos y le recomienda retomar el trabajo artístico como modo de aligerar la melancolía, para que su dolor se alivie. Lo da por hecho, “lo más pronto posible”, y le estrecha muy cordialmente la mano. “Mi querido Bonnard, buena salud, buen trabajo y buen ánimo”. En 1946, cuatro años después y uno antes de que Bonnard muriera, Matisse le dirá que convive con una tela suya, “tan misteriosa y tan fascinante”.

Son charlas de amigos artistas que humanizan.

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