CARTAS SIN FRANQUEO (CXLIV)- A LAS CLARAS

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Hay pocas cosas más ridículas que explicar un chiste, que intentar desentrañar los guiños, los dobles sentidos, los absurdos que logran un final con carga humorística. Solo hay otra cosa igual de ridícula, intentar explicar un artículo, a pesar de lo cual me veo en la penosa obligación de hacerlo.

Seguramente el torpe que no le pilla la gracia al chiste, no lo hará ni aunque se lo cuente Eugenio, o su sosias, y aún con mayor seguridad, el que ha leído un artículo con las gafas de que tiene que poner lo que él piensa, jamás se verá satisfecho porque lo ponga, pero no con la claridad que considera imprescindible, que su forma de ver el mundo demanda.

Hace tiempo que dije, no en una, si no en múltiples ocasiones, que no voy a hablar de ninguna guerra, ni siquiera de la de las galaxias, ni siquiera de las de Troya, o el Peloponeso. Hablar de la guerra es, inevitablemente, tomar partido por alguno de los bandos, aunque sea inocentemente, aunque sea subliminalmente, aunque sea ideológica, o humanitariamente, pretenciosamente de forma humanitaria, y no lo voy a hacer porque tomar partido por alguna de las posiciones es traicionar a los únicos damnificados de una guerra, los muertos, y me niego a traicionar a los muertos, a ofenderlos diciendo que hay muertos buenos y muertos malos en función de la ubicación en la que murieron, en función de quienes los mataron.

Si hay una situación absoluta en la vida, esa es la de muerto, aunque, hasta ese estatus hasta hoy inamovible, irreversible, incuestionable, empieza a tambalearse en manos de las teorías cuánticas y los multiversos, ya floridos.

Pero, en lo que nos ocupa, en el hoy, en el ahora, en esta mierda de mundo que estamos construyendo entre todos, los muertos son irreversibles, y por eso, en una lógica binaria que viene avalada por la dicotomía vida-muerte, solo hay una forma de contar los muertos, ninguno o demasiados, y solo hay una forma de hacer un estudio estadístico de muertos que resulte coherente, humanitario: vivos, o muertos.

No, los muertos no tienen bando, no tienen ideología, y, mucho me temo, que de momento, no tienen ni paraíso, por eso, cuando escribo sobre conflictos, sobre lugares en los que la muerte es la reina, no tomo partido, no justifico, no pretendo tener antipatías, ni simpatías, porque todo aquel que haya matado demasiado, esto es, más de ninguno, no tiene, para mí, ningún tipo de justificación, simpatía o complicidad. Me dan igual sus argumentos geopolíticos, sus falacias ideológicas, sus razones históricas, o sus compromisos religiosos; es un asesino, y los asesinos, aquellos que han matado más de ninguno, no pueden tener ninguna empatía con el bando que yo defiendo, el de los muertos.

Hay quién cree, yo no, que todo tiene que tener un tamiz de creencia, ideológica, religiosa o de simpatía sociológica, y yo casi puedo estar de acuerdo, hasta que la muerte decide hacer acto de presencia, momento en el cual, yo decido estar al lado de los muertos y en el lado de ninguno.

No me valen justificaciones de quienes matan más, quienes matan con ventaja, quienes matan con más razón, con más arte, o con mayor número de apoyos. No me valen los que mueren matando, los que matan muriendo, o los que huyen matando y muriendo. No me valen los que mueren gritando su gloria, la de su dios, o la de su bandera, porque acabado su grito no hay dios que les de cobijo, patria que les devuelva la vida, ni bandera que los acoja. No al menos a sus vidas.

Tampoco me conmueven las medallas, los funerales o los homenajes, porque no son más que las excusas que los vivos se ponen para seguir con sus tejemanejes, con sus argumentos para seguir provocando muertos.

Al final, yo si señalaría unos muertos que yo, contradiciéndome a mí mismo, sacando lo peor de mí, mis mayores frustraciones como ser que busca perfeccionarse, y miembro de una sociedad que se perfeccione, dejando en carne viva mis más afiladas aristas, acogería con un cierto grado de entusiasmo. Sí, es verdad, con un entusiasmo vergonzante, con una alegría disimulada, reprimida, con una satisfacción culpable: los que desde despachos, a resguardo de la muerte, hacen planes y firman órdenes para que los demás vayan a matarse.

Veis, ya he caído en la trampa, ya he establecido bandos: muertos contra matones, y yo he tomado partido, el de los muertos, el de los que ya no pueden hacer daño. Así, dicho a las claras.

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