Sí, es un tema recurrente, un tema incrustado en una sociedad que vive en los extremos de cualquier cuestión que le afecte, y a la que la situación de la justicia no solo no le es ajena, si no que la acompaña en su idiosincrasia y en sus dichos y tradiciones. Sí, efectivamente, estoy hablando de la justicia, estoy hablando de esa justicia que se mueve entre la maldición gitana, y la excepcionalidad de habilitar un defensor procesal en su Santo Tribunal, figura inexistente en los tribunales equivalentes que hubo en el resto de Europa, o de la América no hispana.
“Juicios tengas y los ganes”, dice la maldición gitana, y lo dice con conocimiento de causa, lo dice con ese regustillo que la frustración de tener razón, de que se te reconozca, y que esa razón no tenga ninguna consecuencia de reparación, supone. Porque una cosa es ganar una disputa judicial, y otra es que la condena, en cuanto a reparaciones económicas, sociales o de cualquier otro tipo que no sea moral, es otra, otra muy distinta. “Quien en pleitos anda metido, aunque los gane, siempre ha perdido”, “Hecha la ley, hecha la trampa”, “La esperanza del perdón, alienta al pillo y al ladrón”, y así hasta más de trescientos refranes que aluden a la justicia, y a la frustración de su trato, y nos ponen ante un escenario que no es reciente, que viene arrastrado de tiempos pretéritos, y no tiene pinta de mejorar.
Hay tres características fundamentales que se esperan en la aplicación de cualquier legalidad, de cualquier corpus legal, y que marcan el camino de perfeccionamiento de ese compendio de leyes: que sea justo y que sea reparador, se le encomiendan a su desarrollo, que sea lo más inmediato posible, debe de ser la característica de su aplicación.
Resulta casi una obviedad suponer que cualquier legalidad tiene como objetivo la búsqueda de la justicia, el restablecimiento de la equidad y de la razón, que son, al fin y a la postre, las bases de esa justicia, pero por muy obvio que parezca, los refranes, chascarrillos y resultados reales de la aplicación de esas legalidades, parecen desmentir cualquier acercamiento entre la teoría, y la constatación de una práctica que subvierte esa teoría.
La justicia, tal como hoy la conocemos, la legalidad que pretende sustentarla, es una técnica profesional en la que es más importante evitar que el otro tenga la razón, antes que en intentar sustentarla, y eso lleva a una maraña en la que aplicar caminos, técnicas, crear laberintos, establecer matices, incluso la capacidad para exponerlos, crearlos, o sostenerlos, es más importante que la razón misma. Y en este terreno los pillos, los sinvergüenzas, los desahogados y los delincuentes, se mueven como peces en el agua, encuentran vericuetos y recursos técnicos legales, que les permiten imponer la argucia a la razón, y, por tanto, quebrantar la justicia.
Ya no es solo, que también, que el corpus legal haya alcanzado una complejidad difícil de abarcar, de digerir, de manejar, con leyes que se superponen, que se contradicen, que se promulgan desde perspectivas ideológicas, recaudatorias, morales, o de simple conveniencia del legislador. Ya no es, que también, que las leyes tiendan a proteger más el garantismo culpable que la reclamación justa. Ya no es, que también, que todo ese entramado legal haya caído, en muchos casos, en demasiado casos, en la burocracia y el funcionarismo, empezando por los jueces, es que los tiempos de aplicación de la justicia, como consecuencia de ello, los tiempos que transcurren entre la denuncia y la resolución, desvirtúan es posible justicia y la convierten en una suerte de venganza a medio plazo, incluso a largo plazo, si hay recursos y tramites entre distintas instancias.
Sí, de venganza, habéis leído bien, esa que se sirve fría porque, en este caso, pasa tanto tiempo desde que se reclama, que hay que meterla en el frigorífico de las emociones para que no se pudran.
En mi caso, en mis casos, acabo de cobrar una parte de una reclamación puesta en el año 2010. Catorce años esperando a que me devuelvan algo que era mío. ¿Es justo? A mí no me lo parece. No es que no sea justo que me devuelvan lo que es mío, lo que no es justo es que tenga que esperar catorce años a que eso suceda. No es el primer caso. Entre pitos y flautas, entre salas, instancias, penales y civiles hay tres personas que viven opíparamente gracias a haberme despojado de casi doscientos mil euros hace ya dos años, yo, hoy, tengo que vender mi casa para poder hacer frente a los gastos fiscales, comerciales y bancarios que esa actuación fraudulenta, documentada ante notario y denunciada, me ha producido, pero cuando llegue la reparación, y no me cabe duda de que llegará, ¿podrá compensar todos los años de sufrimiento? ¿todas las noches de desvelos? ¿todos los sinsabores de miradas, de palabras, de actitudes de gentes a las que perjudicas sin ser culpable real de ese perjuicio, pero que ni lo saben, ni les importa?
¿Dónde está la justicia para esos propietarios de una vivienda, y no de más, que van su casa asaltada, enajenada, vandalizada, destruida, mientras la legalidad se preocupa de garantizar los derechos de los que cometen la tropelía? ¿Dónde está la justicia para aquellos, todos aquellos, prácticamente todos nosotros, víctimas de una presunción de culpabilidad ante cualquier discrepancia con la administración? ¿Dónde coño está la justicia?
Bueno, es verdad, no me consuela, pero pasado el tiempo, cuando la justicia está olvidada, nos queda la venganza