La ciencia ficción ha sido siempre la avanzadilla de ese futuro que nos aguarda y que ahora, en cierto modo, se ha convertido en presente. El mundo que nos llega es un mundo que me inquieta, como no podía ser de otra manera; dado que el choque generacional es inevitable.
Cuando yo pensaba en la inteligencia artificial, antes de haberme topado con ella, no podía imaginar que las cosas fueran a producirse de una forma tan paulatinamente rápida, tan exponencialmente progresiva.
Hace dos días me llamaron por teléfono, primero a la oficina y en pocas horas a mi teléfono móvil, desde una empresa suministradora de placas solares. Cuando respondí la llamada de la oficina conteste a la oferta diciendo que se trataba de un organismo oficial y que yo no podía atender ese asunto. El agente virtual seguía hablando como sin inmutarse; por lo que intuí que se trataba de una máquina. Al responder la llamada de mi teléfono particular me sorprendí aún más, porque, en este caso, la voz era femenina y sonaba tan natural que casi me engaña. Le pregunté que si se trataba de una IA y me confirmó que sí lo era.
Lo anterior es una simple y curiosa anécdota, al menos así lo sentí yo. Pero me dejó pensando en las consecuencias que en un futuro tendrá la injerencia, la intromisión, la intrusión, de estas herramientas en la vida cotidiana, que, si bien, en algunos casos será muy beneficiosa, me temo que en la mayoría será muy deshumanizadora. No se trata de ir contra las máquinas como en la revolución industrial del XIX; ahora no es la fuerza bruta la que sustituyen, ni el trabajo mecánico. Ahora sustituyen la interacción entre seres humanos…
Aunque en los valores sigo siendo una romántica del XIX, siempre tuve un pensamiento libre en cuanto al uso de la tecnología y de los avances científicos. Cuando era muy jovencita me imaginaba que en el futuro los seres humanos podríamos ser engendrados en laboratorios y gestados en úteros artificiales. Además, no veía en ello nada que contraviniera mi ética o mi moral. También estaba a favor de la lactancia artificial. Eran muchas las cosas que yo imaginaba beneficiosas para nuestra especie y las presumía como una liberación de la mujer…
A pesar de ello, he tenido cuatro hijos de forma natural, hasta en el parto, y habría tenido cuatro más de haber podido. Me ha parecido maravilloso ser madre de esa manera; pero creo que igual de maravilloso sería serlo de forma menos “animal”. A la postre la materia es sólo materia y lo importante no es que seamos de carne y de hueso, de metal o plástico. Lo importante es que seamos conscientes de nosotros mismos, que tengamos sentimientos, que nos hagamos preguntas, que no nos hagamos daño los unos a los otros, que procuremos ser felices y hacer felices a los demás. Lo importante, en resumen, es ser humanos.
Me gusta pensar que jamás una máquina, por muy sofisticada que sea o por mucho que nos imite, será humana. Que Jamás podrá una máquina hacerse ni una sola pregunta por sí misma y que, por ello, jamás una máquina será inteligente, ni, lo más importante, LIBRE.
Los avances tecnológicos deben salvaguardar los valores de nuestra especie, deben estar a nuestro servicio en general. Cuando nos demos cuenta de la importancia que tiene en estos momentos históricos defender la interacción humana, defender los valores clásicos; sobre todo el de libertad. Cuando nos demos cuenta de lo vital que es para la felicidad de nuestra especie no quedarnos delante de un simulador virtual viviendo una realidad inexistente; hablando con una IA que sólo responda aquello que tiene programado; alienados como ovejas en un redil, o vacas en un establo; quizás ya sea tarde.
Cuando Llegue el día, no muy lejano, en el que la intimidad del ser humano y absolutamente todos sus movimientos los registren y procesen las máquinas hasta extremos máximos y se pueda, desde cualquier poder establecido, conocer el nombre hasta de la primera papilla que tomamos; también entonces será demasiado tarde.
La defensa del primero de los valores humanos, para mí, la libertad, debe estar por encima de cualquier tecnología que pueda obstaculizarlo. Si nuestros movimientos pueden ser registrados, si hasta nuestras preferencias, costumbres o forma de pensar, pueden ser observadas y utilizadas para bombardearnos con publicidad (lo menos malo) o, lo peor, para controlarnos…; qué podemos esperar del futuro mundo de supremacía tecnológica.
Por supuesto que la utilización de los avances técnicos que usen IA, sobre todo en medicina, o en aquellas aplicaciones que faciliten la relación de los ciudadanos y la administración, por ejemplo, son muy beneficiosos; pero en todo lo que suponga restringir la libertad o la interacción sana y necesaria entre seres humanos, estaremos perdiendo mucha calidad de vida y, por ello, mucha salud.
Desde la filosofía y desde la neurociencia existe un creciente interés en este tema, entre las opiniones más destacadas, bajo mi punto de vista, está la del filósofo americano, John Searle, que defiende como imposible que la autoconsciencia pueda ser reproducida por las máquinas y considera que el test de Turing no es suficiente para determinar la verdadera inteligencia de una máquina.
Mi particular creencia es que, no sólo en la actualidad, no pueden las máquinas ser consideradas inteligentes, sino que no lo podrán ser; me parece casi imposible que lleguen a tener consciencia de sí mismas, ni conciencia en cuanto a consideraciones éticas o morales. Me calma pensar que las máquinas son y serán insensibles, incapaces de experimentar emociones humanas, por mucho que puedan imitarlas.
Sí creo que, no faltando mucho, la programación de la IA se tornará tan sofisticada como para podernos engañar con su aparente “realidad sensible o reflexiva”. Esto, por supuesto, me preocupa bastante y creo que deberíamos ser conscientes de los problemas que podría llegar a plantearnos esta, más que probable, posibilidad.
El mundo que nos llega, está ahí mismo, a un paso de quedar perplejos.
Interesante experiencia e interesante reflexión las de Catalina Castillo. Todos estamos asombrados ante la inevitable y rapidísima aparición e implantación en la vida cotidiana de la IA. No creo que nadie considere razonable oponerse a este proceso, pues como dijo un sabio “todo lo que pueda pensarse será pensado”, y por lo tanto “fabricado”. Nuestra respuesta más acertada como personas y como género, en mi opinión, nos la está facilitando este reciente movimiento llamado “Humanismo Digital”, sobre el que me encantaría leer alguna aportación en esta magnífica revista.
Desde luego, el humanismo digital es un movimiento en auge y del todo necesario.
Muchas gracias por el comentario y por la sugerencia.