Hace ya tiempo que leí un libro titulado “Más Platón y Menos Prozac” donde se busca en la filosofía una alternativa para lograr una vida más satisfactoria, acercándonos a grades filósofos como Platón, Sócrates o Kant. Y, es cierto que no viene mal pensar, apearnos de la vertiginosa velocidad y automatismo con el que vivimos la vida e intentar razonar el porqué de las cosas. Eso sí, sin quedarse colgado de las alturas, como dice una canción de Serrat, perdido en el amor.
Y, es que, a veces, intentamos racionalizar tanto todo que al final se nos olvida vivir, vivir sin más, disfrutando de cada segundo, no como un carpe diem, olvidándonos del mañana, sino disfrutar para poder vivir mañana. Yo diría, abandonarnos a los placeres de la vida, relajarnos de tanta tensión acumulada por el trabajo, por la rutina, por la carga de una cadena de responsabilidades que nos hacen olvidar como es un amanecer, como huele la hierba, como suena el agua de un riachuelo, el sentir la escarcha de la mañana, el calor confortable de una chimenea…, un sinfín de pequeñas cosas que hace que el espíritu se regocije y la serotonina inunde nuestro deseo de seguir vivos.
Escucho demasiado ruido en las palabras, también en las mías. Como dice un amigo, con demasiados adornos y circunloquios y, sino, con una carga tan espesa de raciocinio que aburre hasta a la ovejas y, con una auto escucha tan complaciente que engorda el ego hasta alcanzar una obesidad mórbida, y, lo peor aún, buscando el postureo de contradecir sin alternativas, con juegos de palabras manipuladas y también manipuladoras, buscando la provocación y el enfrentamiento vacío, intentando dejar fuera de juego a las argumentaciones ajenas en vez de intentar alimentar nuestro espíritu y el de quienes escuchan con palabras adecuadas y amables, porque tan importante es lo que se dice como la forma en que se dice, intentando enamorar a la audiencia, empatizando con ella.
La filosofía siempre ha intentado y sigue intentándolo, dar respuestas a los interrogantes más grandes del ser humano, promoviendo ese aspecto reflexivo, crítico y curioso que todos tenemos con el fin de alcanzar un pensamiento autónomo, complejo y completo, pero olvidarnos de su aspecto educativo con la vida y su entorno, lo cual se puede alcanzar de muchas maneras. Pero, ¿por qué no hacerlo disfrutando, elevando nuestros pensamientos buscando el encuentro común con quienes piensan diferente o, al menos, la confluencia en una disidencia amable?.
Me aburre y me cansa el ruido de las palabras, incluso de las mías, que no sirven para nada, que no sirven para vivir, sólo para criticar o que se cierran en el frio juego de la lógica de la razón, olvidando que si la filosofía no da satisfacción a nuestra vida, entonces, ¿para qué pensar tanto?, ¿para qué buscar sólo la razón del porqué de vivir si nos lleva a olvidarnos de vivir, de disfrutar, sin un porqué, sin una meta, sin un fin, sólo el de estar agradablemente con nosotros mismos y con el mundo?.
¿De qué sirve ese exceso de pensamiento si se nos olvida vivir plenamente el momento? . ¿De qué sirve el existencialismo si no nos preocupamos por la autenticidad y la conexión con la experiencia directa de la existencia?. ¿Necesitamos realmente catalogar la razón con etiquetas filosóficas para encontrar el significado en las pequeñas cosas y en las relaciones humanas?
He caído en mi propia trampa porque preguntándome lo qué me pregunto ya estoy filosofando, ya estoy razonando, ya estoy en la inevitable actitud humana de encontrar significado a todo.
Sólo puedo para enmendar mi contradicción, hacer una crítica al exceso de pensamiento e invitar a quienes la vida les atormenta a vivir plenamente la vida, sin olvidarnos que sin la noche no hay día, al menos en la Tierra, que sin oscuridad no hay luz y que, precisamente, el tránsito es el amanecer al que me he referido antes como uno de los momentos excelsos para disfrutar.
Sin embargo, mi constante contradicción me hace huir de la excesiva complacencia con mi existencia o la de aquellos que en su razón encuentran todas las respuestas. Porque, aparte de no haber encontrado la verdad absoluta que algunos parecen poseerla en sus meditaciones; mis responsabilidades, incluso el antagonismo de mi pensamiento, me llevan a un estado de tensión que me aleja de la vida plena. De manera que sólo el estoicismo me enseña a encontrar la calma interior y la fortaleza para seguir viviendo, para enfrentarme a los desafíos de la vida con la mayor equanimidad que me permite esta constante lucha de una humanidad depredadora, buscando en una conducta alejada del desorden mi paz interior, procurando que mi desarrollo crítico por la vida -amén de mi escepticismo hacia mi mismo y hacia los demás-, vivir en armonía con la naturaleza y cultivar las relaciones basadas en la empatía y la compasión por nuestra abrupta existencia.
Ahora bien, sigo manteniendo la idea que la razón en exceso no es buena, lo que me lleva a estar en contra de ese Estado ideal al que se refiere Platón en “La República” gobernado por filósofos-reyes, desde la perspectiva del ruido excesivo de palabras y pensamientos de cabezas privilegiadas relegando a los guerreros y productores al antojo de los gobernantes o lo que es lo mismo al antojo de la simple razón, porque al final tanto devaneo de cabeza nos puede llevar al prozac.
Tampoco voy a caer en la quema de libros de filosofía, como algunos de nuestros gobernantes han pretendido desterrando esta disciplina académica al cajón del olvido. Sería tanto como pretender anular el pensamiento como capacidad que nos lleva a la razón, o lo que es lo mismo, que un pez pueda vivir fuera del agua.
Magnífico artículo. Como bien dices, lo correcto es filosofar para vivir y no vivir para filosofar.
He disfrutado leyendo tus reflexiones.
Muchas gracias.