FASCISMO EMOCIONAL: CUANDO NOS CONVERTIMOS EN NUESTROS PROPIOS TIRANOS

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Hubo una época en mi vida en la que el complejo de culpa invadía toda mi existencia, no se si por una exigencia de mis progenitores, mal administrada, de compararme con los mejores, y también con los peores, en este último caso, para terminar reprochándome que iba a terminar pareciéndome a ellos.

No los critico, ni reprocho nada, porque en ellos siempre ha estado presente un amor incondicional hacia mi pesona, hacia todos sus hijos. Quizá, también tuvo que ver la educación religiosa con la carga del pecado y la condena a las penas del infierno, o tal vez, quien sabe, por aquellos amigos exitosos con los que siempre me comparaba infravalorándome.

Hoy, sin embargo, la satisfacción de vivir inunda mi ser, tal vez porque el tiempo me ha ayudado a conocerme y aceptarme, con mis errores, sin complejos,  y también por mis aciertos, pero sobre todo porque intento disfrutar del camino que día a día recorro procurando tener siempre presente la honestidad en mis actuaciones. Pero sobre todo, porque he dejado de ser un tirano conmigo mismo, terminando con la comparación con los demás, con el complejo de inferioridad, con las expectativas mal administradas, con la responsabilidad mal gestionada, en definitiva con ese facismo emocional que nos pesa como una losa y nos impide evolucionar tanto interior como exteriormente.

Habrá quien piense que  el término “fascismo” es exagerado al utilizarse tradicionalmente en un contexto político como forma de gobierno de carácter totalitario, antidemocrático, ultraderechista y de extrema derecha, pero me parece el mejor término, precisamente por su carácter tiránico, que mejor describe ese estado emocional que evidencia de una manera clara y concisa  cómo las personas podemos ser nuestros propios opresores, adoptando y manteniendo actitudes dictatoriales hacia nosotros mismos, imponiéndonos estándares implacables y exigencias irracionales en búsqueda de una perfección absurda que  finalmente nos lleva a una tristeza vital. De manera que, ese fascismo emocional se convierte en algo tan insidioso como cualquier régimen totalitario, ejerciendo su poder sobre nuestra psique, erosionando gradualmente la autoestima y la salud mental. En lugar de uniformes militares y desfiles, este tipo de fascismo se disfraza bajo la máscara de la autoexigencia y la autoevaluación constante.

No exagero si digo que en el corazón del fascismo emocional yace la tiranía de las expectativas irreales, porque las personas que lo sufren se imponen estándares imposibles de alcanzar, creando un ciclo ad nauseam de autoevaluación negativa y autocrítica destructiva, que impide disfrutar del aquí y el ahora. Expectativas que pueden estar relacionadas con el éxito profesional, la apariencia física, las relaciones interpersonales, incluidas las de pareja, o en cualquier otro aspecto de la vida. El resultado siempre es la frustración, el fracaso, la vergüenza y la desesperanza por la incapacidad para cumplir con estas expectativas autoimpuestas.

Un fascismo emocional que reside en la internalización de normas sociales y culturales que promueven la perfección y la autoexigencia como valores supremos, fruto de una sociedad obsesionada con la imagen y el rendimiento, que nos bombardea constantemente con mensajes que sugieren que nunca somos lo suficientemente buenos o que debemos serlo en comparación con los demás;  lo que convierte nuestra existencia en un terreno fértil para ese  fascismo emocional, en la constante búsqueda desesperada de cumplir con tales expectativas externas, aún siendo conscientes en mucho casos de que se trata de expectativas poco realistas o poco saludables.

La autocrítica implacable de las personas que experimentan este fenómeno a menudo se castigan verbalmente a sí mismas por sus supuestas deficiencias, utilizando un lenguaje interno cruel y despiadado que socava su estima personal y confianza en ellos mismos; especialmente dañina cuando se combina con un perfeccionismo paralizante, ya que las personas se sienten incapaces de avanzar debido al miedo al fracaso y al rechazo.

Por otra parte, no debemos caer en el error de creer que este fascismo existencial sólo afecta a esas personas rígidas en sus actuaciones, minando su autoestima, sino que también puede tener consecuencias más amplias para la sociedad en su conjunto, puesto que tal rigidez se traduce en una exigencia hacia el mundo exterior, con la misma tiranía que hacia uno mismo, cayendo en una constante crítica hacia los demás.

Por ello, es necesario combatir este fascismo autodestructivo con un esfuerzo concertado tanto a nivel individual como colectivo. En primer lugar, es importante que las personas analicen, reconozcan y desafíen las normas y expectativas poco realistas que perpetúan este fenómeno, cuestionando, así mismo, las narrativas sociales dominantes sobre el éxito y la autoestima basada en el terner y no en el SER, así como desarrollar una mayor comprensión y compasión hacia uno mismo y hacia los demás.

Nuestra ayuda hacia ellas pasa por fomentar una cultura de aceptación y apoyo mutuo, en la que las personas que lo sufren se sientan valoradas y respetadas independientemente de su rendimiento o logros, promoviendo la diversidad y la inclusión en todos los ámbitos de la sociedad, sin perjuicio de abogar por políticas y programas que apoyen la salud mental y el bienestar de todos los individuos para que tomen conciencia de esta implacable y cruel autoexigencia.

Ahora bien, en última instancia, la lucha contra el fascismo emocional requiere un cambio de paradigma fundamental en la forma en que valoramos y medimos el éxito y la valía personal, desechando estándares externos que fundamentan la autoestima en objetivos inalcanzables. Sólo así, aprenderemos a valorarnos a nosotros mismos, nuestra propia humanidad y dignidad intrínseca, consiguiendo de esta manera librarnos de su yugo y vivir vidas más auténticas y significativas.

En conclusión, estasmos ante una forma insidiosa de opresión que puede tener efectos devastadores en la salud mental y el bienestar de las personas, por ello resulta de vital importancia abordar esta problemática autodestructiva tanto a nivel individual como colectivo. De nosotros depende solucionarlo, como la mayoría de las cosas que exigen poner un orden en nuestras vidas para intentar, al menos, ser felices.

 

1 COMENTARIO

  1. Hermoso artículo, que suscribo por completo y del que destacó:

    “…cuestionar las narrativas sociales sobre el éxito, basadas en el tener y no en el SER…”

    Gracias por recordarnos lo que casi siempre olvidamos…

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