Otra vez lo mismo, los políticos vuelven al ataque y los ciudadanos buscando posiciones. Bien es cierto que nunca pactaron la paz social, ellos siguen con lo único que les reporta rentabilidad política, los enfrentamientos, los insultos, la vuelta a un pasado que parece una chufla contra la memoria histórica; los de izquierdas porque encuentran en ella el botín que necesitan para atraer a aquellos que quieren un ajuste de cuentas de los muertos y represaliados durante y después de la contienda civil del 36, y la derecha, para mantener la añoranza de la victoria alcanzada entonces, ensalzando valores de una patria añeja, jactándose de ello mediante un populismo borreguil. Como decía Antonio Machado en referencia a ese personaje por él creado, Juan de Mairena, que: “en los trances duros, los señoritos la invocan y la venden, el pueblo la compra con su sangre y no la mienta siquiera”.
Es una vergüenza superlativa ver en estas fechas que preceden a los comicios electorales a políticos que sólo usan insulto, las falacias, las mentiras, para llevar el agua del descontento social a sus molinos.
Es una vergüenza superlativa, ver a los ciudadanos comportarse como seres alineados, posicionándose en una guerra de ideologías sin ideas, de confrontación que a lo único que nos lleva es a enfrentarnos con el vecino de al lado, a enarbolar banderas de colores diferentes cuyos mástiles son lanzas que se emplean para clavarlas en el corazón del contrario, del disidente, del que ya no espera nada de unos representantes del pueblo que sólo se representan a si mismos.
Sólo unos pocos nos damos cuenta de como nos tratan los políticos, con una dialéctica que parece dirigida a enanos mentales, a ciudadanos sin causa, con el fin de agitar en ellos el odio que constriñe sus tripas, estimulando la bilis que día a día digieren ante la cobardía de alzar la voz y empuñar el sable contra las injusticias sociales que de forma irracional imputan al político que menos les gusta, sin darse cuenta que lo mismo dan unos que otros, todos enzarzados únicamente para obtener el voto de eunucos sociales, de inmaduros democráticos, de cortos de mira política. Voto del que luego hacen el uso que les viene en gana con tal de alcanzar el poder, un poder de manipulación, de acoso al contrincante político, pero también al libre pensador, al que es capaz de criticar y sacar a la luz sus excesos, sus abusos de poder, su ineptitud de representación a los más débiles y acosados por un sistema de injusticias sociales, de deshumanización, de destrucción de las ideas.
Estamos ante políticos agazapados en una siglas que para nada responden a las verdaderas carencias sociales, a las demandas de los ciudadanos que, confluyen en una sola que no es otra que la libertad, la igualdad y la fraternidad, esas mismas que llevaron a romper con el antiguo régimen absolutista. Hoy día necesarias para acabar con el absolutismo de ideologías, en el que, quien no piensa igual es rechazado, insultado y masacrado por grupos ideológicos radicales que sólo buscan desestabilizar el sistema en vez de cambiarlo con el uso de herramientas democráticas.
Claro que es necesario una revolución para cambiar las cosas, pero una revolución de ideas, de debate social y político, de disposición de nuestros representantes a unirse para hacer Política de Estado.
Estamos ante un sistema donde los políticos se disfrazan de una aparente democracia que no es más que una oligarquía de partidos, donde nunca se respetan las decisiones populares, tan solo en ese amago de estar con nosotros hasta que depositamos el sobre en la urna. Políticos partitocráticos que sólo saben espolear a una lucha partidista con sus honónimos rivales, cayendo todos en los mismos resultados de corrupción, puertas giratorias, falta de apego y sensibilidad con los problemas sociales, perpetuación en sus cargos, y un largo etcétera que todos conocemos, y que sólo los más tontos o fanáticos de la política partidista niegan; cayendo finalmente en una plutocracia, en pago de favores a los más ricos que influyen en el poder a causa o por el uso de su riqueza.
Esto es lo que tenemos. Ante esto estamos. Ante un previo proceso electoral en el que nos tendremos que tragar una guerra de desgaste entre políticos contrincantes encaminada a combatir el desánimo e indignación que previamente han provocado en la ciudadanía harta de incertidumbre y desconfianza, pero incapaz de cambiar su destino ante la falta de demanda de políticos con mayúscula implicados en un cambio del sistema, real y efectivo, donde las injusticias sociales y la confrontación deje de campar a sus anchas, porque los que tenemos ahora son indignos e incapaces para representarnos. Nunca España ha tenido peores político y ha llegado la hora de que los cambiemos.
Estamos como estamos, y tenemos los representantes que nos merecemos porque los votamos sin pensar, sin exigir, siendo éste el momento para hacerlo, ridiculizando, criticando el espectáculo denigrante que montan para atraer votos y, apurando la necesidad de giro político, no votándolos si no hay garantía seria de cambio. El 15M fue una oportunidad para hacerlo, pero, desgraciadamente, cierta izquierda a la que no es necesario poner cara, porque todos saben cual es, se apropio de sus ideas engañando a los ciudadanos a través de este moviendo social que no tardaron en convertir en partido político, parecido al resto, porque quien se convierte en un elemento crítico y disidente es sometido al más absoluto ostracismo.
Invoquemos, de nuevo, la revolución para el cambio de sistema, para el cambio de voto, para la reforma de una Constitución que no da respuesta a los actuales problemas sociales. Una revolución pacífica y de encuentro, liderada por todos y cada unos de los ciudadanos, donde confluyan las ideas. No es utópico volver al camino que representan las mencionadas palabras que acompañaron a la revolución Francesa, porque sino se potencia una igual real entre ciudadanos, proporcional a su estatus, la fraternidad entre todos, como un deseo único de luchas contra las injusticias y un poder establecido oligárquico, la libertad sólo será una entelequia utilizada de forma arbitraria por algunos para atraer aquellas masas que carecen de espíritu democrático, para arrojarlas contra las cargas policiales, mientras los que las impulsan se quedan sentados en el sillón del poder.