No rebelo nada si digo que hay periodistas que confunde hacer periodismo con la verborrea, con la polémica y la confrontación, sólo con el único fin de que los medios les presten su atención, aunque sea para criticarlos o hablar mal de ellos, en definitiva para mantenerse en la picota, vender y hacer caja a nuestra costa, importándoles un bledo lo que hablen, porque seguro que su pensamiento es ese que dice: “llámame perro pero tírame pan”
Tal vez, por ello, la mejor solución sería no mencionarlos, pero no se puede obviar hacerlo cuando de lo que se trata es de denunciar y criticar conductas que no se pueden tolerar desde ningún punto de vista.
Claro que, pedir a nuestros lectores que boicoteen los medios en los que participan, no comprándolos o apagando la radio o la televisión cuando aparecen sus voces y caras insufrible, sería algo que atentaría contra la libertad de cada cual de hacer lo que le dé la realísima gana, pero igual que podéis hacer uso de vuestra libertad, también yo la tengo para deciros que flaco favor hacemos al periodismo sino somos capaces de a quien atenta contra esta digna profesión, dejarlos en vía muerta.
Son varios, muchos, los que investidos de un título universitario, o sin él, presumen de hacer un periodismo real y, aunque es verdad que el periodismo se ha convertido, no en una transmisión neutral de hechos que acontecen y que pueden interesar a la sociedad -algo prácticamente imposible-, sino en una lanzadera de crítica de la noticia, eso sí, constreñida a la línea editorial -yo misma me he visto excluida de ciertos medios, acusándome de radical- , de manera que podríamos hacer uso del paradigma que “la información cuando no es libre es una farsa”; sin embargo, una cosa es hacer una crítica fundada en la razón y otra transmitir la noticia desde una posición ideológica mordaz, con falacias, insultos, incluso con mentiras o medias verdades manipuladas. Un ejemplo muy claro de este tipo de periodismo es el que hacen los televisivos Inda, Marhuenda, María Claver, Jiménez Losantos y un largo etcétera, sin olvidarme del más repugnante, informativamente hablando, Arcadi Espada. Todos ellos periodistas mercenarios o voceros, en este caso de la derechona.
Repugnancia en este caso, tanto física, moral como intelectual. Física por su pose de superioridad, amen de su gesto de ave de rapiña; moral, por defender determinadas posiciones que atentan contra la dignidad de la persona o de un grupo y que, en vez de defender dialécticamente una idea, destruyen a quien va dirigida y, por último, intelectualmente, porque sus razonamientos, como manifestación de la relación entre ideas o conceptos, de los cuales se obtienen conclusiones, parte de unos conceptos turbios y alterados por un filtro ideológicamente cuestionable, sobre todo desde una ética humanista y de respeto al semejante independientemente de sus pensamientos, ideas y filiación política.
Basta leer a este sujeto un par de veces para darse cuenta de qué pie cojea. Me equivoco diciendo esto, porque cojear, cojea de los dos, pero su peor cojera es la intelectual, no se si porque es incapaz de escribir sin falacias ad hominen, o porque tiene algún tipo de desconexión neuronal, o peor aún, una perversión ideológica que le incita a llevarse por delante a quien sea, sólo porque es capaz de rebatir sus ideas o establecer un razonamiento libre sin acoso y derribo, sin confrontación, todo lo contrario a lo que él hace, o simplemente porque supera su intelectualidad.
En los últimos días, aunque algunas y algunos, ya conocíamos el polémico artículo de este “tipejo”, publicado en el año 2013 en la columna de opinión de “El Mundo” -no podía ser otro medio-, por el que realizaba un ataque nefasto, o peor aún, ignominioso, contra personas que sufren el síndrome de down, descalificando a sus progenitores por traer a la vida con consciencia al neonato diagnosticado de esta alteración genética, por constituir una carga a la sanidad pública y permitir nacer a un ser que, según él, no puede llevar una vida normal o con la dignidad suficiente; lo que supuso en el último programa de Chester de la cuatro, capitaneado por Risto Mejide, ser invitado por éste a abandonar el plató, tras reiterar el mismo discurso en confrontación a un padre emocionado de un niño con el mencionado síndrome que el calificó de enfermo, no sin antes mostrar su soberbia llamando tramposo al entrevistador, con incontrolable desprecio.
Ésta es la línea normal de este opinante, la descalificación, generar polémica para ser invitado como contertulio a programas televisivos de opinión y debate de actualidad, que deberían, por ética y en defensa de un periodismo limpio, no darle voz, aunque claro está, la polémica genera audiencia y todos salen ganando, menos a los que destruye y se sepulta atentando contra su dignidad, su honor, profesionalidad o contra su imagen personal.