Dulcinea tiene unas converse de tacón alto, sus gemelos son regaliz de caramelo que se estira y dilata a cada paso que desliza sobre el suelo, sus muslos han sido y son premio de ebrias cacerías donde patinan sobre el hielo de su piel peleles.
Dulcinea lleva flequillo y fuma a su estilo los pitillos, los únicos que han saboreado su agrio carmín a cambio de vida.
Dulcinea es el pedestal de papel que mantienen todos los Robin de su bosque y de los bosques de los alrededores cuyas flechas nunca acertarían su blanco amor
Dulcinea tiene lentejuelas tatuadas en su cuerpo que saludan como un flash a cada movimiento, regando en arco los iris ajenos que la contemplan a cámara lenta y la graban para tener sexo de coctelera con ella
Dulcinea no se ve en el espejo porque hay besos rojos embadurnando el cristal y se dibuja eses en su rostro de diosa pordiosera, abre la puerta dejando la luz encendida y baila en blanco y negro el “you never can tell” de chuck berry por el pasillo acariciando ambos lados de la pared dejando una figura en forma de cruz y un humo que penetra tanto que la sientes.
Dulcinea para el tiempo y tiembla sola en invierno, se refugia en el cajón de la lejía y bebe de la cañería cuando nadie le ve.
Lo peor de todo es que los tristes seguiremos siendo nosotros.