Todos nos hemos preguntado alguna vez sobre el sentido de la vida, si bien algunos ante la falta de respuesta prefieren pasar, o bien, aceptar cierto dogmatismo impuesto doctrinariamente por las religiones o determinados grupos, mal llamados filosóficos, que tratan de imponer una línea de pensamiento, si tenemos en cuenta que la filosofía no es otra cosa que un conjunto sistemático de razonamientos expuestos por un pensador, o lo que es lo mismo, el conjunto de reflexiones sobre la esencia, las propiedades, las causas y los efectos de las cosas naturales, especialmente sobre el hombre y el universo. En definitiva la filosofía no impone una manera de pensar basada en dogmas, como algunos pseudofilósofos pretenden, sino que sirve para coadyuvar con el apoyo en diferentes corrientes filosóficas a que nuestro razonamiento pueda encajar en mayor o en menor medida en alguna de ellas.
Por ello, no se puede entender la filosofía como una fuente doctrinaria, porque a diferencia de los dogmas de fe que las diferentes religiones imponen, debe servir para ayudar a pensar, y no a fundamentar, como hacen los piadosos y devotos religiosos, todo cuanto acontece en la disposición divina, prescindiendo de cualquier tipo de explicación científica con sustento en la razón; dejando descansar las respuestas a sus preguntas existenciales en esos dogmas que su religión les suministra, con un efecto “opiozante”.
Sin embargo, tales dogmas no funcionan cuando la vida deja de ser amable y recibimos un sopapo de realidad terrenal, como puede ser por el padecimiento de una enfermedad grave, la muerte de un ser querido, determinados fracasos en las relaciones personales, familiares o laborales, entre otros muchos padecimientos, que suelen juzgarse por el sufridor creyente como un abandono de la deidad, o incluso como un castigo a sus pecados; aunque siempre existen personas tan estoicas que tales situaciones lejos de alejarles de la fe les acerca más a ella y les hace más ferreos en sus verdades absolutas.
No se trata de cuestionar la religión como un camino para alcanzar la paz interna, pero si como una perdida de oportunidad para encontrar otras respuestas más pragmáticas, o lo que es lo mismo, buscando las consecuencias prácticas del pensamiento, en aras a su eficacia y valor para la vida, más allá que el premio o castigo de la divinidad, como una acción reacción ajena a nuestra voluntad.
Es la eterna confrontación entre religión y ciencia, sin que se pueda cuestionar la trascendencia de la primera respecto al espiritualismo personal, mientras que la ciencia pretende explicar los hechos. Para algunos la participación de ambas sería la solución ideal como equilibrio a su estado emocional, sin embargo, no deja de ser una limitación personal autoimpuesta fruto del conformismo o de la falta de disposición al esfuerzo que exige buscar respuestas más allá de los dogmas, como es el estudio ante la duda, con el ánimo de aprender y descrubir el poorqué de las cosas.
El estímulo del aprendizaje se plantea para quienes dudamos o buscamos respuestas a una determinada cuestión o situación, en un reto que vivifica nuestro estado emocional, pero sobre todo porque el crecimiento personal no puede sustentarse en un mero chantaje emocional con la deidad, yo te doy para que me des, como único actor o responsable de nuestro destino, cuando ese destino depende en gran parte de nuestra acciones y decisiones que, más acertadas serán, cuanto más evolucione nuestro aprendizaje, o al menos más amplio será el campo abonado para un resultdo más propicio a nuestro trabajo.
De manera que el saber no es que no ocupe lugar, sino que además, nos permitirá reforzar nuestro espíritu sin necesidad de una religión que nos guie con dogmas y como cauce de perdón de nuestros pecados y, así poder razonar ante diferentes posicionamientos, incluso dudas existenciales, porque a veces no se trata tanto de entender, sino de razonar nuestra respuesta y no globalizar situaciones a conceptos indeterminados, como son los propios dogmas.
Los demonios internos nosotros mismos no los creamos por la falta de la búsqueda de respuestas, como antítesis de la divinidad o como respuesta a ésta, no como relación de oposición entre proposiciones, juicios o tesis, sino como oposición de creencias basadas en dogmas. También de demonios surgidos por la falta de intención en la búsqueda de respuestas mediante el estudio, o por la búsqueda sin juicio crítico, o con fundamento en corrientes de opinión de moda surgidas en muchos casos no de una concienzuda reflexión, sino de la tendencia actual de dar por válido todo lo que se publica en cualquier medio, sin contrastar su veracidad, o fruto de tendencias ideológicas donde no caben ideas-lógicas distintas por miedo a ser rechazado. Pero sobre todo por la falta de estímulo intelectual que lleva a muchos a creer en una solución mística, no necesariamente religiosa, sino también de una procedencia de iluminada curantería.
Ni siquiera la propia filosofía sirve de nada si las diferentes líneas de pensamiento no se interiorizan con la crítica personal necesaria y fundamentada en nuestra experiencia, en nuestra continua observación y estudio. Una tesis ajena o una determinada línea de pensamiento es válida como fundamento y complemento de nuestros argumentos, no como verdades dogmáticas y absolutas, pues llegaríamos a la misma situación de alineamiento que con la religión o ciertas tendencias de pensamiento grupal a las que se ha hecho mención antes, donde el borreguismo prima sobre la razón y la experiencia personal, basada en la reflesión fruto del estudio.
Por último, falta un ingrediente, el de la verdad, que nunca es única, salvo la basada en una realidad objetiva, y ello con las debidas reservas, pues la percepción de esa realidad es diferente según la posición del observador y su proyección o efecto sobre otra realidad distinta. Entonces, la pregunta lógica es, ¿para qué estudiamos?, y entre las diferentes respuestas, quizá una podría ser: para saber interpretar lo que observamos. Por ello, también debemos agradecer a quién comparte su realidad con la nuestra como una forma de complementar lo que no es más que una verdad relativa. La nuestra.