AMOR Y COMPLACENCIA

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32008

 

Me pregunto si cuando amamos no estamos, en realidad, buscando satisfacer nuestro ego, lo cual no juzgo que esté mal, sino que pretendo ir más allá, replanteando la pregunta: ¿realmente somos capaces de amar sin sentirnos amados?.

Por supuesto que no me estoy refiriendo exclusivamente al amor de pareja que, indudablemente es complaciente, incluso el más generoso, aquel que todo lo perdona. Me refiero al amor puro, el que nos lleva a abrirnos ante todo, sin objeto alguno, sin meta o fin, ni siquiera buscando complacer a los demás.

Entonces, muchos se plantearán: ¿qué significado tiene amar si no hay un flujo de acción, de respuesta, de expresión, de acogimiento?. ¿existe o puede existir el amor puro?.

La verdad, si soy sincero, es que me cuesta decir que si existe el amor puro, máxime cuando, como he dicho y afirmado en reiteradas ocasiones, el mundo es totalmente hedonista. Pero, sin embargo, observando a determinados maestros de amor, seres de luz, he podido ver en su obra, en su peregrinar por este mundo, como han amado de manera pura, buscando redimir a la humanidad de la esclavitud de la falta de verdad, de la oscuridad de las pasiones.

fotocomposición plazabierta.com

Ahora bien, aunque parezca contradictorio, no se puede amar si primero no nos amamos a nosotros mismos, porque no podemos dar lo que no tenemos, para ello, debemos abrirnos a nuestras pasiones, a nuestras tensiones y preocupaciones, a esas actuaciones que nos arrastran al abismo de una existencia oscura; porque sólo descubriendo y amándonos en nuestra imperfección nos convertiremos en más dueños y señores del acto natural de amar, de aceptar este mundo en todos sus claroscuros, y de esta manera aflojar la tensión que nos provoca el complejo de culpa, no como consciencia del daño causado con el deseo de enmienda y aprendizaje, sino de la pesadumbre de un malestar continuado de ser merecedores de una condena externa, fruto de un inflexible y excesivo juicio de nosotros mismos; como una pesada losa que nos impide una reflexión sosegada y de autoperdón.

El amor en estado puro no es más que la liberalidad de nuestro espíritu, de nuestro alma, que nos lleva sin más razón a la realización de actos generosos y desinteresados sin esperar nada a cambio, esa actitud que sale de nuestro ser sin más, la apertura de nuestro espíritu dejando salir un flujo de acción, de respuesta, de expresión, de acogimiento de todo y ante todo lo que nos rodea. Es el gesto de abrirnos en una manifestación de constante agradecimiento al mundo externo, sin aspavientos, sin tener que demostrar nada; dejando de lado todos los transitivos adverbiales, – el para, el con, el como –, porque cuando el amor es puro todo es mente pura, no influye el pasado, ni el presente, ni se espera una repuesta futura, todo es un aquí y ahora. El amor puro transciende todo, sería la complacencia en el bien, la ordenación que la persona y todas sus facultades tienen hacia el Bien Universal.

Sólo hay un camino, o al menos, es el que he encontrado yo para comprender  al amor puro, la contemplación de nuestra propia existencia dentro de una existencia universal. Sólo así llegaremos a comprender que somos seres espirituales atrapados en una existencia material y temporal, en la cual el conocimiento y el amor, ordena todo nuestro ser.

De esta manera, los agravios de los demás no perturbarán nuestra existencia, porque llegaremos a comprender que cuando queremos enmendar y arreglarnos con los demás, no se persigue un acto de compasión sino que convertimos el perdón en una mera satisfacción de nuestro propio ego, porque en el fondo lo único que queremos  es tener la última palabra. Mediante el amor puro, sin embargo, llegaremos a comprender a los demás, sus imperfecciones y el sufrimiento de su actuar movido por el rencor, la envidia, la venganza, la falta de autoestima… y sobre todo, su incapacidad de amar de manera pura, bajo el convencimiento que nosotros no somos muy diferentes.

En todo caso, el amor puro es difícil de explicar, o se vive o no se vive, porque no se trata sólo de un sentimiento sino de un actuar de manera pura y libre de prejuicios y de reciprocidad, y con la única complacencia de estar buscando y haciendo el bien.

 

 

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