CHIQUIOSA Y DULCEGATITO

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—Espera, espera — el hombre vaciló, la sonrisa flotaba sobre su cara perpleja — ¿No serás… “Chiquiosa”?
—¡¿”Dulcegatito”?!
El hombre asintió, todo sonrisas, y abrió los brazos. La mujer se lanzó a ellos y ambos se abrazaron y se contemplaron por un segundo. Apenas podían creerlo, ¡se habían encontrado! Después de tantas semanas de juego virtual, se habían encontrado por casualidad. Ambos eran algo recelosos de su privacidad y ninguno había visto fotos del otro, pero habían hablado miles de veces durante su amistad, por micrófono o chat, y ahora al fin se habían visto. Se dieron dos tímidos besos. Al fin se conocían. Se sonrieron y se dieron un pequeño beso. Al fin se tenían frente a frente. Y se abalanzaron uno contra el otro.
Ninguno de los dos se sorprendió cuando notó su lengua en la boca del otro, en lugar de eso se abrazaron desenfrenadamente. Dulcegatito tumbó a su compañera sobre la reluciente mesa de roble, y ésta le sacó la camisa de los pantalones mientras le tanteaba el cinturón. Chiquiosa sentía su cuello latir de calor, un calor maravilloso que se desbordaba por su pecho medio descubierto, su estómago y sus bragas. Un ariete tórrido palpitaba muy cerca de ellas y, la parte de su cerebro que sabía que aquello era una locura estaba hipotéticamente atada, amordazada y encerrada en un armario, mientras sus hormonas agitaban pompones y hacían la ola.
Dulcegatito llevó la mano de la mujer a su bragueta y juntos bajaron la cremallera. Qué pasó con los calzoncillos, nunca se supo con exactitud, porque su hombría salió disparada como si no existieran. Un profundo gemido salió del pecho de Chiquiosa, ¡le quería dentro, le quería YA! ¡Eran demasiadas semanas hablando de lo que harían, teniendo charlas salvajes y sacándose las ganas a solas, frotándose como un animal! Dulcegatito le hizo a un lado las bragas y, para gran alegría de los dos, embistió.
Los dedos de Chiquiosa se crisparon en los anchos hombros de su compañero, pero éste no le dejó respiro, empezó a bombear de inmediato. Quiso la mujer suplicar, pedir un segundo de calma, pero el placer la atacó con fuerza y la súplica no llegó a nacer en su garganta. Risas y gemidos salieron en su lugar, y más cuando Dulcegatito le bajó el sujetador de un tirón y liberó sus tetas. El hombre enterró su cara en ellas mientras movía las caderas, ¡ah, qué caliente! ¡Qué maravillosamente caliente y húmeda estaba! Era un abrazo de dulzura, de humedad abrasadora que enloquecería a cualquiera. Y a ella también. Su deseo estaba tan alto que apenas podía controlarse, no quería gritar, ¡pero no podía evitarlo!
—¡Más… más…! ¡Sí! — El placer delicioso, la alegría de sentirse llena, colmada, la excitación, la situación, ¡todo la sobrepasaba! Sus piernas se elevaron solas, y Dulcegatito sonrió y la besó, la abrazó con fuerza. La dulce electricidad se hizo insoportable, y una maravillosa sensación de placer la inundó, haciendo estremecer con tal fuerza que uno de sus zapatos salió despedido. Dulcegatito movió las caderas en círculos, lenta y profundamente, haciéndola gozar más aún, prolongando el placer del exquisito orgasmo… y casi enseguida aumentó de nuevo el ritmo, dispuesto a acabar él también.
Chiquiosa cerró los ojos, notó que un rubor tremendo cubría sus mejillas, y deseó estar a un millón de quilómetros de allí, a un millón de años luz. Pero con Dulcegatito sobre ella. Con sus jadeos quemando su oído, sus anchas manos en sus tetas, y su polla embistiendo salvajemente su intimidad.
“No… no aguanto más”, pensó el hombre, y se dejó ir. Una poderosa corriente de gusto le recorrió la columna y le hizo temblar las piernas. Sintió el placer estallar de forma maravillosa en su polla y derramarse por ella, como si se le escapase media vida por entre las piernas. Una pequeña sonrisilla de gusto apareció en su cara, y sus hombros se contrajeron en un escalofrío, mientras Chiquiosa le apretaba contra ella con brazos y piernas, mientras su coño le abrazaba y palpitaba en torno a su virilidad, tan sensible…
—Eeeh… B-bien, creo que con esto, se dan por concluidas las presentaciones. Sugiero un descanso de cinco minutos antes de continuar con la reunión. — A su alrededor, los otros once directivos, cuatro de los cuales habían venido con Dulcegatito desde Barcelona para tratar lo de la fusión de empresas, se habían quedado sin sitios a los que mirar fingiendo que no veían nada. Y esa tarde, hubo que reponer todos los rollos de papel higiénico de los lavabos.
 
La próxima vez que alguien os diga: “el otro día conocí a una chica en el trabajo, y la jodí”, no os pongáis tristes. Quizá no esté hablando en sentido figurado.
© Dita Delapluma
 

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