Sólo puedes aspirar a los zapatos de cristal si eres tan auténtico como Cenicienta, pero hace tiempo que lo verdadero tiene demasiados handicaps puestos por terceros, concretamente desde que la hipocresía se ha adueñado del escenario donde la vida puede ser vivida. Hemos hecho de nuestra sociedad un escaparate para la apariencia, y de la hipocresía un escudo que nos protege frente a los lacerantes ataques de la verdad. Lo sabes. La verdad duele. La posverdad, sin embargo, solo es una vacuna contra el virus que nos haría reaccionar hacia una sociedad mejor. Las verdades aparentes, las que sólo lo parecen pero no lo son, permiten vivir con comodidad a cambio de renunciar a lo auténtico, pero los aspirantes a zapatos de cristal no pueden sobrevivir a la inercia de una sociedad refugiada en una falsedad vestida de Dior.
A lo largo de la vida, llega un momento crucial –tú, lector, lo sabes–, en el que tienes que elegir entre lo verdadero o renunciar a ello por otra cosa que no lo es, pero que se le parece tanto que se hace irresistible. De pronto, tú, que luchabas por lo honesto, te ves en la encrucijada de aceptar o rechazar un trabajo por enchufe quitándoselo a alguien que lo merece más que tú, alguien que no aparece definido sino difuminado en abstracto. Sabes que existe pero no le sientes, no le percibes. Joder a quien no conoces es llevadero ¿verdad, cobarde?. Sabes que alguien va a sufrir una injusticia porque tú, que eres un hombre de partido, o un fervoroso fiel comprometido con esa secta religiosa que está en todos los sitios, y también contigo si no mencionas la obra de Dios en vano, vas a coger lo que no te corresponde, sabes que alguien va a sufrir, sí, pero tú no, porque papi tiene influencia y tienes que hacer tu vida, o porque directamente compras a cambio de favores y te prostituyes por la gloria bendita de un trabajo que no es para tanto, es verdad, pero te reporta seguridad, sabes que vas a joder a alguien, sí, eso es cierto, a alguien en abstracto, pero te da igual, porque en la encrucijada en la que te hallas prefieres lo fácil, aunque lo fácil no traiga nada bueno. Eso no lo sabes aún, por eso, precisamente, estás ahí, pero lo sabrás con los años. Te has dicho que todo el mundo lo hace. Y eso, eso tan escueto, al parecer basta. Ni siquiera distingues que no todo el mundo lo hace. No distingues que una injusticia requiere que parte del mundo, los que se tienen que joder, sufran por ti la pérdida de aquello que les estaba destinado y que merecían más que tú simplemente porque tienen más dignidad.
O quizás puede que tú, que antes aspirabas al amor, lo veas en un casamiento que sólo garantiza seguridad, estabilidad, una dicha romántica de Corte Inglés que se irá desvaneciendo cada mañana después de la luna de miel, cuando te preguntes en el espejo qué has hecho y qué has de hacer para que tu pareja se siga creyendo tus milongas. O quizás tú, que tenías esos ideales bellos de la juventud y te llamas Chipras, o Kabufaquis u otro que suene así de bien, a resistencia francesa de Segunda Guerra Mundial, de pronto te encuentres que el diablo, vestido de Troika, te propone un futuro envidiable de vida de resort para toda la vida a cambio de que tus eslóganes no se hagan realidad. O quizás eras un ciudadano comprometido que aspiraba a que tus ideas se realizaran desempeñando un puesto fiel en el partido, hasta que descubriste que todo era un cuento y que, para seguir, debes callar tu crítica leal y seguir haciendo la pelota a un prohombre del que dependes para salir en las listas, y, entonces, sí, no llores, todo lo digno que hubo en ti y tu madre idealizaba cuando te ponía el donuts en la cartera, todo eso, se caerá al suelo mientras pones sonrisa de dentífrico para un póster electoral que te hará sentirte orgulloso cuando lleves unos bombones a mami a esa cárcel que te has empeñado en llamar geriátrico y es posible que incluso lleve tu patrocinio. O quizás, por qué no, eres un escritor con aspiraciones de pasar a la posteridad y sueñas con la gloria literaria pensando que aceptar la farsa de un premio que no mereces te convertirá en un Shakespeare cualquiera cuando nadie, lo sabes, puede escribir algo medianamente bueno sin haber experimentado los sinsabores más amargos que la existencia nos pone de por medio.
Siempre llega un momento en que tendrás que elegir entre renunciar a lo auténtico o seguir una vida de mentira que te tienen preparada a cambio de tu dignidad. Pero entre tanto, muchos otros lucharán por lo auténtico y en cada lucha suya sentirás una espina que te recordará que una vez hiciste un pacto con el diablo, y entonces envidiarás al que lucha de verdad y con tesón, al que vive una vida sencilla de barrio y partida de mus, al que ama de verdad, al que denuncia lo injusto, al que tiene mérito, envidiarás, porque ese es tu destino, a todo aquel que enfrentado ante el dilema de elegir entre lo verdadero o lo que no lo es, tuvo la sabiduría de ser él mismo, respetarse y ser digno.
Aunque todavía no lo sabes, hace tiempo que deberías distinguir que la vida no está en el resultado, sino en la tensión del día a día, que eres privilegiado si gobiernas tus decisiones y eres el timonel de tu vida, que no importa la fortuna o la desdicha si sabes administrar ambas y gestionarlas sin que te dañen, que incluso lo más duro es grande si es el resultado de elegir lo auténtico, hace tiempo, lector, que deberías haber renunciado a una vida analgésica a cambio de vivir la verdad, hace tiempo que deberías rechazar la idea de que tu vida sea un plano inclinado hacia la muerte indigna que te preparan todos los que te han hecho vivir renunciando a lo que eres, hace tiempo que deberías saber que la muerte real está en cada renuncia a ti mismo que dejas por el camino y que es sano, mucho, renunciar a los placeres o los privilegios que conllevan que seas otro distinto al que deberías, porque vivir no es vivir la vida de otros, no es vivir ni su pasado, ni su presente, ni el futuro de caramelo que te prometen y que, como mucho, solo será una anestesia para que no te enteres de que no tienes alma. Hace mucho, lo sabes ya, vivir es otra cosa. Solo tienes que salir de tu zona de confort. Ya.