Según el diccionario de la RAE, el miedo es la “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”
Primigeniamente todas aquellas amenazas con que los fenómenos naturales intimidaban al hombre, estos lo relacionaban con la magia para asi tratar de justificar sus miedos y, para luchar contra esa naturaleza amenazante y mágica acudían a fuerzas protectoras que los protegiesen, ofreciendo sacrificios y ofrendas, y de esas prácticas nacieron los dioses y después las religiones, y se pasó del miedo al relámpago al miedo a los dioses y de ahí a la manipulación del intelecto propiciando la ignorancia cómo mecanismo de control de las masas. La historiadora Joanna Bourke autora de “El miedo: una historia cultural” sostiene que: “el principal transmisor actual del miedo son los medios de comunicación de masas, pero en todo caso se precisa de la credulidad de la sociedad para que el pánico estalle”.
El miedo cómo emoción primaria y básica. El miedo cómo mecanismo de supervivencia ante lo desconocido, cuando lo desconocido, lo aún por llegar, parece como si lo hubiéramos vivido mil veces, como si hubiera salido del sueño y tratara de romperte la vida. Ese Déjá Vu que nos pasea por situaciones que no deseamos, premoniciones que desasosiegan el intelecto y ante la que no tenemos, en el corto plazo alternativas. La incomodidad de tener que adaptarse a lo imprevisible, una incomodidad espiritual que no física y que te hace volver continuamente la cabeza en un intento de cazar esas sombras que te estremecen.
Nos hemos acostumbrado al terrorismo yihadista, a la violencia contra la mujer, a las políticas neoliberales y sus consecuencias: la emigración de los jóvenes, el umbral de la pobreza y la pobreza misma, a las pateras y sus muertos, al paro, al hambre, a los desastres del cambio climático, a los nacionalismos y los populismos, a la corrupción institucional y las otras, a las filias y las fobias. Nos hemos acostumbrado a tantos submundos que vivimos en ellos sin saberlo.
“Nos hemos acostumbrado al terrorismo yihadista, a la violencia contra la mujer, a las políticas neoliberales y sus consecuencias (…)”
Nos hemos acostumbrado al sufrimiento ajeno y no somos conscientes que ese hábito solo enmascara el miedo a que algunas de esas amenazas se ceben en nuestro entorno más próximo. Hemos creado automatismos que nos inmunizan y hacen que el miedo no nos atrape tras cada noticia, tras cada muerte o tras cada ruptura de la convivencia y cada vez somos más débiles ante lo imprevisto y cada vez más el rito doblega a la norma, a la ley y nos desnuda ante la bestia.
La bestia enfermedad, la bestia pobreza, la bestia guerra, la bestia muerte…, la intolerancia, el desamor, el fanatismo, la soledad…, esculpiendo en la memoria su código perturbador y haciendo saltar las alertas cuando el miedo ya ha conseguido distorsionar la realidad y solo nos queda nuestra conciencia como disciplina contra la anarquía del subconsciente.
Pero también existe una vida paralela, una vida que sentimos amenazadas y entonces el miedo actúa como una emoción que nos ayuda a rebelarnos y sobrevivir hasta conseguir un equilibrio entre la amenaza y los recursos para vencerla. Esa percepción de inseguridad, esa angustia de la que no somos capaces de sustraernos y que nos dejan el ánimo surcado por cicatrices a través de las cuales navegó el miedo.
Sé atribuye a Paulo Coelho la siguiente frase: “Sólo una cosa vuelve un sueño imposible: el miedo a fracasar”.