LA HUMANIDAD FRENTE AL ESPEJO

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Imagen del fotógrafo Unai Beroiz saludando a su abuelo durante el confinamiento

 

Desde mi terraza observo pensativa, ensimismada, cómo cae la lluvia, tenue, acompasada, empapando, regenerando la hierba aun reseca del invierno. Una inesperada ráfaga de viento estampa las livianas gotas contra los cristales, deshaciéndolas, resbalando sobre ellos como una cascada de lágrimas. Es el preludio de una tormenta ambiental que vaticina el nuboso cielo, y de otra que subyace amenazadora entre las sombras; será la “tormenta perfecta”, emergiendo impetuosa, imparable, desgarrando corazones, despertando conciencias. Mis ojos siguen la estela de una bandada de pequeñas aves volando bajo, buscando ávidamente la familiar protección bajo las tupidas ramas del abeto, acurrucándose junto al mirlo y las tórtolas sin sorprenderse por mi cercana presencia. Diferentes especies compartiendo en armonía el mismo espacio. Suspiro. ¡Una lección que aprender! Conmovida por el sabio y sutil lenguaje de la naturaleza no me resisto a sentir la fina lluvia sobre mi piel, danzar al compás del viento y derramar la aflicción junto a la madre tierra, en un agradecido, revitalizante y espiritual abrazo.

¿El comienzo de una nueva era?

En diciembre de 2019 nadie sospechaba la convulsión que estallaría a nivel mundial. Comenzó cuando China alertó a la OMS de la extraña neumonía surgida en la ciudad de Wuhan, provocada por un coronavirus al que llamaron Sars-CoV-2. Los occidentales veíamos estupefactos el cierre de sus fronteras y el aislamiento de la ciudadanía. Desde la distancia, no sin cierto escepticismo, admirábamos la disciplina con que afrontaban la epidemia, contemplábamos perplejos la resignación reflejada en los rostros al mirar tras las ventanas de sus hogares. Los contumaces rebeldes que se aventuraban en las calles eran detenidos sin miramientos, denunciados por sus indignados conciudadanos. Los casos positivos en los testing más graves iban directamente al hospital, los leves y asintomáticos eran obligados a guardar cuarentena en las llamadas “Arcas de Noé”, hasta su total recuperación. Impregnadas de un trasnochado surrealismo las imágenes rozaban la tragicomedia, resultaban abrumadoras, irreales, incluso absurdas; sugerían una amalgama perturbadora que bien podría haber nacido de la prolífica pluma de Stephen King o los creadores de The Walking Dead y para colmo, aderezada de estrambóticas secuencias que recordaban a los hilarantes hermanos Marx.

Las extremas restricciones impuestas por el gobierno chino no consiguieron evitar la propagación del virus, Corea del Sur, Singapur o Vietnam, fueron los primeros países en verse afectados. Al mismo tiempo circulaban hipótesis variopintas sobre el origen, todas ellas difusas; desde extravagantes teorías conspiratorias hasta relacionarlo con un mercado de marisco, con murciélagos y pangolines. En enero de 2020 la OMS advirtió que existía la posibilidad de identificar algunos casos en otros países. Un mes después, el 12 de febrero de 2020, la directora de Salud Pública de la Organización, María Neira, insistió en que viajar seguía siendo seguro. A pesar de las declaraciones y la cuantiosa pérdida económica que conllevaba, el ‘Mobile World Congress’, el mayor evento del móvil programado del 24 al 27 de febrero en Barcelona, terminó por cancelarse. El temor a la posibilidad de una exportación involuntaria de la enfermedad debido al elevado flujo de visitantes del país asiático, centro de la epidemia, llevó a acreditadas empresas a tomar la drástica decisión de no asistir. Escuchábamos a la doctora Neira pronunciarse al respecto, en diversas entrevistas y diferentes medios de comunicación, “creo que hay cierto contagio psicológico más que infeccioso y estamos demasiado asustados”-, para terminar aseverando“hay que poner las cosas en contexto, no tomar medidas que no estén basadas en la evidencia y que solo generan ansiedad y efectos económicos indeseables”-.

© Plazabierta.com

Nadie predijo que el recién descubierto Sars-CoV-2 golpearía sin compasión nuestro aguerrido y viejo continente. ¿Quizá porque los datos aportados por coronavirus similares en anteriores epidemias, donde fueron controlados, apuntaban a que el nuevo microorganismo iría en la misma dirección? ¿O quizá fue todo lo contrario y al ser desconocido hubo un exceso de precaución, subestimando el impacto que podría causar? Complicada disyuntiva para los científicos cuyas decisiones deben sustentarse en pruebas rigurosamente constatadas. Comprendía la colosal tarea que tenían por delante epidemiólogos, virólogos, microbiólogos, estudiar con ahínco el comportamiento del patógeno y encontrar una vacuna en tiempo récord. Pero desde la libertad de mi pensamiento y modesta posición, por suerte carecía de la responsabilidad de los expertos, me preguntaba a mí misma cuánto tardaría en llegar a Europa. Observando la trayectoria del virus viajando de China a países colindantes pensé que nada le impediría traspasar las fronteras del continente asiático. En un mundo interconectado donde hay millones de desplazamientos diarios tendría incontrolables espacios por donde salir y múltiples vectores para trasladarse a otros lugares. -¡Sólo es cuestión de tiempo!- me dije abrumada.

El mundo del revés

Una profunda tristeza me embarga a causa de la tragedia que asola al mundo, sobrecogida especialmente por el dolor que golpea a mi país. El inicio de un cambio a nivel global es innegable, asumo escindida esta demoledora realidad y lo hago desde un ángulo difícil de explicar. Mientras una parte de mi es sobrepasada por el arrebatador impulso de los acontecimientos, otra parte busca la distancia, anhelando el imprescindible sosiego, mantener la mente lúcida, objetiva, en la observancia de cuanto acontece alrededor. Hace unas cuantas semanas la gente transitaba, interactuaba, en las calles, plazas o parques, y una bulliciosa cotidianidad animaba las ciudades llenándolas de vida. Manifestaciones reivindicativas, partidos de fútbol, conciertos, eventos de diversa índole social, hasta un mitin multitudinario en un lugar cerrado de un grupo político que culminó el encuentro con efusivos saludos, besos y abrazos, donde algún miembro del equipo ya mostraba síntomas de la enfermedad, fueron actos celebrados alegre y despreocupadamente, sin sospechar nadie la debacle que se avecinaba, ni siquiera la OMS que pocos días después declaró la Pandemia. En esas fechas teníamos 10 fallecidos y 764 casos positivos.

El mundo que conocía se ha derrumbado, ha perdido el rumbo, hoy el horizonte se perfila incierto, para millones de personas nada volverá a ser igual aunque otras muchas se empeñen en negarlo. Durante los meses de duro confinamiento un inquietante silencio ha sustituido al mundanal ruido, deambulando solitario en medio de la incertidumbre recorría aceras, calles, avenidas o desérticos bulevares, interrumpido de vez en cuando por el escalofriante sonido de las sirenas de las ambulancias. Un patógeno desconocido es el responsable de la hecatombe. Irrumpió inesperadamente porque nadie pudo predecirlo, arrebatando la vida a miles de personas, enfermando a millones, propagándose a inusitada velocidad. El invisible, sigiloso e implacable asesino, ha doblegado a gobiernos de distintos países obligándoles a detener la febril actividad socio-económica, ha logrado lo que en las sociedades del siglo XXI era impensable y parecía imposible, confinar a millones de seres en sus hogares con el único objetivo de evitar el contagio y contener la expansión.

La región lombarda del país transalpino fue la primera en sucumbir a la feroz embestida. Ante el aumento exponencial del contagio el personal sanitario se vio abocado a emprender en primera línea una cruzada frenética, desesperada, intentando salvar las vidas de sus compatriotas. Totalmente desbordado el gobierno italiano siguió las directrices de Wuhan, confinó a la ciudadanía en sus casas y cerró fronteras. Y en esa dramática lucha fueron abandonados a su suerte por la Unión Europea, quien sin pudor mostró su cara más mezquina e inmisericorde. Dolía, decepcionaba, la miope e indolente mirada, abochornaba la actitud laxa, insolidaria, inaceptablemente altanera de algunos eurodiputados, una inacción execrable que dejará testimonio en las memorables páginas de nuestra común historia para vergüenza de Europa. De nuevo me sorprendía preguntándome a mí misma, ¿a estas alturas alguien puede creer que el virus ha elegido a Italia como objetivo único y se quedará confinado con la población hasta desaparecer?

Pero ni la arrogancia, ni la estupidez, la riqueza, la pobreza, el egoísmo, el avance tecnológico o las creencias, han conseguido detener su expansión. El siguiente país forzado a seguir la senda marcada por Italia fue el nuestro, estado de alarma y un confinamiento más estricto. Las controvertidas imágenes de Wuhan, las que por su lejanía no fueron temidas, paradójicamente se han reproducido en nuestro país. El patógeno no se ha demorado en recordar a la Humanidad lo frágil e insignificante que es. ¡Otra lección que extraer! Aún así una mayoría parece no querer entenderlo.

A medida que transcurrían las primeras semanas una potente sensación de irrealidad me acompañaba constantemente. Cada mañana al despertar creía haber experimentado una terrible pesadilla, pero los datos, tozudos, me sacaban del error. No era un mal sueño sino el inicio de una pavorosa realidad que costaba trabajo asimilar.

Continuará…

 

 

 

 

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