CARTAS SIN FRANQUEO (CXXVI)- LA LIMPIEZA GENERAL

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Pues sí, hoy me he levantado emulando a la fámula Panchita, aquel personaje de los TBO de hace tiempo, que cumplía con todas la incorrecciones dogmáticas de este tiempo, negra, de carnes abundantes (gorda), y vestimenta étnica, y que trabajaba, unas veces sí, y otras tampoco, para el Doctor Cataplasma. No sé, puede que sea mi espíritu rebelde y provocador, porque también podría haber elegido a Petra, criada para todo, que al fin y a la postre cumple las mismas funciones, pero entonces no podría haber dicho negra, ni gorda, con lo que no habría logrado que cierta gente, a la que me importa un pito importunar, es más, reconozco que me provoca importunarlos, como censores, dogmáticos o inquisidores laicistas, se sintiera importunada.

 

Hoy, a pesar de no disponer de la app del ministerio de igualdad, y en cumplimiento de mi propio mandato de convivencia razonable conmigo, y conmigo mismo, me he levantado decidido a iniciar esa labor ingente y periódica de la limpieza general del hogar que habito, en el que moro, o sea, donde vivo.

Odio, como cualquiera que me conozca sabe, las tareas rutinarias, las obligaciones impuestas, los trabajos que habitualmente se consideran no creativos, y esos, en general, que en tiempos no tan remotos hacían profesión no reconocida en los documentos oficiales, como labores del hogar. Sí, es verdad que no son mis tareas favoritas, pero igual que lo reconozco con absoluta franqueza, con la misma he de reconocer mi capacidad de compromiso conmigo, y con lo que me rodea y acoge. Y nada es más acogedor que tu propia casa.

Esta dificultad para reconocer mi capacidad de compromiso, más allá de filias y fobias, una vez que he decidido aceptar lo que sea, me ha supuesto varios episodios chuscos en mi vida, porque la mayoría de mediocres del mundo mundial, medradores, políticos, jefecillos de medio pelo, presidentes de comunidad con ínfulas, detentadores de cargos sin poder, en general, no conciben el compromiso más allá de la obligación. Pero tampoco es de esto, del compromiso, de lo que pretendía hablaros.

Hoy me he puesto a escribir para contaros que, en perfecta armonía con mi incapacidad de hacer algo sin darle, al menos, cuatro o cinco vueltas más, me he puesto a hacer limpieza general, esa de mover muebles, levantar alfombras, quitar polvo, barrer, fregar, limpiar baños y cristales, comprobar, una vez acabado el ciclo, que en el primer mueble que quitaste el polvo, burla, burlando, ya hay polvo de nuevo, de tal forma que solo queda por saber, y yo no lo sé, si ese polvo es el mismo que había antes, y que en una pingareta se levantó, se dio una vuelta por la estancia, y se volvió a depositar, o es nuevo; y en este último caso, que menos que dejarle un tiempo para que se asiente.

Ya, ya lo veo, alguien está pensando que primero quité el polvo, y luego barrí y fregué. Por favor, un poco de respeto, soy hombre, nuevo en estas lides, pero he sido experto en lógica desde hace más de cincuenta años. Hasta ahí llego.

Pero tampoco; tampoco es de limpieza, aunque algo tenga que ver, ni de lógica, que aunque trastocada en algo afecta, de lo que pretendía hablar. Yo quería hablar de filosofía, de trascendencia, del tiempo y su transcurso. No por lo que tardé en hacer las diferentes tareas, mucho, no por la frecuencia de movimiento de la escoba, que ni lo analicé, no por la futilidad del desalojo del polvo, apenas perceptible; no, por nada de esto. Ni siquiera porque polvo somos y en polvo nos habremos de convertir, ni siquiera, aunque ya nos vamos acercando.

Estaba en pleno esfuerzo barrendero, acumulando polvo, migas y objetos varios escondidos en los rincones hurtados a la vista cotidiana, cuando, puede parecer macabro, a lo peor lo es, pero también cierto, me dio por pensar cuantas células, ya muertas, propias, descartadas por mi cuerpo en los últimos días estaban acumuladas en el montoncito que la escoba iba perfilando, alimentando. Cuántos micro cadáveres propios estaba empujando hacia el innoble final del cubo de la basura. Fue una revelación demoledora, y estuve en un tris de barrerme a mí mismo, sin contemplaciones. Así que efectivamente polvo somos, y, matizando lo dicho, en polvo nos vamos convirtiendo, en presente y pasado, nada de futuro. Finalmente la soberbia humana se impuso y vino en mi rescate. Polvo, sí, pero consciente, polvo trascendente, polvo con vocación de supervivencia. Faltaría más.

Así que abandoné inmediatamente la deriva depresiva, el abismo fatalista, la vocación intrascendente, y, cual ave fénix de la limpieza hogareña, conduje mi pensamiento al paralelismo entre la limpieza general del hogar físico, y el abandono impenitente del hogar intelectual. ¿Cuántas veces hacemos limpieza general de nuestra mente? ¿Cuántas veces revisamos todas esas ideas ya caducas, que lastran nuestra evolución intelectual? ¿Cuántas veces levantamos las alfombras dogmáticas para descubrir el polvo de viejos pensamientos, de filias y fobias, perversas, que nos condicionan ante cualquier idea nueva? ¿Cuántos de los lastres que nos permiten justificar ideas injustificables, admitir líderes de trapo, o admitir como válidos actos que desmienten lo que pensamos, hemos revisado últimamente con ojo crítico, aunque ese ojo sea el tercero? (y cuando hablo del tercero, hablo del que como tal identificaba Lobsang Rampa, no vayamos a irnos por las ramas)

La casa ha quedado limpia, al menos según mi criterio, que seguro que habría quién no lo compartiera. La limpieza me ha llevado unas cuantas horas de frenesí móvil, de meticulosidad observadora, de proyección de personalidades ajenas para analizar el trabajo realizado. Y me siento agotado. No, no físicamente, tampoco el tamaño de la casa da para ello, pero si intelectualmente.

Ya solo me queda buscar fecha para empezar la limpieza general de mi mente, y la de mi alma, sin confesor, sin confidente o psiquiatra, que llevarme al pensamiento.

Diógenes, empiezo a entenderte.

3 COMENTARIOS

  1. Digno del mejor Juanjo Millás. Rafa, quizás barrerse a uno mismo es la mejor manera de comprenderse. Aunque hay que saber dónde tirar la basura…

  2. Como todos tus artículos: original y profundo.

    El polvo…; quizás el peor de todos sea el que los “payasos”( payasas y payases) que dirigen los micro y macromundos, se ponen en la cara; no sólo para hacernos reír cuando debiéramos llorar, sino, sobre todo, porque no soportan verse en un espejo.

    Muchas gracias.

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