Las mujeres Druidas
En la tradición celta se las nombra con derivaciones del nombre druida como Bandruid o Banfhilid. Por su parte, autores latinos y helenos las llamaban Dryades. En la sociedad celta, a diferencia de otras sociedades patriarcales y no solo del mundo antiguo, las mujeres ocupaban un rango distintivo, relevante.
Disponían de las mismas oportunidades que los hombres de convertirse en reinas, guerreras, embajadoras, juezas o druidesas, enfrentándose a los mismos obstáculos o pruebas para alcanzar su meta. Algunas se transformaban en diosas o hadas, sus gentes las veneraban y como a tales las trataban al ser especialmente poderosas. Llevaban torques pesados alrededor del cuello que solían estar hechos de oro, también gozaban de tal distinción los guerreros y otros personajes destacados de la sociedad. Posteriormente, fue la llegada del cristianismo quien se encargaría de despojar a las espirituales y sabias druidesas de la pureza de su nombre y rango, otorgándoles otro muy alejado de su realidad, el de brujas o hechiceras, tristemente, bajo el peso de su influencia fueron demonizadas como maléficas o paganas.
Los druidas eran conscientes de que tenían la obligación y la responsabilidad de preservar sus leyes y su historia, para ello depositaron confianza y conocimientos en los Bardos, quienes lo difundieron a través de la palabra, mostrándose como los custodios de la ‘literatura’. Haciéndose eco de las enseñanzas recibidas componían poemas líricos, los cuales emanaban de las tradiciones y de los elementos naturales. Se encargaban de llevar la luz de su cultura al pueblo acompañándose de la música del arpa o la lira, instrumentos simbólicos de su identidad que ellos mismos tocaban. Se convertían en los personajes de sus relatos, en aves, árboles, palabra o espada, vientos o murmullos de los océanos. Se les consideraba sacerdotes porque transmitían los misterios de su religión de una generación a otra, recibiendo un trato cálido y respetuoso. Con el tiempo las huellas de estos poetas y comunicadores se fueron perdieron, sin embargo, esta ancestral y legendaria figura volvió a recuperar el auge en la Edad Media, al inicio del Romanticismo, gracias a un poeta escocés llamado James MacPherson (1.736-1.796).
La mayor divinidad de los pueblos celtas, vinculado a la luz, era Lugnasad. En la época estival tenía lugar una fiesta en su honor, celebraban sus esponsales con la diosa tierra. Vestido con un jubón de tejido sedoso, capa verde y sandalias de color dorado, protegido con un yelmo y una coraza de oro, provisto del mismísimo arco iris y de su lanza que siempre daba en el blanco, Lug, se complacía componiendo versos, forjando hierro, construyendo casas y tocando instrumentos musicales. La tradición marcaba el inicio de las cosechas, lo festejaban con ferias en las que intercambiaban productos, se organizaban juegos y competiciones, los druidas intervenían en las desavenencias, estudiaban los casos e intentaban resolverlos emitiendo un justo veredicto. Para los celtas la luz se
“De la luz huyen los seres tenebrosos, aquellos que la temen porque les mostraría cual son: deformes, lóbregos y perversos. Los habitantes tenían que ahuyentar a estos seres tétricos encendiendo poderosas y enigmáticas hogueras, dando la bienvenida a la primavera, ya que la luz les protegía a todos.”
mostraba como una presencia visible de todo lo divino. Alimentaba a los hombres, a los animales, los bosques. La luz es la que nos guía permitiendo ver en lo más profundo de nuestro ser aquello que está bien. De la luz huyen los seres tenebrosos, aquellos que la temen porque les mostraría cual son: deformes, lóbregos y perversos. Los habitantes tenían que ahuyentar a estos seres tétricos encendiendo poderosas y enigmáticas hogueras, dando la bienvenida a la primavera, ya que la luz les protegía a todos.
El objeto de culto por excelencia eran las piedras. Allá donde encontraban lugares ocupados por rocas o piedras extrañas los celtas los divinizaban, consagrándolos como morada de los espíritus de los difuntos, de inspiración religiosa, haciéndolos suyos. Desde el período de La Téne acostumbraban a inhumar a sus cadáveres, a grabar inscripciones mágicas en la piedra o en madera. Después de transcurrido el tiempo necesario que denominaban como purificador, incineraban los restos y los depositaban en túmulos. Se cree que la fortaleza funeraria de ‘Brughna Boyne’ alberga los restos de los más importantes magos del país. Las columnas de basalto que forman ‘La Calzada del Gigante’ en Irlanda dieron lugar a una de las más hermosas leyendas.
Los árboles representaban el eje de la existencia y estaban dotados de connotaciones simbólicas. El roble simbolizaba la fuerza y el poder de los héroes, el abedul el castigo, el abeto se distinguía por su feminidad y su relación con Druantia, la reina de los Druidas. Así sucesivamente, incluso hasta el punto de elaborar un horóscopo a través de su visión de ellos. El conmovedor respeto que conferían al mundo vegetal se prolongaba al animal, manifestando una increíble sensibilidad hacia aquellos animales que, en primer lugar, habitaban en los bosques. Cada pueblo adoptaba un animal como ‘Tótem’, heredando sus características, las cuales servían de distintivos entre tribus. Los pájaros mágicos eran el enlace con el más allá, el oso combinaba el bien y el mal en un ir o devenir entre lo bestial y lo celestial, el toro se asociaba a la conquista, el jabalí al vigor o el furor bélico, el ciervo, la más noble de las presas, estaba representado por un dios, Cernunnos. Se veneraba a la serpiente como símbolo de resurrección, sabiduría, protección y sanación, relacionándola con la diosa Sirona.
Los celtas dieron origen a un sinfín de fantásticas leyendas que han perdurado a través de los siglos. La más conocida es la de Merlín y el mito del rey Arturo, la leyenda de la cierva dorada, leyenda del lago Ennel, leyenda de Bran, etc. La riqueza de su mitología da cuenta de su inestimable imaginación y creencias.
Crearon un calendario que dividía el año en dos estaciones, la invernal y la estival. El Ogham nacido en Irlanda en circunstancias misteriosas se considera un alfabeto único, los científicos debaten si además de comunicar esta escritura escondía rituales mágicos.
Dicho celta: ‘La verdadera grandeza no renuncia a la amabilidad’
En la actualidad se celebran fiestas de celtas y druidas, afrontando estos temas con muchos prejuicios y escaso rigor. Hay una tendencia a banalizar, a poner el acento en el aspecto arcano de la religión celta relegando a los druidas, también a través de cómics, a un rango de brujos manipuladores de calderos y pócimas mágicas, cuando su acervo intelectual y espiritual trasciende la comprensión por ser demasiado profundo y complejo. Baste tener en cuenta los siglos que nos separan para entender la idiosincrasia de esta fascinante civilización. Algunos historiadores de la época no fueron objetivos por estar bajo las órdenes de sus gobernantes, enemigos de los celtas, por tanto, no son fiables.
Tolkien, proclamaba ser anglosajón hasta la médula. Detestaba todo lo que tuviera que ver con el celtismo al interpretarlo en términos de separatismo, cayendo en una enorme contradicción al no tener en cuenta el hecho de que la propia Inglaterra anglosajona tiene un fortísimo e indiscutible sustrato celta. A nivel creativo ha bebido de las fuentes de un patrimonio fabulador, folklórico y mitológico propiamente celta. Los ogros, trolls, enanos, elfos, hadas, las lenguas inventadas por él recuerdan los dialectos galo-itálicos. Conclusión: John R.R.Tolkien, anglosajón de pura sangre como le gustaba repetir, fue después de todo un auténtico celta de pura sangre, incluso a su pesar.
Los celtas recurrían ante la adversidad al poder del árbol, rozaban el tronco pidiendo ayuda, lo que dio origen a nuestra costumbre de tocar madera para alejar la mala suerte. El mal de ojo. Se utilizaban diversos métodos. El amuleto, el conjuro o la oración se aúnan contra este mal. El mágico número tres. De ahí el dicho: a la tercera va la vencida. En la última el héroe o heroína se eleva con la victoria. Responde a los tres mundos, el cielo, la tierra y el infierno.
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