SER O NO SER ESENCIALMENTE DE IZQUIERDAS

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Iglesias Montero
Hace unos días se publicó, aquí mismo, en este medio, un artículo de mi puño y letra, o de mis dedos y el teclado de mi ordenador, en el que defendía la opción o decisión de uno líderes de izquierdas, en concreto Pabló Iglesias e Irene Montero, de Podemos, de comprarse un chalet en la preciada sierra madrileña, pero que, hubiese y puede seguir siendo extrapolado a cualquier otro líder situado a ese lado del mapa político.

 

Parece que dicho artículo, ni siquiera, ha sido entendido por mis propios amigos y gente más cercana, lo que me ha llevado a plantearme que, entonces, el problema no es del destinatario, usted que está ahora leyendo este artículo; sino de la fuente, de un servidor que no ha sabido explicarse correctamente o con la debida precisión.

Creo que quedó meridianamente claro que, a pesar de haber coincidido con el padre del referido político, del cual, lo primero que deja transpirar es su honestidad, de la misma manera presuponía la de su hijo, sólo y simplemente por una cuestión genética, aunque, es cierto, que esta ciencia sucumbe, aveces, ante factores exógenos. También, al menos dos veces en el texto del artículo en cuestión, hice referencia a la poca simpatía que me inspiraban los dos políticos que ahora mismo están siendo cuestionados por las bases de su partido. Entonces, ¿por qué narices los defendí o porqué defendí su opción?.

Insisto que, aunque la referencia está hecha a unos determinados políticos, sin embargo, es extrapolable a cualquier político marcado o pintado de rojo, pero, fundamentalmente, porque quienes ahora están haciendo un juicio sin piedad contra Pablo e Irene, Irene y Pablo, se quedan en las ramas no entrando a analizar el fondo; además de quedarse, también, en el limbo de las almas perdidas, por creer, simpatizar, votar o pertenecer a un partido de izquierdas, sin estar con los pies en la tierra, es decir, pisando el barro de nuestra política actual y analizando sobre el terreno las soluciones precisas para iniciar un cambio social y político.

Un cambio dual que, evidentemente, necesita de la madurez democrática de quienes intervenimos o formamos la parte fundamental de este cambio, nosotros, tú, ella, él, nosotras. En definitiva los individuos o individuas; los que vamos a resultar beneficiados o castigados por las políticas sociales que se adopten dentro de ese nuevo sistema que presuponemos mejor que el actual, sino para qué molestarnos en cambiarlo. Si no hay cambio en nosotros y entre nosotros, limitándonos a autocompadecernos de no ser capaces de cambiar las cosas, así como a analizar los múltiples significados del término izquierdas en el ámbito político, todo seguirá igual.

Ha habido alguna que otra individua e individuo, en sus comentarios en la publicación del mencionado artículo en redes sociales, que han cuestionado el artículo en base a declaraciones anteriores de uno de los protagonistas, del omnipotente Pablo,  aunque se haya sacado de contexto, en un programa vespertino de Ana Rosa Quintana, entrevistándolo en su vida cotidiana, en el que aquel se metía con aquellos políticos que vivían en Somosagüas, distanciado del pueblo de “a pie” o con el  ático de un ministro de economía de los distintos gobiernos de Rajoy; presumiendo, además, de vivir en un humilde pisco de 60 metros cuadrados en Vallecas. Es decir, critican la falta de coherencia acerca de lo que ha presumido o esgrimido como propulsor de un cambio de ética política. Debo reconocer que es a los únicos que puedo dar la razón.

Al resto de cuestiones que se han debatido acerca de la adquisición inmobiliaria por tan conocida y popular pareja política que ha terminado por sucumbir ante Cupido al haber sido atravesados sus corazones por una de sus flechas del amor; son cuestiones que, aparte de disfrazar lo que realmente sucumbe a tan cuestionada adquisición, que es una gran envidia,  caen por su propio peso y su escasa consistencia racional.

Los fundamental, por consiguiente, es definir el término izquierdas y, para afrontar tan ardua y difícil tarea, pero sobre todo, para no perdernos en disquisiciones políticas, filosóficas u otras que pudieran ser más propias de un ensayo sobre el término; quiero exponer una vivencia personal para comprender  de una forma rápida mi definición. Tuvo lugar el verano pasado en una visita al pueblo de la familia de mi suegra, pues ella presume de ser madrileña, donde una de la más avispada amigas de sus amigas, me formuló una pregunta directa y sin vaselina de: ¿tú eres de izquierdas, verdad?. ¿sEres rojo?.

Mi respuesta, reconozco con inevitable  titubeo inicial ante tan osadas preguntas sin conocernos demasiado, ni poco ni mucho, fue la siguiente “prefiero hablar de conservadores y progresistas”,  refiriéndome a los progresistas como aquellos que buscan el más rápido desenvolvimiento de las libertades públicas y a la protección, sin olvidarnos del resto, de los más débiles del sistema, por o sin culpa de éste. Pero, sus ojos, propios de una arpía de derechas que quiere lanzarse a la yugular de su presa, denotaban que dicha definición no era para ella suficiente para definir a un ciudadano de izquierdas. Quería carnaza, discusión, y yo no estaba dispuesto a dársela. Así que, decidí añadir un tercer concepto al término en cuestión, donde defino el progresismo como el conjunto de ideas políticas y sociales enfocadas a la mejora y adelanto de la sociedad; casi nada. Mientras que el conservadurismo se caracteriza por defender la fe frente a la razón, la tradición ante la experiencia, la jerarquía ante la igualdad, los valores colectivos sobre el individualismo y la ley natural ante la ley civil. Busca el equilibrio y se opone al cambio y la innovación.

Eso es para mi ser de izquierdas, no necesariamente tener que vivir como un parias sin serlo o tener que repartir tus riquezas entre los pobres como un abnegado clérigo; sino, para qué está la lucha social, sino es para otra cosa que para que todos alcancemos un mejor estatus o nivel de vida que el que tenemos, social, político, económico, sino vaya gracia. Esto es, dejar de ser parias para disfrutar de los mismos beneficios o derechos que otros privilegiados del sistema o de determinadas castas, como la política.

 

“Eso es para mi ser de izquierdas, no necesariamente tener que vivir como un parias sin serlo o tener que repartir tus riquezas entre los pobres; sino, para qué está la lucha social”

No se trata que, para ser de izquierdas adoptemos el papel de Robin Hood, robando a los ricos para dárselo a los pobres, y viviendo en el bosque; se trata de contribuir con justicia social a los gastos púbicos en proporción a nuestra riqueza, pagando más los que más tienen y menos lo que tangan menos, pero sobre todo no cejar en la lucha por los derechos políticos, sociales, económicos de todos los ciudadanos y la protección de los más débiles dentro del sistema. Se trata de evitar abusos, opresión contra las libertades y derechos de los ciudadanos o por reclamar lo que nos pertenece.

Se trata de ser “esencialmente de izquierdas” no de ser un parias o vivir como un parias. El resto son florituras, teatro, imagen manipuladora. Mo tener lo pies sobre la tierra o quedarse en complejas y añejas teorías filosóficas y políticas que, han demostrado no llevarnos a buen puerto. Entre otras cosas porque no hay nada perfecto, lo cual no impide que busquemos la perfección, procurando ser mejores.

Finalmente, debo de decirlo, aunque no sea el momento para desarrollarlo que, la decisión de Pablo Iglesias e Irene Montero de someter a las bases del partido su continuidad al frente de sus responsabilidades políticas dentro de éste o abandonarlas como consecuencia de la compra del mencionado chalet, es inapropiada puesto que se trata de una decisión particular en la que nadie nos tendríamos que meter, salvo en su contribución al fisco. Entablar un debate a estas alturas de la película de lo que es ser “esencialmente de izquierdas” y su diferencia con lo que es  “formalmente de izquierdas” o serlo, simplemente de cara a la galería, sobre todo cuando no es difícil en estos tiempos de crisis ir de pobre, porque no nos queda otra. Pero recordemos la letra de ese himno que los que estamos en la lucha social por abolir la pobreza, hemos adoptado como propio:

 
¡Arriba, parias de la Tierra!
¡En pie, famélica legión!
Atruena la razón en marcha:
es el fin de la opresión.

 
 

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