ENS JUTGEN A TOTS. NOS JUZGAN A TODOS… ¡A MÍ, NO!

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Viajar en bus tiene el encanto de ver el espectáculo de la ciudad y el inconveniente de una cierta lentitud en el desplazamiento. El metro es más rápido y practico. Esa idílica contemplación en Barcelona últimamente se rompe, no solo por las numerosas e interminables obras como la de Las Glorias, sino por la permanente e impertinente presencia del amarillismo.

Acomodado en el primer asiento del bus, delante a la derecha, ese que te permite ir viendo el paisaje urbano, observé cómo entraba una pasajera que lucía una chapa con el eslogan: “Ens jutgen a tots”. Mi primera reacción fue decirle: ¡A mí, no!, pero entendí que no tenía sentido aclararle lo obvio y que, seguramente, solo conseguiría que me llamará fascista u otra lindeza por el estilo. Desistí de mis intenciones, consciente de que eso alimenta su creencia de que… nos juzgan a todos.

Entre los principios del nacionalismo está la idea de totalidad. El nacionalismo no admite en su concepción la diversidad, a pesar de que lo primero que revindica es su discriminación y su falta de reconocimiento. Pero el nacionalismo o, mejor dicho, los nacionalistas viven esa contradicción con inconsciente naturalidad. Si niegas la totalidad, si te desmarcas del nacionalismo, automáticamente te conviertes en un fascista, cosa que permite relajar la conciencia del nacionalista.

Mientras, la vida transcurre en Barcelona con cierta apática normalidad, donde el juicio a los políticos secesionistas no afecta al día a día, excepto en una molesta y persistente presencia de lazos amarillos en farolas, pintados en la calzada, pegados en los andenes del metro, luciendo en las solapas y en cualquier lugar en la que tu mirada se pose.

Extraña irrealidad en la que vive sumida Cataluña. Esa invasión del espacio público se convierte en insoportable en las zonas rurales. Es una presión en la vida cotidiana que está rompiendo la convivencia. En la gran ciudad es más llevadero: llegas a ignorar la presencia procesista como un mal olor interiorizado.

Una minoría con voluntad totalizadora

El nacionalismo en Cataluña es una minoría con voluntad totalizadora. El discurso nacionalista es una fina y persistente lluvia de ideas simplonas que pervierten la realidad. La imposición del relato secesionista, lejos de ser una aparente reacción del pueblo, es un diseñado y elaborado discurso generado desde equipos muy bien pagados. La “memetización” (extensión y mimetización de ideas falaces, memes)

Del “votar no es delito” al último, “la autodeterminación no es delito”, lo que se pretende, con una afirmación simple y obvia, es deslegitimar la acción del Estado contra los delitos que en estos días se juzgan en el Tribunal Supremo.

Efectivamente, la autodeterminación no es un delito, en todo caso es un derecho, pero Cataluña no lo tiene. Independiente del debate sobre el derecho en sí de autodeterminación, lo que crea ese meme es una duda, una mancha sobre la legitimidad del juicio. Y sobre la legalidad de nuestro Estado de derecho.

Una crisis social muy seria

Caminamos hacia una crisis social muy seria. Son una mayoría minoritaria (poco más de un tercio de la población, ¡no es moco de pavo!) frente a una mayoría simple y descohesionada. Hace años que son los que son y no consiguen crecer, a pesar de las ingentes cantidades de dinero invertidas desde la Generalitat, a pesar de la inmersión lingüística, a pesar del monolingüismo de calle e institucional, a pesar de controlar los medios de comunicación, a pesar de la indolencia, cuando no seguidísimo, de los medios de comunicación no catalanes, a pesar, mucho pesar, de una izquierda desnortada que alimenta esa desigualdad, la de aquí y la del resto de España, a pesar… Pero la huida hacia delante que inicia Mas, agudiza Puigdemont y mantiene el virrey Torra esta generando una patología social que va a ser difícil de paliar.

Es evidente que las tendencias social-fascistas están germinando y que, como en todo movimiento, solo los que mueven los hilos son conscientes de camino emprendido. El aura seudo-democrática de la que se ha dotado el nacionalismo impide a quien se considera victima del “malvado españolismo” entender que su “ser catalán” es tan retrógrado, supremacista y etnicista como el “ser español” de Vox.

La construcción nacional es un proyecto pujolista. Tras cuarenta años, solo los ingenuos se llevan las manos a la cabeza por no haberlo visto venir o piensan, como Pedro Sánchez, que el diálogo, teniendo como pares a los nacionalistas, es la solución. Antes de dialogar hay que establecer unas reglas y definir a los interlocutores. Y, hasta la fecha, nadie parece querer tener en cuenta a la mayoría de Cataluña, la que no es nacionalista. Ciertamente, no ayuda para nada el sistema electoral que impide que la representación de los catalanes sea proporcional al voto emitido.

La inexistencia de representación institucional de una izquierda no nacionalista en Cataluña y la falta de un proyecto español de la izquierda representa un problema para la resolución del conflicto.

¡En ello estamos!

 

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