YO Y EL MUNDO QUE ME RODEA

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A veces nos cuesta aceptar la vida, precisamente porque nos cuesta admitir el sufrimiento, y no el de los momentos realmente difíciles marcados por la falta de salud, la muerte de algún ser querido, perdida del trabajo…, que nos suponen un auténtico desequilibrio emocional, sino de cuestiones realmente nimias que magnificamos y globalizamos, como parte del todo, de nuestra propia existencia vital, cuando no son más que pequeñas piedras en el camino que nos molestan al caminar y que si sabemos aprovechar pueden fraguar en nosotros un cambio hacia la aceptación y aprendizaje continuo, evitando derrumbarnos por la falta de aceptación de que el mundo exterior no se puede cambiar, sino que los que tenemos que cambiar somos nosotros mismos, porque sólo podemos ser responsables de nuestros propios actos, no de los de los demas, salvo que su actuación se deba a la irresponsabilidad de nuestra acciones.

Sólo nuestro exterior más inmediato e íntimo es, o puede ser susceptible de cambio y,  únicamente por simbiosis, por el intercambio de un beneficio mutuo dentro de una relación de ayuda  que se establece entre dos personas en la realización o logro de un objetivo común, y no como una reacción ante quienes pensamos son los responsables de nuestro malestar. En definitiva, no se trata de derumbar nuestros sueños por la actitud de otros, sino los obstáculos para lograrlos.

Suele ser habitual expresiones como “a tal persona  voy a poner en su sitio” cuando de lo que se trata es de ponernos nosotros en el nuestro, porque no siempre el mundo exterior es culpable de nuestras desgracias, cuando ni siquiera son desgracias, sino oportunidades de cambio, pero para eso debemos de ser maleables y fuertes como un junco, capaz de flexionarse ante el cambiante viento sin romperse por muy duro que éste sea, lo que exige la aceptación que, en ocasiones no todo el mundo es el que está equivocado, sino que los equivocados podemos ser nosotros, incluso sin que haya equivocaciones por parte de nadie, sólo como se ha indicado, una falta de aceptación del cambiante  rumbo de acontecimientos, porque la vida no es estanca sino dependiente de muchas inercias que caen fuera de nuestro alcance, y a la que sólo podemos sumar con nuestra actuación positiva.

Es aceptable, o tal vez debería decirse comprensible, la reacción de defensa ante el dolor, pero para evitar que  el dolor sea permanente, incluso pueda llegar a cronificarse, debemos tratar la causa, atemperándolo  puntualmente con la prudencia de buscar nuestro sitio sin perder el rumbo de nuestras vidas en una constante e inevitable conjugación con la de los demás.

Es inevitable el dolor, aparte de necesario como alerta para encontrar el remedio de la causa que lo provoca, por lo que debemos aprovechar esta oportunidad, no para echar raíces en el fango de nuestras malas experiencias, sino para dispersar las impurezas que nos pueden llevar a una tortuosa existencia.

Me cuesta aceptar que sólo puedan ser los demás los  causantes de nuestro dolor, pero si así fuese, porque todos están equivocados “menos nosotros”, tomemos la ocasión no para culpabilizar al mundo, y tampoco para redimirlo de sus errores, porque ¿quiénes somos para redemir o cambiar a los demás, cuando la mayoría de las veces no somos capaces de redimirnos a  nosotros mismos?, por eso el dolor nos tiene que servir para aprender, sobre todo de lo que no se debe hacer o de lo que hemos hecho mal para no volverlo a reptir,  dando ejemplo, que no leciones, haciendo lo debido, no sólo en el sentido de encontrar la armonía personal, sino la universal basada en el respeto a los demás, por supuesto desde una humildad razonable, no de subyugación, siendo conscientes de que no estamos solos y, por lo tanto, nos necesitamos mutuamente, a no ser que estemos iluminados con la luminaria del orgullo, del fanatismo, incluso de la hipocresía existencial, obnubilados por libros que no sabemos leer  y menos entender, situándonos bajo focos que iluminen nuestras vidas para alimento de nuestro ego desmesurado, porque el ego como el arbol de la vida tiene niveles, y sólo el nivel de la superación sin pisar ni humillar a nadie nos puede hacer crecer, ser mejores, ver la luz donde ahora hay oscuridad.

La vida tiene niveles, y de igual manera que las raíces son el origen de un árbol, las últimas ramas son la nueva vida, dependiendo su salud de la buena salud de las que nacen. No puede haber luz sin oscuridad, pero sólo la luz de  nuestro espíritu es la que dispersa la oscuridad, y sólo en la constante expansión de la vida, como sucede con el universo  donde la muerte de una estrella hace que se forme una supernova, es necesario dejar morir todo aquello que nos mantiene en el lado oscuro, sólo la expontánea solidaridad con el mundo que nos rodea puede hacer que nazca un nuevo mundo, al menos en nuestro interior.

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