YO SOY SAMUEL, PERO LAMENTABLEMENTE NO SOY ALEJANDRO MAGNO

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fotocomposición Plazabierta.com

Cuando la sociedad está vertebrada en torno a los tabúes intocables —el sexo y la muerte primordialmente— las cosas funcionan racionalmente bien. No matar, o no tener relaciones que la sociedad rechaza de plano cohesiona. Hablamos no sólo de las relaciones sexuales violentas o forzadas, o de la pederastia, sino también de las incestuosas o de aquellas que rompen vínculos de lealtad, como respetar relaciones de amigos o de familiares políticos. En las sociedades abiertas, no obstante, la homosexualidad no está prohibida por la tribu, pero en épocas de revolución o de guerras muy cruentas se dejan de respetar los tabúes que estructuran la sociedad. En tiempos en los que la intolerancia se viste transversal, también. Hoy está pasando y lo estamos viendo.

Cuando miro como se besan Pablo y Óscar, recuerdo que el amante de Sócrates era Alcibiades –un general griego–.  La memoria me lleva también al amante de un general de masculinidad tan imperturbable como Alejandro Magno. No creo que esos cobardes de pacotilla que pegan a homosexuales o que, como en el caso de Samuel, llegan incluso a matarlos sin afectación, se atrevieran a atacar al mayor emperador de todos los tiempos. En la magna Grecia todos los chicos se iniciaban sexualmente con hombres. Quien vive algo tan delicado no creo que pueda ser homófobo. Si la homosexualidad fuera una enfermedad, la Grecia clásica sería algo así como una enfermedad colectiva elevada al paroxismo, pero llena sin embargo de filosofía y belleza. Sin embargo, Grecia no fue una enfermedad y, sin ella, sin Grecia, digo, Europa no hubiera sido. Una sociedad filosófica urdida en el tamiz de la iniciación sexual masculina con hombres, no parece tan perjudicial. ¿Dónde está  el problema? Lorca pidió clemencia al pelotón de fusilamiento. Tenía pánico a la muerte. Lo llenaron de plomo por rojo, por maricón y por masón. En Lorca, vivía una Grecia diminuta de sensibilidad y poesía. El general Franco tenía fama de impotente y a Napoleón la cosa no le llegaba más allá de ocho centímetros. Dos castradores por complejo de inferioridad que se hicieron dictadores para neutralizar el color y la felicidad que nacen de la libertad. Los dictadores de antes necesitaban llegar al poder para tiranizar, pero hoy basta vestirse de sábado noche e imponerse contra alguien que exhiba la diferencia que te revuelve las entrañas. Desde las vísceras, cualquiera que pase por la calle puede convertir en tragedia un día más de un ciudadano destinado a ella por el simple hecho de cruzarse con un monstruo.

Roberto y Abraham son estupendos. Jóvenes y sensibles, una pareja feliz que no molesta a nadie. Les quiero mucho, sobre todo a Rober, por colega de profesión. Pegar a alguien con crueldad es un peldaño inmediatamente anterior a matar, una aproximación que debilita la fuerza de la prohibición de no respetar la vida, ese tabú que hace milenios sienta los pilares de la civilización. Está contrastado que el arco iris dimana de la refracción  de la luz y hasta ahora pocos rechazan la forma sugerente del arco cuando reina sobre el cielo después de llover, esa sensible provocación heterogénea de belleza, símbolo de la diferencia. Al nieto de una amiga de mi madre lo apalearon brutalmente hace un par de años. Era un chico con gusto y paladar suficiente para besar a los chicos. En mi época de estudiante, Manolo vino a estudiar a España desde Nicaragua quizás porque papá y mamá quisieron proteger esa sensibilidad suya de las hordas machistas que no saben tomar el té con educación. Todos le queríamos mucho, pero siempre oías a alguien matizar las cosas con la adversativa esa del ser maricón, sin embargo, aquel que se te mostraba educado y elegante, un modelo de civismo.

Deberíamos reforzar el tabú de la muerte mostrando muchas seriedad y rechazo a los que tienen la mano larga para pegar sin compasión, pero eso empieza por fomentar el respeto a la diferencia y, alternativamente, por enviar al ostracismo a aquellos que no distinguen que la homosexualidad es una opción. En una sociedad democrática, una opción se cubre de legitimidad, porque una opción es un derecho. El tabú positivo es que nadie puede atentar contra la libertad. Ser homosexual y reconocerse a sí mismo como tal se ejerce desde la libertad. Atentar contra esa libertad te convierte en un criminal. La libertad deja de estar protegida cuando se cruza sin respeto la linde moral que protege la integridad física de otro diferente al que anulas. Eso es lo que pasa. Están empezando a ser frecuentes de pronto los ataques contra chicos homosexuales, y la frecuencia anuncia que el pacto de no matar y el respeto a la diferencia están haciendo aguas, lo que es indicativo de algo más grave como la desestructuración incipiente del marco de convivencia. Un seísmo no llega de golpe. Se va anunciando días antes. El sismógrafo anuncia que la falta de libertad de nuestros conciudadanos homosexuales preludia la nuestra, algo se ha movido en los cimientos de una convivencia que era democrática sin paliativos, que presumía de serlo ante medio mundo y que hoy no lo es tanto. Las fisuras son cada día más gruesas cuando ninguna barrera ética se antepone ante un delito de odio. El odio es la excusa suficiente porque quizás hace tiempo que no cultivamos el respeto a los demás y esa carencia del día a día, la falta de liderazgo en ella, principiando por los gobernantes, siempre inmersos en sus inquinas infantiles, en sus aversiones ideológicas, en la supremacía ética de las ideas, está destapando la caja de los truenos de aquellos a los que la ausencia de pedagogía cívica les abre la puerta de su propia supremacía. Cuando los tabúes que estructuran la sociedad desparece, todo es posible, incluso matar a Samuel. Lástima de un Alejandro Magno, lástima de que lo mejor no gobierne, lástima esos egos aislados que no hacen un nosotros colectivo. Yo soy Samuel, y hoy Rober y Abraham vienen a ver la semifinal. Matar a Italia no será tabú.

 

 

 

 

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