YO DIGO LO QUE PIENSO

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#EnCasaconPLAZABIERTA

 

“No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados” San Lucas 6,36-38

Confundir la sinceridad con buena educación suele ser algo muy habitual, al igual que dar nuestra opinión sobre algo o alguien cuando nadie nos la pide, o peor aún, erigirnos en jueces despiadados de personas o conductas ajenas suele ser una manifestación o muestra de nuestro ego, en cuanto que nos creemos en posesión de la verdad absoluta y superiores moralmente a los demás. Estamos una vez más, ante una debilidad disfrazada de fuerza, como defensa de nuestra poca autoestima.

He aquí el quid de la cuestión, cuando necesitamos resaltar nuestras buenas acciones ante los demás, nos convierte, sino en peores que a los que juzgamos, sí al menos en punto de mira frente a quien estamos juzgando y también frente al grupo ante el que estamos manifestando nuestro juicio.

También, suele ser frecuente confundir que, cuando alguien  emite un juicio sobre una tercera persona no presente, se trata de una manifestación de confianza que, aunque realmente exista, debería hacernos plantearnos la  duda si no hará lo mismo sobre nuestras actuaciones o comportamiento cuando no estamos presentes, o peor aún, sobre nuestra persona, globalizando lo que simplemente fue un error o un mala actitud en un momento determinado, colgándonos una determinada etiqueta o san benito que daña nuestro honor y propia imagen y, quizá la de los nuestros. En todo caso, delante o detrás, este tipo de juicios, lejos de convertirnos en personas sinceras porque decimos lo que pensamos, mas bien trasluce una falta de educación supina, aparte de revelar una conducta moralmente reprobable.

Por supuesto que todo depende del contexto en el que se emita el juicio, de manera que si se hace como una manifestación de compasión o como crítica constructiva, persiguiendo evidenciar actitudes que dañan a quien se juzga  porque son un impedimento para crecimiento  como personas o porque, incluso, pueden perjudicar nuestro propio bienestar, honor o propia imagen, serían admisible; aunque no estaría mal hacerlo con la debida sutileza para no dañar a quien, buenamente, intentamos ayudar, o con la prudencia de ser conscientes que nosotros nos somos muy diferentes. Así, no es lo mismo decir “estas cada vez más gordo” que “deberías mejorar tu dieta porque va en detrimento de tu salud”.

“Yo digo lo que pienso” no es más que soltar la lengua si se hace de una forma grosera, sin respeto, sin tacto, convirtiéndonos en bocazas, muy lejos de lo que muchos consideran franqueza u honradez, porque el ser francos también exige un auto juicio de nosotros mismos, lo que nos debe transformar en magnánimos ante conductas que nos pueden convertir en sujetos de ese mismo juicio que estamos haciendo.

No somos dioses, en el sentido de haber sido elegidos por una mano suprema que nos permite coger el látigo y fustigar a todo bicho viviente por sus malas acciones. “Bicho” en el sentido de ser peores personas que nosotros, máxime cuando todos estamos hechos de la misma pasta y, tan imperfectos como los demás.

Es una auténtica falacia el pensar que decir lo que pensamos de otros es una cualidad propia de personas sinceras, mientras que lo contrario es comportarse farisaicamente, porque fariseo es juzgar desde una posición superior al que se juzga y con la hipocresía de decir una cosa y luego hacer otra.

No se trata de poner una mordaza a nuestra propia libertad de expresión y de pensamiento, se trata sencillamente de ser cautos, prudentes en nuestros juicios, sin utilizar argumentos beligerantes y de superioridad moral y, no sólo cuando juzgamos a individuos concretos y determinados que están en nuestro entorno, sino también en cualquier tipo de opinión o juicio social, incluso político.

Recodemos que:

“por la boca muere el pez”

Afirmación  procedente del lenguaje marinero que ha pasado ser de uso cotidiano para referirse que tanto a los peces como a las personas, abrir la boca más de la cuenta o a destiempo, fuera de contexto, constituye un serio y peligroso comportamiento, porque al igual que el pez es atrapado al morder el anzuelo, las  personas que hablan en exceso terminan siendo víctimas de sus propias palabras o, mejor dicho, de su verborrea incontrolada. De hecho, según el académico Julián Marías, el refrán completo en castellano sería “por la boca muere el pez y el hombre por la palabra”.

Nuestro sabio y rico refranero, como siempre, nos aporta expresiones que, más nos valdría hacer nuestras de vez en cuando. Reflexiones sintetizadas en frases basadas en hechos reales de la vida cotidiana y, es que, no sólo por la boca mueres el pez, sino también con parecido significado:

 “Al toro por las astas y al hombre por la palabra” o al “toro por los cuernos y al hombre por el verbo”

En ellas se alude a los puntos más débiles de ambos, de manera que, al igual que para vencer al toro hay que cogerle por los cuernos, al ser humano se le puede pillar por su palabrería.

Dicho de otra manera, cuidado con nuestros juicios, porque podemos caer en nuestra propia trampa y, sobre todo, si somos incapaces de controlar nuestra palabras convirtiéndonos en “bocachanclas”, de manera que nuestros juicios vayan acompañados de razonamientos o argumentos suficientemente sólidos y coherentes que demuestren nuestra superioridad moral, si es lo que pretendemos al emitirlos, y utilizando las palabras apropiadas que aporten luz a quienes juzgamos, sea una persona, una institución, o cualquier grupo social o político, con la ecuanimidad suficiente para que no nos tengan que llamar bizcos por mirar desde un solo ojo.

Pensemos antes de juzgar que nuestra propia mochila puede estar llena de las mismas acciones o actitudes que la de quien estamos juzgando. Pensemos también en los motivos que pueden haber llevado a una determinada persona a actuar de una determinada manera impropia, tal vez si nos pusiéramos más a menudo los zapatos de a quienes juzgamos, entenderíamos mejor sus propios errores, y nos ayudaría a ser más prudentes en nuestros juicios y más magnánimos. Porque, de nuestra magnanimidad con los errores o actitudes de los demás, obtendremos la satisfacción de saber comprenderlo…, que no justificarlos y, sobre todo, pondrá de relieve nuestra grandeza de espíritu y generosidad con, quienes caminando, igualmente que nosotros, por un camino lleno de obstáculos, se tropezará tantas veces como nosotros nos hemos tropezado y seguiremos haciéndolo, porque perfectos no somos nadie.

No nos comportemos con el vecino de arriba…

Mi vecino de arriba
Es un fulano de tal
Es un señor muy calvo
Muy serio y muy formal
Que va a misa el domingo
Y fiestas de guardar
Que es una unidad de destino
En lo universal

Que busca en esta vida
Respetabilidad
Que predica a sus hijos
Responsabilidad
Y llama libertinaje
A la libertad
Ha conseguido todo
Menos felicidad

Mi vecino de arriba
Hizo la guerra y no
Va a consentir que opine
A quien no la ganó

Mi vecino es un recto
Caballero español
Que siempre habla ex cátedra
Y siempre sin razón

Mi vecino de arriba
Es el lobo feroz
Que va el domingo al fútbol
Y ve televisión
Que engorda veinte kilos
Si le llaman señor
Que pinta en las paredes
Rojos al paredón”

Al vecino de arriba
Le revienta que yo
Deje crecer mi barba
Y cante mi canción

Mi vecino de arriba
Es más hombre que yo
Dice que soy un golfo
Y que soy maricón

Mi vecino de arriba
Se lo pasa fatal
Y que yo me divierta
No puede soportar
Cuando me mira siente
Ganas de vomitar
Si yo fuera su hijo
Me pondría a cavar

Mi vecino de arriba
En la barra del bar
Cuando se habla de sexo
Dice que es Superman
Es una pena que su mujer
No opine igual
De sexo, las mujeres
No debían de opinar

Mi vecino de arriba
Un día me pescó
Magreando a su hija
Dentro del ascensor
Del trabajo volvía
Cuando reconoció
La voz que me decía
“Quítate el pantalón”

Aún estoy corriendo
No quiero ni pensar
Lo que habría sucedido
Si me llega a alcanzar
Como hay niños delante
No les puedo contar
Lo que con su cuchillo
Me quería cortar

Me he cambiado de casa
De nacionalidad
Pero, a pesar de todo
Todo ha seguido igual

Los vecinos de arriba
Inundan la ciudad
Si tu vives abajo
No te dejan en paz

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