YA EL SOL ASOMABA EN EL PONIENTE

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No siempre las cosas suceden según lo evidente, no siempre son lo que parecen. Hace muchos años escuché esta canción del grupo “Les Luthiers” que glosaba le equivoca gloria del perdedor, el equívoco sentido victorioso de la derrota, glosado en un himno que asemeja a un cántico a los triunfadores, que se remata con los cuatro últimos, demoledores versos, de los que los dos finales son todo un reconocimiento de una forma de vida basada en la continúa reivindicación de la victoria, o de la necesidad de la victoria, en la derrota. “Perdimos, perdimos, perdimos otra vez”. Y remarco: “Otra vez”

 

Fotocomposición FM Plazabierta.com

No existe nada más patético, más lamentable, más dañino para la sociedad, que la necesidad de victoria de un perdedor, que la búsqueda de injusticias, reconocimientos y reivindicaciones de un derrotado en busca de una victoria que nunca podrá ser mientras no viajemos en el tiempo, porque esa batalla está perdida, perdida en el tiempo, perdida en la historia, perdida en esfuerzos de cara al futuro, “perdida otra vez”, y en ese vano intento de cambiar la historia se reproducen los errores, los odios, las frustraciones que llevaron a la lucha original. Una cosa es la reivindicación justa de las injusticias, y otra reescribir la historia.

“Ya el sol asomaba en el poniente,
ya el cóndor surcaba el firmamento
y la Patria, gloriosa heroica y valiente
de victoria profiere el juramento.
Refulgentes aceros se preparan
a lanzarse a la lid libertadora
ya broncíneos clarines, amenazan
a la fiera vorágine invasora.

El fragor de la lucha ya se extingue
por doquier de la muerte la amargura;
ya al odiado enemigo se distingue
alejándose deprisa en la llanura.
Ya los fieros enemigos se alejaron
no resuena el ruido de sus botas.

Nos pasaron por encima y nos ganaron,
nos dejaron en derrota.

Perdimos, perdimos, perdimos
otra vez.”

(Les Luthiers)

Si quisiéramos resumir este tipo de comportamientos, desgraciadamente enquistados en la política nacional, y parece ser que en la internacional, podríamos decir que el lema sería: de derrota en derrota, hasta la victoria final. El lema de la persistencia, de  la supervivencia a costa de lo que sea, del empecinamiento ciego, sordo, cerril en la búsqueda de un objetivo casi nunca compartido, casi nunca compartible.

Y bajo ese lema, bajo la sensación de la aplicación constante de ese lema, llevamos casi cuatro años en España. A veces tengo la sensación de que la única política inalterable de Pedro Sánchez es estar para poder quedarse, sin ninguna otra concesión a la veracidad, a la honradez, o a las necesidades del país, del estado, o de los ciudadanos. Y la cesión, el permanente regate a la ética y la eficacia, en nombre de unas necesidades de votos para permanecer, llegando a los pactos y concesiones que sean menester para lograrlo, llevan al deterioro de confianza, de moral, de calidad democrática, en el que llevamos abismándonos estos cuatro años.

La gravedad  de la concesión a Marruecos del reconocimiento de su plan de autonomía, que conculca los acuerdos internacionales, y el sentimiento histórico de los españoles, además del abandono de una población que aún debe de ser considerada española, supone un giro unilateral de una política que pertenece al estado, y no al gobierno, para paliar los problemas fronterizos, lo que de facto es una cesión al chantaje de otro estado, y una claudicación más en la trayectoria de claudicaciones, cambios de opinión oportunos para sus intereses y concesiones ante grupos separatistas, o patronales y sindicatos que no representan más que a minorías, que jalonan estos cuatro años de inquietante goMMAbierno, de autismo popular del gobierno.

El clima de frustración económica, la percepción de un futuro lleno de abismos que proporciona la sordera económica y social del gobierno, que parece abocarnos a una sociedad insostenible, en la que la brecha social acabará siendo un abismo insondable, con la desaparición de la clase media, devorada por impuestos que el momento económico no permite, y que acaban repercutidos sobre los más desfavorecidos, para regocijo y mayor enriquecimiento de los que ya tienen una riqueza que les permite afrontarlos, empieza a hacerse patente en la calle, en los corrillos de los cafés, en las comidas de los amigos.

Mientras, aferrado a su única verdad, solo compartida con los inasequibles que lo defienden, ignorando todo lo que no sea alimento para su desmedido ego, va conduciendo al país, defenestrando al país, de derrota en derrota, hasta la derrota final, que puede ser la de todos.

Perdimos, perdimos, perdimos otra vez.

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