Y TÚ MÁS

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Hace unos días hablábamos de tontos, de sus tipos y características, pero la actualidad se empeña en ser la linde que el tonto sigue más allá de su existencia. He abierto hoy las noticias del día con harta precaución, para evitar sobresaltos e incredulidades. Nada, objetivo, un día más, vano. La mediocridad, la desfachatez, el extremado dogmatismo de los personajes públicos, y su incapacidad para identificar un disparate apenas más allá de lo que su posición militante le marca, son proverbiales.

Mientras el diario se desplomaba a causa de una reacción convulsa provocada por mi estupor, incapaz de sostenerlo, mis piernas corrían espantadas hacia un espejo, para intentar identificar al monstruo. Era tal mi preocupación, que al tiempo que corría, llamaba a un conocido laboratorio genético, para que me identificaran, y si fuera posible me extirparan, el gen responsable de mi monstruosidad.

Soy, hombre, lo confieso horrorizado mientras el dedo acusador de la Delegada de Gobierno de Madrid, me señala justiciero. Soy hombre, y por tanto culpable. Soy hombre, y ni siquiera soy consciente de que me esté pasando nada. Ni siquiera soy consciente de que a otros hombres de mí alrededor les esté pasando nada. Y eso tiene que ser malo. Muy malo. Lo dice la delegada de Gobierno, y ella, como cargo político que es, debe de saber de qué está hablando. O no.

Soy un violador inconsciente, soy un peligro para una sociedad feminista, liberada e igualitaria (al menos igualitaria entre las mujeres) y mi adscripción automática e involuntaria a la cultura de la violación, por el simple hecho de ser hombre, me condena irremisiblemente. Lo he oído de su boca y sus datos y firmeza hacen imposible que haya ninguna otra explicación, los hombres, nosotros, perfectamente nominados y señalados, según las reglas del lenguaje común, incluido el inclusivo que sin duda la señora Gloria Calero maneja con soltura y reiteración “ad nauseam”, pericia que nos permite saber que cuando señala a los hombres, se refiere exclusivamente al género masculino, sea cual sea su sexo o  tendencia sexual.

La estulticia ¿puede considerarse en la categoría de los tontos? Visto lo visto, yo diría que sí, y tal vez, solo tal vez, habría que abrir un nuevo tipo de tonto no referenciado, el tonto militante, el tonto ideológico, el tonto incapaz de hilvanar una idea coherente fuera del discurso irracional marcado por su adscripción. Un tonto que va desde el  tonto la linde, al tonto  de babarse, sin descartar al tonto de campeonato, o al tonto civil.

Lo confieso, se me ha pasado el sobresalto, mi mente se ha puesto a pensar con ciertos visos de inteligencia, racionalidad y libertad, esa que parece negarnos la señora Calero a todos los hombres, y me siento un poco más tranquilo.

¿Somos los hombres, por el simple hecho de serlo y haber nacido como tales, sospechosos de pertenecer a una cultura de la violación? ¿Es una fatalidad? ¿Es un instinto? ¿Y eso, aparte de militantes desbocadas, deslenguadas, de mente anquilosada por sus convicciones obsesivas y endogámicas, quién lo ha dicho? ¿Y la educación? ¿Qué tiene que decir la educación de esto? ¿Y las leyes, son suficientes y adecuadas?

Mi primer rayo de esperanza, me bajaron las pulsaciones, se eliminó la sanguinolencia de mis ojos, mi piel recuperó su tono habitual en detrimento del morado sospechoso que había adquirido durante la lectura de las declaraciones de doña Gloria Cañero, surgió de una simple, sencilla reflexión: Esta señora está en ese puesto, no por sus capacidades intelectuales, no por su contrastada valía profesional, no por su contribución al conocimiento y bienestar de los humanos españoles, si no porque pertenece al círculo de medradores  y aplaudidores de quién la designó para el puesto, y por tanto su mediocridad no puede ser inferior a la mediocridad de quién la nombró. Y hasta ahí voy a leer.

¿Somos los hombres sospechosos de pertenecer a una cultura de la violación? Pues, con el corazón en la mano, sí, y radicalmente no. Solo una visión parcial, viejuna, desviada, puede sostener un sí basándose en el predominio del instinto sobre los valores, pero, a nada que echemos una vista en rededor, podremos observar que, en la inmensa mayoría de nuestros allegados, ese predominio se inclina de forma evidente hacia los valores en detrimento de los instintos. Claro que, cabe preguntarse, si esto es así en el entorno más cercano a esta señora, dadas sus palabras.

¿Es entonces, y según la experiencia extraída de sus círculos, una fatalidad esa pertenencia? Porque si es una fatalidad no hay culpabilidad, si es un error genético, un defecto de origen del cromosoma Y, que es lo que se desprende de lo dicho, dan igual las leyes y medidas, no habrá solución hasta que se intervenga genéticamente antes del nacimiento de los niños, y para eso, me temo que aún queda. Si Huxley levantara la cabeza, cruces se hacía, cruces.

¿Hablamos entonces de instintos? Por supuesto, pero no solo en el hombre existen los instintos, no son exclusivos de un reino o un género. Dice la RAE: Impulso natural, interior e irracional que provoca una acción o un sentimiento sin que se tenga conciencia de la razón a la que obedece”. Natural, irracional, inconsciente. Mal enemigo. Efectivamente, los animales desarrollan instintos que le garanticen un lugar en la lucha por la supervivencia, y esos instintos, profundamente arraigados, la supervivencia, la procreación, el alimento, generan conductas que, desde una perspectiva civilizada, con valores, están ampliamente superadas, pero que, por mucho que ciertos colectivos se empeñen, no desaparecen por un deseo de la sociedad, ni por muchas leyes que se promulguen, o condenas sociales que los acompañen. No, no desaparecen a voluntad, no desparecen por decreto por ley. Aunque a lo peor habría que preguntarse si no sucede lo contrario.

¿Y quién ha avalado científicamente el comportamiento violento de los hombres, todos, hacia las mujeres, todas? Pues  no soy un experto, pero le he consultado a la wikipedia y en esos términos no he encontrado nada, lo que me lleva a la posibilidad de un discurso, tipo mantra, generado en círculos donde las razones no entran y la razón no se discute, a círculos donde se aplaude cualquier ocurrencia alineada, sin que importen su racionalidad o su coherencia.

¿Y la educación? Lo primero que tendríamos que entender, es que la educación no es, ni depende, de temarios llenos de términos voluntaristas, de materias que a fuerza de querer ser redichas, complicadas, sectarias y adoctrinadoras, no consiguen otra cosa que entorpecer la verdadera formación de los alumnos, y la educación familiar y social de los niños, que oscilan, en más casos de los deseables, entre la incomprensión de lo que se les quiere enseñar, y el rechazo frontal a esos conceptos en un entorno social, familiar, en el que esos valores brillan por su ausencia. La educación es la única esperanza de que, a pesar de las consignas doctrinarias, que lo son por muy razonables que puedan parecer, que intentan crear por decreto un mundo a su medida, especialidad política, se acabe imponiendo por la convicción lo que se intenta imponer por la coacción de las leyes, o la fuerza de las condenas. Solo los valores, emanados de una convivencia real con ellos, y vividos en el entorno, podrán hacer que los instintos queden enterrados profundamente. Pero el camino es largo, es lento, y nuestros políticos necesitan éxitos aparentes, aunque sean fracasos palmarios, que presentar cada cuatro años.

¿Y las leyes? ¿Son suficientes y adecuadas? No, a mi parecer, no solo no son suficientes y adecuadas, son parte del problema. La leyes que se sacan desde una posición sectaria y populista, las leyes que promueven una desigualdad evidente, por más que se puedan razonar y defender, por más que se puedan considerar convenientes, van a producir un rechazo visceral, instintivo, en la parte de la sociedad a la que pretenden dirigirse. Y en ese contexto,  esas leyes son cumplidas a rajatabla por los que ya estaban convencidos, por valores, por educación, de cuál es el comportamiento correcto, pero se verán como un desafío por parte de aquella parte de la sociedad que ya no creía en lo que sancionan. Y para este tipo de personas, la cárcel no es un problema porque se suicidan, la condena no es una lacra porque se convierten en héroes para su entorno, la ley no es una traba, porque para su comportamiento instintivo, animal, en realidad funcionan como un acicate, y transgreden la ley porque es un invento de aquellos que la han impuesto. Tampoco olvidemos que el ser humano, puesto en grupo, se desinhibe y tiende a sacar lo peor de sí mismo. La violencia de las manadas no es muy diferente de la de los hinchas de futbol, o las pandillas. Varía la víctima, y el elemento de agresión, pero el desarrollo de la violencia es el mismo. El grupo manda y el individuo cede su control, o se ampara en lo global, para eludir la responsabilidad personal.

De todas formas, hoy hubiera tocado hablar de los muertos, otra vez, en una escuela norteamericana. De los niños y profesores muertos, y no de las simplonadas de una mediocridad política que no es capaz ni de razonar su propia sinrazón. Es el problema de hablar desde la ideología, y no desde la razón, una, la Delegada del Gobierno, hace a todos los hombres culpables por el mero hecho de haber nacido hombres, otra, la Asociación Nacional del Rifle, promueve que se arme a todos los profesores para repeler los ataques. No sé cuál de los dos razonamientos es más simple, más dañino, más ciego. Solo espero que la señora Calero, en un arranque de indefensión feminista, no pida algún día de estos que se arme a las mujeres para que puedan sentirse seguras y volver a casa sin temor, ni cortapisa.

En fin, acabemos. Iniciaba este artículo recordando aquel otro de los tontos, y me voy a permitir contribuir al catálogo, con un nuevo tipo.

Tonto radiofónico: se dice de aquel que cuando le ponen un micrófono delante solo dice tonterías. Suele sufrir, a la vez, de incontinencia verbal pública.

Yo, ahí lo quedo.

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