Recuerdo una canción de Serrat donde en referencia a esa casa en la que vivió con su amor, su juventud se fue… y de golpe se hizo viejo.
Sí, nos hacemos viejos, un día te levantas, te miras al espejo y descubres que las arrugas inundan tu cara, que los huesos se resienten, que las manos empiezan a estar temblorosas, que la agudeza visual y auditiva disminuye, que los días pasan más rápido de lo que deseas, que las visitas a los médicos son más frecuentes, que cada día tienes más de los tuyos en el otro lado que en éste; donde los recuerdos del pasado cada vez están más presentes con la añoranza de tiempos vividos en los que gozábamos de una eterna juventud… aquella niñez tan lejana de juegos en la calle… esos días de colegio con la mezcolanza de los capones de Don Tomás y las miradas tímidas a aquella mi Teresita de pelo rubio y ojos azules que revolucionan mi corazón. Añoranza, pero no tristeza, porque aunque cada día mi caminar se vuelva más lento, mi espíritu sigue siendo joven.
Nada más tengo que cerrar los ojos para sentir que mi esencia sigue siendo la misma, incluso mejorada por la sabiduría que da la experiencia, y el constante deseo de saber, de conocer, de descubrir donde está la verdad absoluta, aunque esté convencido que no existe; una búsqueda que me apasiona y que hace que cada día esté más atento a todo cuanto acontece, a todos las oportunidades que la vida me brinda para seguir viviendo, a las que me dan cuantos me rodean, de amar y de sentirme amado, pero sobre todo por el el regalo de su mayor tesoro, su tiempo, con el deseo de compartido con el mío; incluso de aquellos que se empeñan en discriminarnos por razón de la edad, pues mi convencimiento se hace mayor que, a pesar del deterioro inevitable de los años, nunca es tarde para emprender nuevos caminos, para alcanzar nuevas metas, al menos en intentarlo una y otra vez.
Porque la vejez no es una barrera, sólo una limitación que ponemos en nuestra mente. Como dijo Henry David Thoreau: “nadie es tan viejo como los que han sobrevivido al entusiasmo”. Porque la existencia es un proceso de largo recorrido, donde lo más significativo no es lo vivido, sino como se vive, por ello he decidido vivir lo que me quede, cada momento, con la mayor plenitud.
Inevitable es pensar que por el camino recorrido te quedan menos años por delante que los ya vividos, pero el enriquecimiento que la vida me ha proporcionado, a pesar de las pérdidas, me hace sentir este momento como un tesoro de nuevas posibilidades, de comenzar cada día nuevas aventuras, de sentirme agradecido y, por ello, sentirme más generoso, con ganas de dar sin recibir nada a cambio. Porque el amor esta para darlo y el tiempo para compartirlo con quien quieres. Porque ha llegado un momento en que sé lo que quiero, estoy con quien quiero… y digo lo que quiero.
Concluyo con un pensamiento de V. Frankl (1995)
“Lo importante no es que uno sea joven o viejo; no importa la edad que se tenga; lo decisivo es la cuestión de si su tiempo y su conciencia tienen un objeto al que esa persona se entrega, y si ella misma tiene la sensación, a pesar de su edad, de vivir una existencia valiosa y digna de ser vivida; en una palabra, si es capaz de realizarse interiormente, tenga la edad que tenga. Da igual que la actividad que debe dar contenido y un sentido a la existencia humana esté retribuida o no; desde el punto de vista psicológico, lo más importante y decisivo es que esa actividad despierte en el hombre, aunque este sea ya anciano, la sensación de existir para algo o para alguien”.
Qué preciosidad de reflexión !!!
Muchas gracias por recordarnos lo que de verdad importa.
Y, claro, amigo mío, que viejos son sólo aquellos que han perdido el entusiasmo.