El voto es el acto más responsable dentro de un sistema democrático para quien ejerce este derecho, no la pantomima en la que lo han convertido los partidos políticos tradicionales en nuestro país, donde el voto no es respetado la mayoría de las veces por los propios representantes elegidos por los votantes.
Podríamos decir que mediante el voto el ciudadano expresa apoyo o preferencia por un determinado partido político para la gobernanza del país y sus instituciones, cuando se trata de elecciones generales, o referidos a ámbitos territoriales inferiores, pero autónomos, como el autonómico y el municipal.
El acto de votar sintetiza y refleja las lealtades político-electorales, los sueños y esperanzas de la gente, así́ como los temores y, de cierta manera también, los rencores sociales, sus filias y sus fobias. En el acto de votar, el elector no sólo se enfrenta y se reencuentra con la urna, sino también con sus problemas, sus necesidades, sus emociones, sus deseos, sus pasiones, sus expectativas y sus sentimientos. Es decir, el elector es él y sus circunstancias, en la que múltiples factores inciden en su comportamiento y definen la orientación de su voto.
Lo lógico, por tanto, sería que cada uno votara según sus experiencias y los resultados de la gestión encomendada a quien ha gobernado durante los últimos años, bien los inmediatamente precedentes, es decir los de la legislatura que ha concluido, o bien más alejados en el tiempo, abarcando un periodo más largo que puede marcar la evolución o, por el contrario, la involución de un determinado país.
Sin embargo, el voto viene marcado por otros aspectos socioculturales, incluso históricos, más que por la racionalidad, lo cual distorsiona el verdadero significado de aquel, que no es otro que procurar la mejor gestión de lo común mediante la elección de representantes que se consideran los mejores o más convenientes según la situación del país.
Muchas veces son las propias formaciones políticas, tal y como se ha apuntado al principio, las que distorsionan de manera totalmente intencionada la realidad intentando vincular a determinados partidos políticos a ideologías trasnochadas que han marcado la historia en un momento dado, incluso fuera de nuestras fronteras, generando con ello esas filias y fobias a la que nos hemos referido.
En definitiva, nada interesa a los líderes políticos fomentar el voto responsable, o mejor dicho, racional, es decir, como el resultado del calculo racional en la que el ciudadano o votante hace un razonamiento de ventajas, desventajas, beneficios y riesgos que se corren al tomar una determinada decisión. Evidentemente este tipo de voto sólo lo puede hacer quien esta debidamente formado e informado, con la suficiente independencia y, por tanto, neutralidad al buscar y absorber la información.
“En definitiva, nada interesa a los líderes políticos fomentar el voto responsable, o mejor dicho, racional”
Así pues, el mencionado «voto racional» es el que debería exigirse a los ciudadanos como seres racionales que son, no vinculado a fobias que los propios partidos potencian para desacreditar al contrincante, sin responder a una realidad histórica actual. Es por ello, que no es entendible que en España se siga votando a partidos, como el Popular y el Socialista, que nos han llevado durante los cuarenta años de su alternancia en el poder a una situación no sólo de decadencia social, sino también política, cultural y, como no, económica, e incluso ética; sino es bajo la premisa de considerar que quienes ejercen el voto de esa manera no lo está haciendo con la racionalidad y responsabilidad debida.
De no actuar de la forma indicada existiría legitimidad por parte de esa sociedad responsable de calificar al resto, a sensu contrario, de irresponsables e, incluso, cómplices, cuando de la actuación del partido al que han votado se puede deducir un comportamiento delictivo de forma generalizada en sus filas, como es el caso actual del Partido Popular, con más casos de corrupción que nadie, seguido del PSOE, y cuando su gestión política ha sido tremendamente nefasta al haber estado dirigida, fundamentalmente, por los intereses de partido o electorales, beneficiando a una determinada clase social privilegiada, que son los que les mantienen en el poder, convirtiendo el sistema político en una oligarquía.