Me pregunto cuántas veces podemos despedirnos del mismo lugar, quien dice lugar dice persona. Me pregunto cuántas soy capaz de hacerlo yo. Hoy, por ser la víspera, la de después que diría Sabina, he decidido hacer recopilación, a ver si me cuadran las cuentas.
Te he dicho adiós muriéndome y matándote. Lo he hecho en el mar, convertidos en espuma; con cola de sirena, enlazada a ti en un nudo con forma de caracola. Fuimos ola y también orilla. He viajado por dentro y fuera de tu cuerpo, zambulléndome en cada rincón. Te he recorrido con los dedos de los pies, con las manos y mi lengua ha tenido el gusto de probarte. Sé de tu sabor y de tu olor en cada segundo del día, recién levantado y cuando vuelves de trabajar.
He inventado países en tu cuerpo, llenado océanos, me he bebido la tierra del desierto. He vuelto a la infancia jugando a las tres en raya con lunares que ni siquiera tú sabes que existen. Te he encontrado en los espejos, casi siempre detrás de mí.
Tú, por tu lado, has contado los pespuntes que me hilvanan de arriba abajo, los has acariciado, abierto y cerrado como una cremallera de doble dirección. Has sido escritor, hombre de negocios, musa y estatua. A veces me has querido y otras… Otras supongo que no.
Yo, por mi parte, te he querido siempre y te he deseado como solo se desea algún extraño y estimado amor. Deseándome a mí por ti, a mí en ti, a ti en ti. Han crecido tomates en las esquinas de mi cama, dejando olor a tierra sobre la almohada y haciendo de barandilla hacia ese acantilado por el que quise tirarme y tú, no me dejaste pasar.
He escuchado canciones sobre tu pecho, juntos o cada uno en una cama, haciendo equilibrios en la ceniza de un cigarro y en la ducha, a medio enjabonar.
El viento no ha soplado en esta ciudad que no es la tuya ni la mía, pero me enamoré de ti sin esperarlo, como una kamikaze. La vida te lleva por caminos raros, aunque tú esto… no lo sepas.
Elegí vivir esta locura transitoria para ser, aunque fuera por una vez, un proyecto de poeta, el trueno en la tormenta y un sueño del que nunca quise despertar. Te encontré donde más duele el placer y fui inmensamente feliz en el delirio.
Acariciaste mi escápula bañada en salitre, soplaste mi nuca tan solo una noche que no mirabas el mar. Fui la espalda donde clavarte, esa rotonda que se convirtió en bucle, el círculo vicioso y el triángulo isósceles, hasta que un día escogiste un camino paralelo, te fuiste por la tangente y conseguiste escapar.
En todos esos momentos, en el vaso de whisky, cuando dieron la una, las dos y las tres… me encontraste teñida de rojo, desnuda y vestida; a veces en sangre, otras, en rastros de carmín salpicados por las sábanas blancas.
Hubo una despedida por cada encuentro, palabras imborrables, escaladas y descensos, hasta tengo una planta que cuido en adopción.
Ahora vuelvo a preguntarme si ya ha llegado el momento, si balanceo la mano para decir adiós o me busco otra disculpa para no dejar entre tus dientes el punto final guardado y oxidado de tanto sacarlo a pasear bajo la lluvia.
Marcharme de ti es hacerlo de mí, de un universo creado para perderme cuando todo lo demás me agota y me mata. Es irme descalza, desnuda y sola, transitar por una calle donde los coches rojos no circulan ya. Porque si no lo escribo no se cumple y el miedo me desgarra las tripas, porque te quiero cerca y dentro, como una bestia que me come el corazón y mastica mientras sonríe con forma de tobogán. Creo en ti para matar al muerto, cavar la fosa y sentarme a esperar.
Por todo esto hoy vuelvo a decirte adiós para siempre, olvidando que ya lo he hecho, para echarme en cara que no quiero olvidar.
“¿Serás amor
un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.”
En la víspera vuelve Salinas como en aquellos anagramas, a recordarme que no tengo palabra, porque las que me sobran, las sigo guardando para ti.
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