Dijo José Saramago que “las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y su vida centrada en su triunfo personal”.
Jamás la tecnología de la comunicación estuvo tan perfeccionada como en el momento actual, pero, sin embargo, la paradoja es que tanta comunicación nos ha llevado a un mundo de mudos, a un mundo virtual que dista mucho de la realidad. Estamos viviendo un periodo en el que el progreso técnico es inversamente proporcional a la comunicación en el sentido clásico de la palabra, donde hay un emisor, un mensaje y un receptor.
Si, vivimos tiempos paradójicos, los mensajes por el móvil, Chats, fotologs, horas y horas en las redes sociales, donde terminamos por creernos casi todo lo que en ellas se dice, son muchos de los ejemplos de tecnologías inteligentes que forman parte de nuestra vida cotidiana. Estas herramientas que, utilizadas adecuadamente, deberían ser un complemento de nuestra comunicación, se han apoderado de nosotros; como si se tratase de un virus inoculado en nuestro organismo que nos impulsa a alejarnos de las relaciones sociales entre personas que ocupan un mismo espacio en un mismo lugar, presentes físicamente. En definitiva son medios que nos mantiene conectados “on line”, pero profundamente incomunicados.
“nos permiten estar en contacto con un montón de gente simultáneamente, haciendo posible que las personas tengamos unas “relaciones sociales” virtuales, pero profundamente aislados, y con una comunicación en la que casi siempre ocultamos nuestro verdadero yo”
Todo ellos son medios que nos permiten estar en contacto con un montón de gente simultáneamente, haciendo posible que las personas tengamos unas “relaciones sociales” virtuales, pero profundamente aislados, y con una comunicación en la que casi siempre ocultamos nuestro verdadero yo, dejando que los demás vean lo mejor de nosotros mismos y nuestras mejores experiencias, sólo con la intención de presumir, reforzar nuestro ego y fomentar la envidia de nuestros contactos o seguidores en las RRSS, de los que, seguramente, sólo a media docena de ellos conocemos en persona.
Imagino que habréis vivido la experiencia de entrar en una sala de espera de una consulta médica y observar que quienes allí están se encuentran sumergidos en su móvil, incapaces de mantener una conversación con su acompañante o la persona que tienen al lado; siendo sorprendente que alguien pueda contestar a nuestra educada frase de “buenos días” o “buenas tardes”, y si alguien lo hace, es como un autómata, sin apenas levantar la mirada de la pantalla que les mantiene atrapados.