Nacida en 1907, la escritora francesa Violette Leduc recibió con emoción los ánimos de Simone de Beauvoir y de Maurice Sachs para que escribiera más y publicara sus obras: “sentí que me derretía de felicidad y de tristeza. Lo deseaba sin atreverme a confesarlo”, diría años después. Pero quien le publicó su primera novela sería Albert Camus; fue en la editorial Gallimard y cuando a ella le faltaba poco para cumplir 40 años. En 1964 quedó finalista del premio Goncourt con su libro de memorias La bastarda(Capitán Swing), el cual tuvo un gran éxito de ventas. Violette Leduc murió en 1972, con 65 años de edad.
Como de costumbre, no trato de hacer aquí la reseña convencional del libro que tengo entre manos. Quien me interesa es la autora y no por su manifiesta opción sexual: enfocada al género femenino y a los hombres homosexuales. Lo que pretendo es acercarme a la persona de Violette Leduc, a algunas de sus claves.
Simone de Beauvoir dice en el prólogo de La bastarda que no había nacido de una pareja, sino de dos sexos: “A través de las ideas machacadas por su madre, se conoció desde el principio como un sexo maldito, amenazado por los machos”.
Dijo ser la hija no reconocida de un señorito. Su entrañable abuela Fidéline, la única que conoció, murió con 53 años, cuando ella tenía sólo 9. Todos sus seres queridos se confunden con una voltereta simétrica: “¿Quién es Violette Leduc? La bisabuela de su bisabuela”. Al venir al mundo, dirá, hizo “el juramento de tener la pasión de lo imposible”. Recuerda a su madre y a su abuela como inteligentes y con personalidad, que, aniquiladas ambas a los veinte años, “quieren combatir la mala suerte emperifollando a una niñita” que se sentía infeliz, avergonzada y desesperanzada.
Su relación con la comida en aquel hogar sin hombres queda retratada con este párrafo: “No tienes hambre. Deberías tener hambre. Hay que tener hambre. Si no comes enfermarás como él, si no comes no saldrás, si no comes te morirás. Sufro y hago sufrir mi falta de apetito. Mi madre tiene la obsesión de la tuberculosis”. Más adelante, especifica, con un análisis triste y angustioso, su propia obsesión inducida: “Habré vivido en la obsesión de los alimentos. Mi madre cebó a su hija, a su hijo y a su nieta por miedo al porvenir. Si se declara una enfermedad o una simple gripe, el mañana está en peligro. Mi madre habrá vivido, me habrá enseñado a vivir con el temor del mañana. No comer lo mejor que se puede es correr a la perdición”. El trastorno de un serio desajuste.
Fuera de casa, afirmaba, vacilaba y tenía miedo de todo. Para remate: “Mi madre me ilustraba sobre la fealdad de la vida. Todas las mañanas me ofrecía un terrible regalo: el de la desconfianza y la sospecha. Todos los hombres eran unos canallas, ningún hombre tenía corazón”. Invocando a su madre, Berthe, escribe: “yo era tu marido antes de tu casamiento” (con otro hombre que no era su padre).
Se cuestionaba el sentido variable de la edad: “Qué farsa es un certificado de nacimiento. Yo tenía ciento ochenta años cuando una alumna asesinaba una sonata en el Parvulario, tenía catorce cuando recibía una carta de mi madre, y diecisiete cuando la alumna cómplice me deslizaba la carta de Hermine en la manga de mi uniforme”.
Violette Leduc rememoraba los desprecios sufridos de niña por ser hija ‘ilegítima’, un martirio: “Si los bastardos son monstruos, son también abismos de ternura”. Sus primeras relaciones sexuales con Isabelle son descritas aquí de forma explícita, con fruición y detalle, con poesía; en cada poro de su piel se abría una flor y le descorazonaba no haber tenido entonces un vocabulario más rico con el que expresarse en las artes amatorias.
Se consideraba a sí misma como muy lenta para comprender, incluso llegará a decir que: “Yo no entendía ni trataba de entender”. Llegó a casarse con Gabriel, amigo íntimo gay (no emplea este término), con ‘sed de un matrimonio exprés en un western’ y tras una exigente petición a su madre de asesoramiento. El círculo de una inseguridad sin paliativos.
Un mapa entrelazado de actitudes masculinizadas y feminizadas con Gabriel, Maurice, Hermine, realmente incómodas, perturbadoras y torturantes para todos ellos; incluyendo humillaciones recíprocas.
Terminemos con dos frases reveladoras de nuestra autora acerca de los homosexuales. Parte, en la primera, de algo que se dice: que éstos “abusan de las mujeres que están locas por ellos. Peor para ellas, peor para mí”.
Y la segunda: “Un homosexual es un haz de nostalgias. Sueña con lo que no ha tenido”; por supuesto que no es una característica exclusiva de ellos, quizá se trate de un abismo de ternura, como Violette acertó también a describir. Un afán insondable, inmenso.