Venganza o justicia, dos conceptos que nos llevan al discernimiento de cuál debe ser el camino adecuado para castigar a los culpables de una acción o conducta reprobable, esto es, nociva tanto para quien la lleva a cabo como para quienes la soportan, incluso para la sociedad y que, con referencia a la espada y a la balanza con la que se simboliza la justicia, nos lleva al discernimiento filosófico de reconocer y matar la ambición que alberga nuestro corazón.
Como dijo Thomas Hobbes en el Levatan: “Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras”, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno. De manera que, más allá del derecho natural, como conjunto de normas y principios jurídicos que derivan de la propia naturaleza y de la razón humana, de carácter inmutables y universales, que nos llevan al pacto social y a la configuración del derecho como conjunto de normas que regulan la conducta de la persona en comunidad, tal y como lo entendemos en el momento actual; no sería posible, o mejor dicho, su vinculación sería vacua, sino existe una fuerza coercitiva que obligue al cumplimiento de tales normas, con el consiguiente castigo, cuya finalidad no es más que la reparación del daño causado por aquella conducta reprensible, cuyo fin último es la reeducación o recuperación social del autor.
Llegados a este punto se puede afirmar que, la justicia descansa en la Norma, la cual es imparcial, vinculando a un supuesto de hecho una consecuencia jurídica, como garantía de la rectitud y la moralidad; mientras que la venganza es una manifestación forzada por el interés propio de represalia. Así, mientras la primera da la oportunidad de cierre, nivelando la balanza con el fin de restablecer el desequilibrio producido por la conducta antijurídica entre los intereses personales del autor y la víctima; la segunda conduce a una interminable espiral de odio que se retroalimenta. O lo que es lo mismo, con la justicia se persigue enderezar cualquier acto inmoral, mientras que, con la venganza, se pretende nivelar o resarcirse emocionalmente por el daño sufrido, lo que nos lleva que, a mayor daño provocado, mayor resarcimiento, lo que se traduce en la Ley del Talión del “ojo por ojo y diente por diente”.
Por consiguiente, la conducta de un buen ciudadano debe concebirse como la actuación para cumplir su misión de alto valor moral, primero de vencer la irracionalidad que supone la venganza, pero, además, como camino para librarnos de la ambición que alberga nuestro corazón, en cuanto que, la respuesta a dicha ambición será el castigo justo, evitando venganzas desmedidas fuera de las leyes asignadas por la propia sociedad, utilizando para ello los medios óptimos para elegir a los representantes encargados de hacer cumplir la voluntad de los ciudadanos, dándoles un marco que limite sus facultades y prerrogativas, evitando ambiciones y venganzas desmedidas fuera de la Ley, justicia que deberá administrarse por el Poder Judicial como poder independiente, al igual que lo son el legislativo y el ejecutivo, y que como éstos emana del pueblo.
En este sentido, apelando a los sentimientos del ser humano, debemos proscribir la venganza como respuesta emocional o deseo ardiente y abrumador de un baño de sangre, acudiendo para ello, en primer lugar a la conciencia para distinguir entre el bien y el mal, lo que nos permitirá posteriormente adquirir consciencia que sólo mediante el castigo social como manifestación del perder coercitivo para el cumplimiento de la Norma, es el único camino para evitar entrar en una constante y progresiva destrucción de los principios y valores que deben regir nuestra conducta y, consiguientemente caer en la distopia social hacia la destrucción de la humanidad.
Magnífico artículo, con un acertado enfoque filosófico moral y ético. Coincido plenamente con todo lo dicho.
Sí, la venganza, aunque todos la hayamos sentido alguna vez como deseo, no es ni siquiera producto del animal que también somos, es algo mucho más bajo.
Muchas gracias por la reflexión.