Decía el insigne Fernando Fernán Gómez que “El tiempo pone a cada uno en su sitio. Pero si vas mandando a algunos a la mierda, vas adelantando camino», y si un experto en mandar a la gente a ese inhóspito y pestilente lugar lo dice, será por algo.

También hay otras expresiones sinónimas: a tomar por culo, a la porra, a tomar por saco, a freír espárragos, al cuerno, a la playa, al infierno… o una muy madrileña que se reduce a ¡hala, vete ya! Estoy segura de que si le doy otra vuelta encuentro otras zonas donde enviar a todo aquel que ocupa espacio y no sirve para nada, salvo para ocasionar molestias.
Todas esas frases, puede que malsonantes y ordinarias, también unisex y paritarias, han salido de nuestra boca en más de una ocasión, aunque la mayor parte de las veces se las hemos dicho al cuello de nuestra camisa, que es como no decir nada, o lo que es peor, nos las hemos dicho a nosotros mismos, como aquel “rebota, rebota que en tu culo explota” de cuando éramos pequeños.
Es verdad que, tal vez, hacerlo en sentido literal deje un regusto raro en la boca, aunque, a veces, olvidar las buenas maneras y los tratados sobre educación viene bien para quedarse a gusto, como cuando te quitas el sujetador en verano o los zapatos de tacón bajo la mesa. Es necesario, en algún momento, liberarse de lo que aprieta o encorseta, para poder respirar, para que no te duela.
Los creyentes del karma seguro que tienen más paciencia, yo no creo en la devolución de lo que haces, pienso que el o la egoísta, desleal, hipócrita, cobarde o en resumen, desgraciado (aquí no hay géneros que valgan, aunque yo, por malacostumbre y mucha edad, continúo utilizando el masculino para la bueno y para lo malo), no les va peor la vida por ser así, al contrario, por algún extraño motivo, suelen tener ventajas sobre los demás, como si hubieran venido al mundo con bolas gratis que nunca pierden, imagino que será porque el resto nos retiramos de las partidas antes de tiempo por no discutir, por miedo a la pérdida o al malestar; o lo que es peor, por algo tan egocéntrico como la confianza en que el resto de personas se ponga en nuestro lugar. Quizás esté haciendo daño la sobreutilización de la empatía, tal vez eso, como leí por ahí, sea un problema también del primer mundo.
Ahora nos dividimos, por un lado, en personas que se ponen tanto en la piel de los demás que llegan a reabsorberlos hasta apropiarse de problemas que no son suyos, y por otro, los que no lo hacen nunca porque solo miran su ombligo y hacen suspensorios de punto con las pelusas que van almacenando dentro, o bien, se mimetizan en parásitos que anidan y laten en el corazón ajeno.
Supongo que D. Fernando, aquel día tan mediático en el que increpó efusivamente a aquel admirador se quedó más ancho que largo, aunque, creo yo, que no era de quedarse nada dentro.
Me gustaría parecerme a él al menos durante un ratito, tener ese carácter, saber qué se siente al ser capaz de mandar tan lejos, al quinto pino, por ejemplo. Levantar la cabeza, adelantar el pecho, meter el flequillo en la cara de alguno (venga sí… y alguna), gritarles en un susurro con la cara desencajada; poner los brazos en jarras y que mi aliento congele las pestañas del susodicho y no pueda parpadear.
Todo muy castizo, como si me hubieran sacado de la verbena de San Isidro o de una película de Tony Leblanc. Hacerme la chula por un día, porque lo soy y puedo, y así, en ese momento en el que me siento tan grande que no entro en mis entretelas, decir bajito, sin que se note: “¡váyase usted a hacer gárgaras!, que es lo más higiénico que se puede hacer después de irse a la mierda”.
Maravilloso, no se puede relatar mejor lo que en alguna ocasión hubiéramos hecho, pero el corsé con el que nos implantan con la escusa de la buena educación nos deja con las ganas en muchas ocasiones
Muchas gracias por el comentario, Esther, es verdad, por suerte o por desgracia, no solemos ser tan atrevidos.
un abrazo enorme