HACIA UNA NUEVA CONFIGURACIÓN DE LAS RELACIONES DE LA SOCIEDAD Y EL ESTADO ANTE EL RELATIVO AUGE DE LOS NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES.
Convendría repasar cómo para Claus Offe, la evolución de la moderna burocracia estatal, como instancia que lleva a cabo la ejecución de los programas de acción del Estado, se ajustaría a una superposición de los estratos evolutivos diferenciados que pasarían de 1) una primera etapa de administración condicional ajustada a la racionalidad del modelo propuesto por Weber, a 2) una segunda etapa de administración finalista, propia del apogeo del estado intervencionista, que fija las orientaciones u objetivos que deben ser implementados por una burocracia que cuenta con una relativa autonomía funcional, para llegar a 3) la tercera etapa de administración que ha de adecuarse a consensos, a través de pactos localizados con el tejido social, donde la capacidad de dirección política unificada estaría entrando definitivamente en crisis. A medida que atravesamos cada una de estas fases, las relaciones entre gobierno y administración se harían cada vez más difusas, otorgando cada vez más cuotas de autonomía funcional a las áreas de administración periféricas.
Puede decirse que las transformaciones históricas habidas en el proceso de representación entre sociedad y poderes públicos marcan un progresivo deterioro, si no a un fracaso de los enfoques instrumentalistas «de arriba a abajo» en la concepción de la acción del Estado sobre la sociedad, y que demuestran la insuficiencia relativa del nexo de la representación política para entender la acción de gobierno en el mundo actual.
Las nuevas formas de organización extrainstitucional surgidas en la últimas décadas, constituyen uno de los fenómenos sociopolíticos más novedosos, suponen un conjunto de movilizaciones que emergen de la sociedad, al margen de las instituciones, a cargo de grupos de acción que reivindican acciones en favor de la paz, contra el racismo, acciones por el tercer mundo, contra la energía nuclear, okupas, por la insumisión, el feminismo, la identidad sexual… constituyen un amplio abanico de acciones con intencionalidad política, no convencionales, que algunos autores han llegado a acuñar con el término de la «nueva política», y que Colom divide en dos tipos atendiendo al contenido de sus objetivos y los destinatarios de sus movilizaciones.
Así, en un primer lugar estarían las iniciativas ciudadanas, que surgen fundamentalmente ante como formas colectivas de autoayuda entre grupos de perjudicados en conflictos de carácter puntual. Sus reivindicaciones y protestas se dirigen hacia la Administración (preferentemente la regional y la local) a la que responsabilizan de la falta de atención institucional sobre hechos puntuales.
Caso aparte son los movimientos sociales, que combinan demandas sociales sobre bienes no colectivos (feminismo, colectivos de LGTBI, migraciones…) o sobre bienes colectivos con un carácter altruista frente a fenómenos que pongan el peligro a la humanidad (paz, medio ambiente, calentamiento global…) Sus modos de actuación se caracterizan por llevar a cabo demostraciones de presión política no institucionalizadas: protestas, manifestaciones, huelgas de hambre, acampadas, marchas, desobediencia civil, objeción fiscal… Se trata de llamar la atención de la opinión pública, y no siempre atendiendo a la escrupulosa legalidad.
Los actores de estos nuevos movimientos sociales estarían en las nuevas clases medias descentradas con respecto al modelo de lealtades sociopolíticas propias de las sociedades industriales, como dice Offe, las capas sociales sobre las que se apoya la protesta, no son ni de lejos pobres y discriminadas, sino que generalmente gozan de seguridad económica, estando algunos de ellos como los estudiantes, frecuentemente entre los miembros más favorecidos de la sociedad.
Para algunos autores, este tipo de movimientos, por su alto grado de movilización emotiva, serían en ese sentido típicas de un radicalismo de clase media (radicalismo pequeñoburgués): emotivo, espontaneo y de escaso alcance político.
Bajo el paradigma «sociedad del riesgo», Ulrich Beck[1] ha desarrollado una teoría que se dirige contra la tesis de la «sociedad postindustrial». Según este enfoque, en las viejas sociedades industriales, la fuente principal de riesgo se derivaba de la necesidad de repartir la riqueza social de forma desigual, pero «legítima». Este problema era la fuente de un siempre latente conflicto: la lucha de clases. Sin embargo, las sociedades industriales avanzadas se habrían convertido en sociedades generadoras de riesgos por el «efecto boomerang» de su interna dinámica de desarrollo, y no tanto por el reparto desigual de los recursos. Esos riesgos se refieren básicamente a los efectos colaterales para la salud y el medio ambiente creados como consecuencia del desarrollo científico-técnico, y a nivel sociolaboral por la inseguridad en el empleo. La falta de sincronía entre el sistema educativo y el mercado laboral ya no garantiza el puesto de trabajo en función del nivel de cualificación adquirida. El «efecto ascensor» acuñado por este mismo autor, explica cómo las sociedades desarrolladas habrían reproducido las diferencias de clase a un nivel superior en el que hay mayores ingresos, consumo, educación, movilidad, etc. Sin embargo, ese crecimiento habría ido unido a una disolución de las identidades de clase. Se produce un efecto disgregador producido por la modernización cultural y económica que se ha traducido en una diversificación e individualización de las posiciones sociales y estilos de vida. Este hecho ayudaría a explicar la diferenciación de lealtades políticas que ha permitido el desmantelamiento parcial de los Estados del bienestar durante las últimas décadas y el surgimiento de los nuevos movimientos sociales.
El surgimiento de estos movimientos puede interpretarse como un proceso de redefinición de solidaridades derivadas de la percepción común de los riesgos al margen de las subculturas específicas de clase.
Este fenómeno de los nuevos movimientos sociales, en el que inciden de manera notable las nuevas clases medias, precisamente las principales beneficiarias del Estado de bienestar, pone de manifiesto la contradicción existente: cuanto mayor es el status y los ingresos que proporciona el Estado de bienestar, menos fidelidades obtiene éste en términos políticos y menor parece la motivación para vincular los privilegios a acuerdos colectivos.
Por otra parte, hay una desvinculación de estos colectivos de «nuevas clases medias» de los movimientos sociales y políticos de clase (socialista o de izquierda más o menos tradicional) y un acercamiento a las ideas libertarias, antiestatistas y comunitarias. Desconfían del Estado del Bienestar, los unos porque se consideran categorías sociales con movilidad ascendente; los otros, por el rechazo que les sugiere los instrumentos burocráticos que implementa el Estado.
En resumen, los componentes antiburocrático y antiinstitucional, juegan un papel básico en la formación de las identidades y en las prácticas políticas de los nuevos movimientos sociales.
Offe, señala el contraste entre dos paradigmas: el viejo paradigma centrado en las pautas de crecimiento económico y seguridad y el nuevo paradigma definido por sus luchas defensivas contra las irracionalidades de la modernización, por el otro. Llegando así a un modelo triangular del universo político: las fuerzas de la izquierda tradicional, las fuerzas liberales y conservadoras y los nuevos movimientos sociales incluyendo en éstos los experimentos de los partidos verdes o alternativos.
Elabora una hipótesis a partir de los posibles acuerdos o alianzas entre estos tres lados del universo político, en la que son lógicamente posibles tres grupos tomados dos a dos, y que después de sopesar las posibilidades de cada una de las alianzas, se inclina por la que entiende mejor resolvería los conflictos planteados: la alianza entre los nuevos movimientos sociales y las fuerzas de la izquierda.
Esta alianza tendría como clave el núcleo de la clase media como una referencia positiva. Como característica general, una creciente compatibilidad entre las reivindicaciones de los nuevos movimientos sociales y los intereses y planteamientos tradicionales de la clase obrera. En cuanto al tema del feminismo y los derechos humanos, sistemas preferenciales de cuota y vida, y una redistribución del trabajo en la producción y en el hogar. En referencia a la paz, propuestas condicionales de desarme unilateral. En cuanto a la protección al medio ambiente: inclusión en la política industrial de criterios de protección del medio ambiente y en relación con el tercer mundo. Y relativo a un plan alternativo o economía «dual», apoyo a las cooperativas, mercados de trabajo protegidos y «paralelos» además de democracia económica.[2]
A esta última referencia del cuadro de Offe, la democracia económica, me voy a referir a continuación para terminar este ensayo y que pone un punto de esperanza en el marasmo de la crisis permanente a la que nos tiene abocados las propias contradicciones del desarrollo capitalista.
EN TORNO A LA DEMOCRACIA ECONÓMICA
Cotarelo[3], ante la propuesta de democracia económica, se postula en contrario, al menos no lo ve muy favorable, a lo sumo admite un reformismo social de carácter limitado entre los intereses individuales y los colectivos, pues parte de la consideración de que el sistema de valores actual es contrario a estas posiciones, en el que se privilegian los valores individuales. El esfuerzo del Estado por hacer compatibles estos dos intereses, en el que el reformismo social encuentra su única alternativa en la puesta en valor de los intereses colectivos a contracorriente de los valores de una sociedad civil. En suma, se plantea los límites de la socialdemocracia en el momento actual (la dificultad y contradicción de pretender servir a dos señores a la vez…), y explica: «Nadie cree que sea posible en realidad substituir el mecanismo fundamental de motivación de los agentes sociales, esto es, el afán personal de lucro, por algún otro tipo de móvil de carácter altruista o más generoso o solidario, y mucho menos de un plumazo. Al contrario, se reconoce en el afán de lucro (esto es, el incentivo personal en la terminología hipócrita del socialismo real) una fuerza poderosa de progreso social»[4] Para pasar a un cuadro de exigencias morales a una supuesta élite postuladora de este modelo, y dar carpetazo final a la democracia económica como una forma de democracia elitista, que se acabaría conciliando con aquello que había comenzado por condenar.
Entiendo que Cotarelo ha sesgado intencionalmente la virtualidad de una democracia económica vista desde la inmediatez y a través de las experiencias de cogestión y otros experimentos realizados en Europa. Y considero que hay que ser más atrevidos, pegarse menos al terreno del empirismo inmediato: las vías no están trilladas y los enemigos son poderosos, hasta en el terreno supuestamente socialistas o socializantes no parecen estar muy convencidos. Debatir este presupuesto puede ser fértil, a la luz de lo que hay, sin ambages y sin condenas de antemano.
Por el contrario, Alan Wolfe sostiene que las contradicciones políticas de la sociedad capitalista provienen de los intentos de reconciliar la necesidad de acumulación, justificada por el liberalismo filosófico, con la necesidad de legitimidad, que ha dado origen a la democracia. Si el problema de acumulación está resuelto en cualquier economía compleja como señala Bell, el problema no es el de que las sociedades capitalistas acumulen, sino la manera en que lo hacen. Se trata de implantar la democracia económica donde sólo hay una democracia formal en proceso de descomposición. Se realizaría así el viejo sueño de una verdadera democracia, quizás no tan utópica como a simple vista parece. «Con el objeto de que los beneficiarios de la acumulación sigan siendo un grupo reducido, se establece una barrera más allá de la cual no se permite a la democracia inmiscuirse; es posible tener un sistema político, es posible tener al menos una parte del sistema político, dice la ideología liberal, pero déjennos a nosotros la acumulación de capital. Ahora que el liberalismo es cada vez más inaplicable, aun para sus defensores más articulados, ha llegado el momento de pensar, no en la demolición de la acumulación, sino en su democratización. La forma de eliminar las contradicciones entre acumulación y legitimación es aplicarles a ambas los principios de la democracia -dar a las gentes tanta voz en las decisiones de inversión y distribución, como la que teóricamente tiene en las decisiones más políticas. La democratización de la acumulación puede llamarse socialismo, pero lo importante no es el nombre sino el concepto que está detrás del mismo. Sugerir que el socialismo puede evitar las contradicciones existentes no equivale a sostener que cualquiera de las sociedades existentes que se llaman -o se han llamado- socialistas lo hayan hecho – el grado de democratización introducido en la acumulación varía de una sociedad a otra- sino a afirmar que la democratización de la acumulación impedirá que algún grupo no representativo de poderosos perviertan el proceso democrático desviándolo de modo que favorezca su propio engrandecimiento personal. La democracia puede llegar a ser una realidad sólo cuando su lógica trascienda las barreras artificiales y que se aplique a todas las decisiones fundamentales que se tomen en la sociedad moderna, tarea que está facilitada por la fantástica capacidad tecnológica que esas sociedades han desarrollado.»[5]
La doble opción entre liberalismo y democracia queda planteada.
Del curso de los acontecimientos y de la correlación de fuerzas en presencia, hará que las posiciones se decanten hacia uno de los lados. Si una parte, como dice Wolfe, tiene el poder y el control de los medios de represión y de conciencia; la otra parte tiene el peso de los números, el flujo de la historia y la posesión de un sueño democrático.
[1] Citado por COLOM GONZÁLEZ, op. cit., pág. 116.
[2] OFFE, Claus: Partidos políticos y nuevos movimientos sociales, Madrid, Sistema, 1988. Tomado del cuadro de la pág. 232.
[3] GARCÍA COTARELO, Ramón: En torno a la teoría de la democracia, Cuadernos y debates nº 23, Centro de Estudios Constitucionales, 1990, págs. 89 y sigs.
[4] Lo que le falta es añadir la cita: «el individuo buscando su propio interés…» de Adam Smith. Cotarelo no aporta nada nuevo al discurso centrado en el mercado, y sus posibilidades, aderezado con ribetes supuestamente socializantes, a partir de la implementación del Estado en la redistribución del excedente, como forma de reequilibrio que aporta legitimidad a éste, sin poner en cuestión los aspectos relativos a la arbitrariedad que supone el sistema capitalista, como cualquier otro. Se asume que los intentos y experiencias habidos hasta la fecha se han realizado a partir de la racionalidad de los mecanismos del mercado como medio de asignación de los recursos y determinación de las prioridades (léanse los experimentos de los fondos de asalariados en Suecia, la siempre burlada cogestión en Alemania…) y en la conservación del sistema político que lo sustenta. Nihil novum sub sole.
[5] WOLFE, Alan: Los límites de la legitimidad, Madrid, Siglo XXI, 1980. (págs. 373-374)