I.
Todas las bolsas de plástico, sobre todo aquéllas que son biodegradables, guardan en su interior, la crisis de ansiedad de un pasajero de avión, treinta segundos antes de que la aeronave impacte contra el suelo; es una atmósfera primigenia, densa, cargada de todo lo necesario para el origen de un nuevo universo. Es la economía de la materia; esa sencillez propia que condensa la luz en el pezón de una cariátide.
II.
Tener relaciones carnales con una mujer amante de los panegíricos, es uno de los mayores riesgos que un hombre puede correr en su vida; medias raciones de elogios que pudren los tímpanos, a cambio de una erección permanente. Sin embargo, no es menos cierto que la hembra retroalimenta su ya poderoso ego, al sentirse lamida y penetrada por un varón plenamente consciente del engaño. Y a pesar de todo, es esta burla ionizada por las tormentas de verano, la llave que abre las puertas a una eternidad necesaria y oxidante para ambos.
III.
No hay tantas clases de procedimientos, como piensan los sabios para convertir los ideales en una hermosa relación de prodigiosas virtudes; los vencidos y las compañías de seguros llevan una eternidad intentándolo sin éxito alguno; Pólizas, caras sucias, el conocimiento universal escrito en tres rollos de papel higiénico “El Elefante”. La esencialidad no incluye el viaje de vuelta; no está implícito en el importe retornar triunfante a la casa del riesgo. He construido con recuerdos, un pequeño altar portátil. Con él, al menos, no tendré que esperar eternamente en el vestíbulo de los libros quemados.