Los chicos con las chicas,
las chicas con los chicos…
Cada calcetín con su par, mismos zapatos, cordones de los mismos colores.
“Estamos matando al número impar”-dijo mientras besaba el borde de su taza de black coffee.
El silencio sólo* es incómodo cuando es silencio. ¿Acaso los ojos no hablan, los gestos?
“Quiero que te vayas, quiero irme de aquí”, es lo que pensaba ella delante de mí cuando la comunicación verbal se desvaneció. Lo noté y el silencio se hizo cama de agujas oxidadas.
Todos miran el móvil cuando van al servicio.
Yo me meé encima por no perderme una mirada suya, incluso las que hacían parábola sobre el resto de seres humanos en aquella terraza de gente sin importancia. No es tan fácil golpear el cristalino de la mujer que tienes delante y penetrar en sus pensamientos. A veces no hace falta, la mirada habla por sí sola pero mis yemas suspendieron braille en segundo curso. La universidad fue muy dura para mí, por eso decidí jugar con el haki mientras bebía litronas de hachís. Es tan importante mirar, ver, observar las flechas que van hacia uno como las que ella lanza a su alrededor. Trescientos sesenta grados de globo ocular. Como la Luna, solamente vemos una parte de sus ojos, ¿qué guarda el resto?
Y la mirada cogió el ascensor al sótano de su entrepierna. Piel que la vestía de mujer y marcas de mis dientes que le faltaban. Tacto del gusto al arco de sus movimientos que podía oír a cada milímetro de traslación y rotación.
Ella era el Sol y la Tierra.